Cuando un amigo se nos va por el oscuro camino de la muerte, una se queda con las alas de la vida rotas, tocando el suelo, húmedas por el llanto derramado y se intenta remontar otra vez, pese a que el sol ha perdido su brillo aunque lo hayan ganado las estrellas.

Ha muerto Paul Agirre en Baiona, vasco conocido en Caracas, en tiempos en que se podía pasear por sus calles, sentarse en las terrazas y tomar aromático café, o sabroso jugo de mango y paperlón, o ricas arepas y cachapas de queso é mano... subir al funicular para observar las puestas de sol en lo alto del Ávila, y celebrar cada amanecer con regocijo porque cabía la esperanza de vivir y progresar, disfrutando libertad.

De esa libertad de la que Euskadi tenía hambre y sed. Por la que suspiraban nuestros mayores, que hubieron de dejarla, para emprender un exilio en la espera de que el golpista militar dejara de ejercer su tiranía sobre la patria bien amada. Tan larga fue la espera y tan activa, que la nueva generación, entre ellos Paul, decidió tomar el testigo de la reclamación libertaria. En el Centro Vasco de Caracas nacieron iniciativas: publicaciones periódicas reivindicativas, orfeón y grupo de danzas que mostraban el alma jubilosa y sentimental de los vascos cuando vivían en paz. Pero la organización más política que involucró a la nueva generación fue Egi Caracas que, entre sus actividades coordinadas y efectivas, puso en marcha una emisora clandestina en la selva venezolana, Radio Euzkadi.

Mucho, entre ellos Paul Agirre, se implicaron en aquella tarea que emprendieron Jokin Intza, J. J. Azurza, Xabier Leizasola, Pello Irujo e Iñaki Anasagasti. De anotar es que cuantos formaron el complejo entramado de Radio Euzkadi y sus emisiones cotidianas de reclamo de justicia en plan pacifista para nuestro país, lo hicieron con notable sacrificio de sus horarios familiares, laborales y de descanso. Nadie falló en su cometido. Paul tampoco. Nadie era el jefe, quizá Intza, pero operaban todos y cada uno bajo el mandato de la responsabilidad personal adquirida.

Cuando los aires de libertad soplaron sobre las olas del mar de Bizkaia con estruendosa alegría, mucha juventud del Centro Vasco, entre ellos Agirre y su familia, regresamos al país de los padres con dolor, pues nos costó dejar una Venezuela pujante, prometedora, dinámica, para entrar en el callejón de una Euskadi quebrantada: había que revitalizar partidos políticos, remozar instituciones, depurar ríos, renovar industrias, recobrar cultura y el idioma nacional. Las ikastolas desde la clandestinidad en que operaban, salieron a la luz. Nuestra generación les dio espacio.

Recuerdo a Paul vívidamente en el día del Alderdi, 1977, partiendo de casa donde había pernoctado, hacia un incierto y atrevido llamamiento de aparición pública del Partido Nacionalista, en el corazón geográfico sagrado de Euskadi, Aralar. Vimos llegar los primeros autobuses desde toda Euskadi, desfilar a las primeras agrupaciones de jóvenes de un Partido que si bien había mantenido un Gobierno en exilio, entre tantas cosas como hizo, tenía el marcaje de la clandestinidad de 40 años. Desfilaron los viejos gudaris de nuestra guerra perdida pero con la causa ganada y, al caer el sol en aquella tarde magna, aplaudimos al bus que nos llegaba de Bermeo, con sus briosas mujeres y hombres cantando, pese a las horas de encerramiento en el vehículo, causado por el denso tráfico.

Paul y Pello, mi marido, se dieron la mano, emocionados. Estamos en el buen camino, se dijeron, y fue la única pero gran recompensa por los trabajos hechos y por los que había que hacer desde ese momento en que ya teníamos en casa al venerable león de Nabarra, Manuel Irujo, y en que pensábamos traer al viejo lehendakari Leizaola, y celebrar un joven lehendakari. Sin Nabarra pero con el lehendakari escogido que la iba a representar en su persona. Que tal cosa queríamos los herederos del viejo reclamo fraternal vasco. Que no abarcaba cuarenta años, sino más de mil.

Recordando a Paul y miro con dolor la debacle actual de Venezuela que amamos como la otra patria y en la que nacieron nuestros hijos. Se lucha en las calles con las manos limpias de armas de fuego, contra tanquetas y hombres armados con fusiles. Un ministro del Interior, sin compasión ante el dolor de sus compatriotas, anuncia represión mayor. Al castigo del hambre, la desnutrición que asola a los niños, el deterioro de los servicios médicos, la falta de empleo, de seguridad, ante el exilio de más de tres millones de compatriotas, todo eso en un país rico por petroleo y tantas cosas más, el impresentable ministro habla del fallo democrático de la oposición, obviando el suyo, dictadura militar, que es abominable. Ignora que según Erich Fromm, el acto de desobediencia como acto de Libertad, es el camino de la Razón.

Me duele la partida de un doble compatriota, Paul Agirre, y la deriva de que sufre Venezuela, en el que vivimos nuestra brillante juventud. Se han ido, se nos están marchando, los viejos idealistas. Los grandes trabajadores por la causa de Euskadi. Aunque mucho han dejado como herencia como para ser olvidados. Creo como ellos que Libertad, Democracia, Derechos Humanos, deben ser nuestra reclamación constante. Y me voy recordando como consuelo los versos de Rabindrantah Tagore... que cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón os seguirá hablando. Goian bego, Paul adiskide maitia.