MEJORAR es la clave. En pretemporada todo futbolista se plantea como aspiración hacer su trabajo mejor que en la campaña anterior. Elevar el rendimiento, incrementar la participación, ganar en importancia dentro del equipo. Alex Berenguer no fue original cuando una pregunta aludió a los ocho goles que marcó en la última liga, cifra que nadie más alcanzó en la plantilla. Respondió que quiere hacer más, claro, y que desea asimismo superar cuanto ofreció en su primera experiencia en el Athletic De cumplirse la expectativa apuntada, Berenguer logrará convencer a todo el mundo de que su fichaje fue un acierto. A estas alturas ya hay muchos que así lo creen, pero tratándose de una operación que le vincula al club hasta 2024 parece razonable esperar a lo que suceda en los próximos meses para disponer de una perspectiva más adecuada sobre su encaje y valía.

Por de pronto, resulta innegable que él se ha encargado en poco tiempo de disipar gran parte de las dudas que suscitó su contratación, lo cual entraña mérito si se revisa el contexto en que se produjo su llegada a Bilbao. Vino con la competición iniciada, los resultados eran flojos, de hecho su debut en Mendizorrotza se saldó con una derrota que significó bajar hasta la decimonovena posición en la tabla. Todavía resonaban los ecos del amargo final de la temporada previa, del surrealista episodio montado en torno a Fernando Llorente, del contagio masivo en el vestuario, etcétera. Un panorama incómodo para cualquiera, más para un nuevo que lógicamente acusó la poca consistencia que transmitía entonces el Athletic de Gaizka Garitano, quien en cuestión de pocas semanas vería cómo se le colocaba una soga al cuello.

Contó con el apoyo incondicional del entrenador, que le puso en todos los compromisos, pero ni el par de goles que firmó en el primer mes y pico compensaron sus frecuentes desapariciones en el campo. Fue inevitable que en esta etapa saliesen a colación los "fichajes estrella" de Rafa Alkorta, el ex del Torino apenas brindaba detalles en una tónica general que amenazaba tormenta, medidas drásticas. El cambio de técnico supuso un golpe para el extremo. Marcelino apostó por la columna vertebral de su antecesor, mientras a Berenguer le buscaba un sitio en el banquillo. Tuvo que pasar un mes, nueve partidos, para que su suerte virase. Con Marcelino solo fue titular contra el Ibiza y el Alcoyano, ni en liga ni en Supercopa hasta que en febrero por fin le concedió noventa minutos frente al Valencia.

La historia posterior corresponde a la de un triunfador, con las comillas que se quiera porque este término es difícil de utilizar a la vista de cómo le fue al equipo hasta el final del calendario; pero, las cosas como son, Berenguer cumplió su parte con creces. Su comportamiento le distinguió, fue capaz de asimilar las decepciones que tanto afectaron a otros compañeros, dio la talla en el plano físico hasta mayo y acabó el ejercicio como indiscutible en la delantera, con nueve goles en su haber, una cifra casi clavada al total que obtuvo en las tres temporadas que militó en la Serie A.

La pura verdad es que de la comparativa con el resto de los hombres que actúan en las posiciones de ataque, Berenguer salió muy favorecido. Semanas atrás en estas páginas ya se hizo hincapié en esta reflexión. Entonces el tema venía al pelo para poner en cuestión determinadas inercias que han prevalecido estos años, era un modo de evidenciar que el nombre o la fama no necesariamente justifican la condición de fijo de que disfrutan algunos de sus compañeros. En esta columna dedicada a Berenguer, lo que procede es subrayar que la valoración que ayer jueves realizó de sí mismo está legitimada.

Demostró a propios y extraños que puede ser una pieza muy aprovechable, que posee fortaleza mental para no dejarse arrastrar por la problemática del colectivo y que, sin ser un especialista consumado en ninguna faceta del juego, sabe sacarle chispas a su repertorio. Le queda corroborarlo en el futuro.