Allí estaba resguardado aquel Bilbao del siglo XVII, allí en la brumosa Exeter, una ciudad inglesa donde vivían los descendientes del comerciante inglés John Seale, Juan Seale para la villa.

Cuentan los libros de historia que en el siglo XVII, Bilbao experimentó una notable expansión económica y urbana debido a su pujante comercio, lo que llevó a la sustitución de la madera por la piedra en las construcciones y al desarrollo de una importante burguesía local.

Pese a los desastres naturales como inundaciones, la ciudad se remodeló. La prosperidad dio lugar a una nueva nobleza de comerciantes y funcionarios, relegando a la vieja aristocracia.

Fue John Seale quien encargó el cuadro presentado ayer en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, quizás el primero sobre la villa del que se tiene constancia. Se trata de una detalladísima vista de Bilbao de gran formato (206,5 x 270,2 cm) pintada al óleo hacia 1700.

Es un susurro desde el siglo XVII. No hay firma. Tampoco título. Solo un aura de misterio espolvoreado con el humo de las chimeneas mercantiles y el barniz del tiempo. El cuadro, anónimo y discreto como un buen secreto comercial, fue encargado en su día por John Seale, un comerciante inglés con más olfato que Van Eyck para las oportunidades que viajaban en galeón.

El lienzo —óleo sobre tabla, melancolía sobre economía— representa el puerto de Bilbao en un atardecer suspendido. Una gabarra se adentra en la ría mientras la ciudad aún no ha aprendido a soñar con el titanio de Gehry ni con los turistas en bicicleta.

Hay algo de terciopelo húmedo en esa luz que baja del monte Artxanda como una bendición que nadie pidió. Parece que el cuadro no se hizo para la eternidad, sino para el despacho de un comerciante. Es decir, para ser observado entre dos cálculos de aduanas y una copa de brandy.