Al reflexionar sobre el pasado reciente de Bilbao y de su área metropolitana, –concretamente en torno a las décadas de los años ochenta y noventa del pasado siglo XX–, hubo una pregunta por encima del resto de cuestiones que me suscitó mayores inquietudes: ¿cómo fue posible salir de aquella catastrófica situación? Y, además, hacerlo a través de un arte en crisis: el de la arquitectura. Por otra parte, tratar de cuantificar cual fue la herencia que recibió Bilbao y su área de influencia tras cuarenta años bajo la dictadura de Franco resulta ser algo imposible de realizar porque fue tal el cúmulo de desastres que sobrepasa cualquier tipo de cómputo.
No obstante, las nuevas autoridades democráticas vascas vislumbraron de inmediato que los sucesivos gobiernos iban a verse hipotecados como consecuencia de aquella herencia, y lo harían durante décadas, imposibilitando cualquier tipo de iniciativa. Aunado todo ello a la desaparición, de la noche a la mañana, de la gran industria siderometalúrgica, naval y de bienes de equipo, además de las extraordinarias problemáticas urbanas que padecieron –Bilbao era la ciudad más contaminada de Europa– y los más que graves déficits en infraestructuras con que se encontraron dichas autoridades a lo largo de aquellas dos décadas.
El contexto fue aún más trágico con el paso de los años, porque además de aquella extraordinaria crisis económica también se produjo la consiguiente reconversión industrial y sus, por todos conocidas, perniciosas consecuencias. De facto, los medios de comunicación los tacharon de ser los peores años, tanto económicos como industriales, de su historia, y es que se encontraban al borde del colapso. Lo que le llevó a Bilbao a sufrir la crisis más devastadora del siglo XX; es decir, uno de sus momentos más críticos. Sumado todo ello a los actos de terrorismo, de violencia y de permanente crispación social que se vivieron, hicieron precisamente de la exitosa revitalización de Bilbao, para muchos, que tuviera la condición de milagrosa.
Arquitectura en crisis
Que las autoridades democráticas vascas tomaran la arquitectura como medio para viabilizar una anhelada transformación de cara a erigir el Bilbao del 2000, resultó ser para muchos una decisión no sólo sorprendente, sino también difícil de entender. Porque en esos momentos la arquitectura no sólo era un arte en crisis, con unas condiciones que precisaba para su desarrollo del todo inviables, sino que también cada vez más voces reclamaban una más que necesaria renovación urbana. Debido, fundamentalmente, a que, durante la dictadura franquista, se había hecho no sólo todo lo peor que se podía hacer, sino que también se había tocado fondo.
Sin embargo, aquella extraordinaria crisis obligó a un parón obligatorio, a un compás de espera, que les permitiría reflexionar a las autoridades vascas sobre cuál sería la mejor opción para la ciudad del futuro. Para los dirigentes vascos, –a finales de la década de los ochenta y principios de la década de los noventa–, era evidente que necesitaban de un instrumento (Bilbao Metrópoli 30), para llevar adelante su plan estratégico en el proceso revitalizador del Bilbao metropolitano del siglo XXI.
El objetivo de este plan no fue otro que tratar de transformar Bilbao y su entorno en una metrópoli de servicios, hacer de ella una moderna región industrial con proyección internacional y poder conectar Bilbao con las áreas más dinámicas de Europa. De hecho, plantearon varios requisitos para que aquel Bilbao metropolitano resultase atractivo: la regeneración del medio ambiente, la calidad del entorno urbano y la proyección cultural.
Arquitectura como instrumento de metamorfosis
Bilbao, en los años noventa, empezó a vivir un proceso histórico de transformación, pero no lo tuvo fácil, porque recuerden que fueron muchos (partidos políticos, sindicatos, prensa, asociaciones populares…) los que estuvieron en contra de aquellos planes institucionales e hicieron lo indecible porque no se llevaran a cabo. De hecho, hubo quienes tacharon aquel Bilbao proyectado de ser ciencia ficción, y otros, incluso se burlaron abiertamente de que nunca se llegaría a construir.
Empero, y a pesar de los numerosos obstáculos que tuvo que superar, la administración pública vasca prosiguió con su idea de ciudad, tratando de transformar aquella realidad. Efectivamente, a principios de los años noventa, se creó el gabinete de arquitectura, por parte del Ayuntamiento de Bilbao, con un claro objetivo: redactar proyectos arquitectónicos, promover exposiciones, organizar conferencias y difundir por el mundo la nueva arquitectura de Bilbao. Con ello se pretendió que la sociedad tuviese no sólo una visión global de lo que significaba, sino que también de todos los beneficios que llegarían a aportar a la ciudad.
