la próxima vez que un contertulio diga en la tele que “estamos en el día de la marmota” para referirse a la repetición de hechos en la política española le denuncio por contumaz crueldad. ¡Ya vale de apelar al maldito roedor! Temo que muchos crean que este esciuromorfo pasa su existencia calcando continuamente sus acciones. Pues no. La recurrente idea procede de la película Atrapado en el tiempo, cuyo título original es El día de la marmota (Groundhog day) y toma como pretexto la tradición rural norteamericana de averiguar el final del invierno según el comportamiento del animal al salir de su madriguera el 2 de febrero. En la historia, protagonizada por Bill Murray, su personaje es incapaz de salir de esa fecha, y queda preso en una secuencia infernal no imputable al pobre bicho.

Los canales no tienen un libro de estilo que evite caer en los tópicos y otros males de la redundancia que tanto enfurecían a Unamuno. Deberían tenerlo para no extender la plaga del empobrecimiento verbal. La tele ha causado estragos en el bien hablar y el arte de razonar, quizás porque la mayoría de los opinadores se formaron en la escritura y no recibieron, para su desdicha, lecciones de oratoria y retórica. Los tertulianos, por un sueldo de miseria y unas horas de vanidad, se han convertido en el eco servil de la clase política. ¿Dónde queda su autoestima? Para analizar la realidad se precisan una mente escéptica y un corazón romántico.

La redundancia es pereza argumental y falta de audacia en las palabras. Deberían estar solo los mejores, aunque no sean perfectos comunicadores. Ningún comentarista tendría que estar más de dos años seguidos en su puesto, porque se abrasa el alma. ¡Qué conservadora es la tele! Pasa el tiempo y ahí siguen los de siempre, con sus inalterables filias y fobias y sin más cambios que la edad y las canas.