El nucleo del planeta Tierra está compuesto sobre todo de hierro y níquel. Y como si ese corazón metálico bombease al exterior una suerte de sangre ferrea a través de sus raíces es menester celebrar la ubicación de la escultura de Eduardo Chillida Elogio del hierro III en la renovada Plaza Chillida, que también se abre al público. He aquí el viejo Bilbao de hierro... ¡Qué recuerdos! No por nada, Elogio del hierro III fue un encargo a Chillida del BBV para su sede en la Gran Vía. En 2018 las obras generadas por el cambio de titularidad de la compañía y de función de sus instalaciones aconsejaron el traslado de la escultura a Chillida Leku en Hernani, donde ha permanecido hasta ahora, que ha regresado a la ciudad para la que fue creada. Desde ayer reluce como proa en la fachada sur del museo, que ya anuncia su apertura al nuevo mundo que le aguarda. Dicen que es una preciosidad.
La escultura ha vuelto a casa como vuelve un abuelo sabio tras años de exilio: sin alardes, sin ruido, plantando su cuerpo de hierro ante la mirada de los paseantes, como si nunca se hubiera ido. Elogio del hierro III, de Eduardo Chillida, se ha reinstalado frente al Museo de Bellas Artes de Bilbao y con ella ha regresado algo que no sabíamos que echábamos tanto de menos: el silencio denso de lo eterno.
Porque Chillida no hizo esculturas. Forjó preguntas. En su taller, el hierro se convirtió en oración y sus obras, en espacios donde el alma puede sentarse a pensar. Durante años, esta pieza se fue de Bilbao y se posó junto a la manada de esculturas de su creador que pasataba en otras tierras. Ahora, al fin, vuelve a mojarse, a oxidarse lentamente como se oxidan las palabras verdaderas: aquellas que no necesitan gritar para quedarse en la memoria.
Uno pasa junto a Elogio del hierro III y siente que algo ancestral lo observa. No es arte moderno lo que uno encuentra, sino una presencia. Como si la escultura guardara en sus huecos el aliento de todos los vientos que han soplado sobre el Cantábrico a lo largo de los siglos. En sus formas rotundas hay algo del musgo que crece entre los caseríos, algo del puño callado de los trabajadores del hierro, algo del silencio vasco que lo dice todo sin decir nada.El regreso de esta escultura al aire libre no es un simple acto museístico. Es una reconciliación. Una promesa de que aún quedan lugares donde el arte no es espectáculo sino destino.