EN el colegio le contaron que Núñez de Balboa fue "el primero" que vio a la vez los océanos Atlántico y Pacífico. Eduardo levantó la mano: "¿Los indios que vivían allí eran ciegos?". Ese era Eduardo Galeano, el escritor uruguayo capaz de leer en el interior de los seres humanos, contestatario hasta la revolución y amante acérrimo del fútbol del pueblo. De estar hoy vivo hubiese apoyado esta tarde al Athletic sin duda alguna. El sabe que los hombres de San Mamés no son ciegos, que han visto antes las costas del triunfo en la Supercopa. El año pasado, sin ir más lejos. De estar hoy vivo hubiese militado en la estirpe de quienes han protestado por llevar hasta Riyadh, esa tierra marcada a fuego por las viejas costumbres y los feos hábitos de vida, estos partidos. Hubiese firmado abajo la propuesta de Amnistía Internacional, que pide a los equipos que juegan la Supercopa un gesto en favor de los derechos de las mujeres en Arabia Saudí.

La afición del Athletic espera estar tarde con curiosidad cuál será la apuesta de Marcelino: si jugar con los pretorianos de la vieja guardia o apostar por los jóvenes revolucionarios, llamados a sujetar, más pronto que tarde, la antorcha de este club. Nada garantiza nada. El pase a la final no está más cerca de alcanzarse con los habituales perros de presa, como tampoco está garantizado un porvenir despejado con la juventud que aprieta, ¡y cómo!, desde abajo. La experiencia veterana versus el corazón salvaje, ese es el desafío que a estas horas previas debe estar boxeando dentro del pecho del técnico astur. Desde este Bilbao que le mira expectante solo cabe desearle piel dura y acierto.