UROPA y sus ciudadanos viven en la actualidad uno de los momentos más duros y desgarradores y, probablemente, la crisis más profunda desde la declaración realizada hace 70 años por el entonces ministro francés de Asuntos Exteriores, Robert Schuman, en la que proponía la creación de una futura federación europea y que es considerada el antecedente de la actual UE. La Unión celebró ayer uno de los Días de Europa -que se conmemora cada 9 de mayo en homenaje a esa declaración- más tristes debido a la pandemia de covid-19 pero, al mismo tiempo, más esperanzadores. La Unión Europea encadena en los últimos años una sucesión de crisis estructurales y sobrevenidas que están haciendo temblar los cimientos no ya de las instituciones que la conforman sino incluso de sus principios fundacionales esbozados hace 70 años y de sus valores intrínsecos e irrenunciables, en especial la propia significación de la unión, el derecho europeo, la democracia, la garantía del ejercicio de los derechos y libertades de los ciudadanos y la solidaridad entendida de manera global. La grave crisis económica iniciada en 2008, la crisis humanitaria derivada de la inmigración con miles de muertos en el Mediterráneo y las políticias llevadas a cabo al respecto, el auge del populismo y de la extrema derecha, el Brexity, ahora, la pandemia del coronavirus y su respuesta están poniendo a prueba a Europa -a sus instituciones, comunes y estatales, y a sus ciudadanos- y condicionan su futuro. En este contexto, la gravedad de la actual situación podría llevar -y está llevando, de hecho- al pesimismo y al cuestionamiento de Europa como proyecto común. No debería ser así, al menos mientras no exista -y no la hay- una alternativa, más allá de que la UE y su desarrollo real sean perfectibles. Tal y como afirmó ayer el presidente del Parlamento Europeo, Savid Sassoli, “lo único que puede salvarnos de la crisis actual y permitirnos restaurar nuestras economías y proteger a nuestros ciudadanos es aceptar la necesidad de una respuesta común”. Setenta años despúes, Europa necesita mirar a sus raíces, a sus principios fundacionales, para proyectarse al futuro. En esta crisis global, la UE está obligada a su fortalecimiento y reconstrucción, porque así lo necesitan hoy sus ciudadanos y ciudadanas, bajo el espíritu de unión, paz y solidaridad que le son propios e inalienables.