EN unos días -está previsto que antes de fin de año-, Donald Trump se convertirá, con toda probabilidad, en el cuarto presidente de los Estados Unidos que afrontará un juicio político o impeachment que pretende su destitución debido a comportamientos, decisiones o actuaciones durante su mandato contrarias a la Constitución norteamericana o que buscaban el beneficio personal y no el general del país. La presidenta de la Cámara de Representantes y líder demócrata, Nancy Pelosi, fue contundente el pasado jueves cuando solicitó formalmente la redacción de los cargos para el proceso de destitución contra Trump: “Abusó de su poder para su propio beneficio político personal a expensas de la seguridad nacional”, afirmó la poderosa política norteamericana, quien añadió que el presidente había “violado gravemente la Constitución”. Esta decisión se toma tras concluir la primera fase de la investigación abierta contra Trump en el Comité Judicial de la Cámara Baja, donde durante las dos últimas semanas han tenido lugar las audiencias públicas dirigidas a encontrar posibles pruebas sobre el comportamiento ilícito del presidente. Estas declaraciones han aportado indicios suficientes para concluir que Trump presionó -o chantajeó- de manera burda pero clara al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, para que anunciase públicamente una investigación contra su principal rival político entonces, el exvicepresidente Joe Biden, y su hijo Hunter Biden. El objetivo era obvio: desprestigiar a su contendiente y obtener así un beneficio político para ganar las elecciones. Aunque parece evidente que el impeachment será aprobado por el Comité judicial dada la holgada mayoría con la que cuentan los demócratas, es previsible que el Senado, cámara que debe tomar la decisión final y que está dominada por los republicanos, deniegue la destitución de Trump. Sin embargo, nada será ya igual. Hay muy pocas dudas sobre que numerosos comportamientos del presidente de EE.UU. superan los límites del abuso de poder, pero este proceso puede ser clave de cara al futuro y, en especial, a la campaña para las elecciones del próximo año. Trump puede salir de este impeachment fortalecido personalmente o debilitado pero es de esperar que, en cualquier caso, el proceso dejará huella y puede obligarle a extremar la prudencia -dentro de lo posible en una personalidad como la suya- y evitar males mayores.