En el mes de mayo de 1993 organizaron una exposición en el Museo de Bellas Artes de Bilbao con todos los proyectos que estaban en marcha bajo el título Arquitecturas para Bilbao y otra exposición sobre las propuestas previstas para Abandoibarra con el título Bilbao 2000. A finales de ese mismo mes también celebraron unas jornadas con el título Tradición e innovación en la ciudad moderna en las que tomaron parte los afamados autores de los proyectos: Norman Foster, autor del proyecto del Metro de Bilbao; Frank Gehry, padre del proyecto del Museo Guggenheim Bilbao; Santiago Calatrava, autor tanto del proyecto de la terminal del aeropuerto de Bilbao como de la pasarela de Uribitarte; Michael Wilford junto a James Stirling, autores del proyecto para la Intermodal; Federico Soriano con su proyecto para el Palacio de Música y de Congresos, sin olvidar al arquitecto municipal Elías Mas y a Blanca Brea, autores de las propuestas para los edificios municipales, además del profesor en Historia de la Arquitectura en Harvard y coordinador de las jornadas, William R. J. Curtis.
Aquellas jornadas, según la prensa, no hicieron sino invitar a soñar a todos los vizcainos porque en tan solo unos años dejarían de ver una villa en ruinas para verla transformada en una bella urbe europea. Porque todos estos prestigiosos arquitectos con sus proyectos no sólo estaban suscitando un sinfín de ilusiones y de cambios en la sociedad bilbaína, sino que también un aire totalmente renovador para la ciudad.
La visión de los arquitectos Durante aquellos días, tanto Norman Foster como Santiago Calatrava, afirmaron ante la prensa que Bilbao, en un futuro próximo, sería una de las ciudades más interesantes de Europa desde el punto de vista arquitectónico. Frank Gehry, por su parte, sostuvo que en Bilbao se estaba construyendo de un modo diferente. Aquella estética le tenía enamorado por su poderosa presencia. Foster, representante del High-Tech y codiciado autor internacional, sostuvo que aquella arquitectura sería clave para tratar de entender los cambios sociales que se iban a producir, además de ser el motor principal que los suscitaría junto a otras transformaciones internas.
Bilbao, según Foster, era un ejemplo inspirador para el mundo. A lo que añadió que las ciudades son tan buenas como lo son sus líderes, porque sin ese inspirado liderazgo de las instituciones vascas, era poco lo que los arquitectos podían conseguir para la sociedad. Calatrava consideraba, por su parte, por encima del resto de virtudes, el coraje que habían demostrado las autoridades vascas para llevar a cabo estos proyectos tan punteros y además hacerlo bajo aquel terrible contexto. La arquitectura atravesaba un momento vital. Consideraba Calatrava importante entender el significado social y la repercusión de las obras en la mejora de la calidad urbana y de vida. A lo que añadió que en arte no se podía hablar de ortodoxia y sí de libertad, algo del todo necesario para la expresión artística.
Wilford, por su parte, sostuvo que Bilbao era la única ciudad europea que regeneraba su centro y simultaneaba proyectos de tanta envergadura, rejuvenecía su casco urbano y concentraba en el centro todas sus actividades. Bilbao poseía un carácter único. Finalmente, el arquitecto municipal Elías Mas, subrayó que, en todos estos actos, a su vocación de encuentro cultural, había que sumar el deseo de promocionar la nueva imagen de Bilbao en el mundo.
Transformación estética y espiritual
Bill Lacy, director ejecutivo del premio Pritzker, sostuvo que se eligió Bilbao para la entrega de dicho premio en 1997, fundamentalmente porque en dicha ciudad estaban sucediendo toda una serie de apasionantes acontecimientos. El arquitecto noruego Sverre Fehn, al recibir el premio Pritzker en el Museo Guggenheim, meses antes de su inauguración oficial, afirmó que una ciudad como Bilbao –durante esos días capital mundial de la arquitectura– que invertía en una gran arquitectura, lo estaba haciendo en poesía para la vida de sus habitantes.
Porque no sólo la consideraba una ciudad fantástica, sino que también, la ciudad que se enfrentó a la muerte, y que de esa muerte surgía una nueva energía y que dicha energía la veía en la villa. La muerte de ese mundo industrial era refrescante y lo decía quien ya conoció en 1952 aquel otro Bilbao netamente industrial, siendo estudiante de la Escuela de Arquitectura de Oslo. Hubo historiadores que fueron más allá, al sostener, que aquella arquitectura de vanguardia no sólo llegaba para transformar la estética de la ciudad –proveyéndola de nuevos símbolos, dotándola de una nueva identidad– sino que también se suscitaría un cambio, además de económico y social, también espiritual porque les aportaría esperanza, al menos, a una mayoría de aquella sociedad largo tiempo desesperanzada.
El autor: Luis Bilbao Larrondo
Doctor en Historia, Departamento de Filosofía y Letras (Universidad de Deusto), diplomado en la Especialidad en Arte Contemporáneo Vasco por el Instituto de Estudios Vascos de la U.D. (Bilbao). Últimas publicaciones: ‘La vía científica en Bilbao durante el Franquismo: arquitectura, urbanismo y vivienda’, ‘El capital vasco en Madrid: la reivindicación de una moderna capital para España 1960-1975’, ‘Urbanismo en torno a la ría del Nervión: el Gran Bilbao 1945-1975’ y ‘La arquitectura de Bilbao en los años sesenta del siglo XX. La modernidad recuperada’.