eL Internet de las cosas es la revolución que va a cambiar la forma de vida de las personas en este siglo. Se trata de aplicar las ventajas de la conexión global a través de la red a todo aquello que utilizamos en nuestra vida cotidiana, de forma que podamos manejarlo y beneficiarnos de sus prestaciones con un simple clic, desde un teléfono móvil o una tableta, a un metro o a mil kilómetros de distancia. Lo global aplicado a lo atómico, a lo individual. Internet es el instrumento y puede ser utilizado, como todo, bien y mal, para bien y para mal. Podría hacerse un paralelismo con las ideologías, un instrumento social que pueden ser utilizado bien y mal, para bien y para mal. Y lo mismo que Internet ha conseguido mover el mundo en los últimos años, como lo han movido a lo largo de la historia las ideologías, este momento del Internet de las cosas debe tener su traslación a la ideología de las cosas, a eso que se da por supuesto pero que en pocas ocasiones se materializa: poner las ideas en su concepción global al servicio de las personas. Eso debería ser la política. Sin embargo, en demasiadas ocasiones la imagen que determinados partidos trasladan a la sociedad es la de ser clubes creados para servirse y no para servir. Un político al que se le conoce más por quién es que por lo que hace ha fracasado de partida. Una ideología que no es capaz de permearse a las necesidades sociales está condenada a desaparecer, anclada en la era analógica.