PABLO Casado vuelve hoy a hacer campaña en Euskadi ratificando el socorrido argumento de que el culpable siempre vuelve al lugar del crimen. No se me ocurre hasta dónde alcanzará la pirueta del presidente del PP en el caso de Euskadi en su trompo hacia otra propuesta diferente de la que le llevó a estrellar a su partido en las elecciones generales. Le esperan como agua de mayo -o quizá con auténtico terror- los y las candidatas que no fueron capaces de reconducirle siquiera un mínimo guiño en sus mensajes para ofrecer al electorado vasco algo que pudiera reconocer como propio. Hoy llega un político cuya credibilidad está tocada por el repentino cambio de discurso que pretende vender a los electores. Sus propuestas hasta hace dos semanas distaban de poder calificarse de centristas, como ahora intenta pergeñar. Pero nadie en la sucursal vasca de su partido puede reprocharle una estrategia de espaldas a ellos porque la hicieron propia. De hecho, con la excepción de Borja Sémper, que directamente se ha lanzado a una campaña sin sigla, las ofertas de las candidaturas populares siguen enmarañadas en los emblemas con los que intentó ganar el liderazgo de las derechas: seguridad, cuestionamiento de las ayudas sociales y endurecimiento del acceso a las mismas, señalamiento de los inmigrantes como un colectivo bajo sospecha y la rebaja fiscal, también en el nivel más local. Va a llegar hoy a Euskadi un Pablo Casado que, bien mirado, tiene el terreno abierto para hacer un discurso más progresista y respetuoso con la realidad vasca que varios de sus propios candidatos. Y, todo ello, en el que iba a ser el reino de Javier Maroto, hoy oculto en un oscuro rincón.