EN un principio fue naufragio hasta que apareció la isla en el horizonte y se produjo el rescate. Visto así, el renacer de Bilbao en el último cuarto de siglo largo parece sacado de las páginas de Robert L. Stevenson, un escritor sumergido en las aventuras y las epopeyas. Encadenado como estaba Bilbao, Bizkaia entera, a un ayer de fraguas, fábricas y cadenas de hierro o de montaje, ver ahora cómo emerge una isla en su corazón es como si la libertad que llega consigo la hubiese traído la marea.

En la era de Greta, la joven elegida como abanderada del mundo verde (le han condenado a una infancia con asesores; a una agenda donde todo está medido y calculado, a la dictadura de una oficina de prensa donde no parece que encuentren un hueco para el juego y sí para hablar del efecto Greta Thunberg, con apenas 16 años a sus espaldas...), la isla de Zorro-tzaurre se suma a la larga marcha verde. Buscan ahora un modelo para que la isla se autoabastezca de energía limpia y eficiente, buscan una puerta de entrada para el tranvía, un medio de transporte green, como dicen los vanguardistas. Todo apunta a un lugar mágico revestido con un guiño de fantasía.

El ridículo duelo fallido con el falso labrador Tosilos (en realidad un lacayo del duque...) a causa de la honra mancillada de la hija de una dama de honor de la duquesa, la pretenciosa y boba Doña Rodríguez; la llegada de un carro con encantadores y magos, entre ellos el propio Merlín, que apareció una noche anunciando el encantamiento de Dulcinea en forma de rústica aldeana; la aparición de la condesa Trifaldi y su cortejo de damas barbudas solicitando la ayuda de don Quijote en la lejana isla de Candaya; el vuelo en el caballo de madera Clavileño? Todas esas fueron las aventuras de las que oyó hablar Sancho Panza antes de ser nombrado gobernador de la ínsula de Barataria. Aquella ilusión se desbarató. La de hoy, en Bilbao, tiene visos de consagrarse.