Político del PNV y figura a recordar de la historia vasca del siglo XX, Julio Jauregui Lasanta (Bilbao, 1910 – Madrid, 1981) aparece ligado a algunos episodios tan inesperados como significativos: desde su intento de que Euskadi fuera declarada territorio no de guerra durante la Guerra Civil, hasta su intento de llevar a buen puerto un canje de miles de prisioneros que Franco terminó bloqueando; desde los encuentros tempranos con Txillardegi y Benito del Valle, en los inicios de ETA, hasta un favor personal concedido por el presidente franquista Luis Carrero Blanco en los últimos años de la dictadura. Esos cuatro momentos, relatados por su hijo —también jeltzale y una de las personas fundadoras de Sabino Arana Fundazioa— permiten reconstruir el perfil de un político que se movió con naturalidad en espacios que rara vez se tocaron.
Quien era diputado a Cortes en 1936, se mostró convencido desde los primeros compases de la guerra de que el conflicto estaba perdido para la República “por no poder hacer frente a un ejército profesional”. Por ello, Jauregui promovió una salida excepcional: tratar de convencer al enemigo para declarar “Euskadi como territorio no de guerra”. Para ello mantuvo conversaciones con dirigentes de derechas refugiados en Donibane Lohizune. La propuesta, que habría dejado el territorio fuera del frente independientemente de quién lo ocupara, no prosperó.
Como secretario general del Gobierno Vasco en Barcelona, participó en las negociaciones para un intercambio de varios miles de prisioneros entre ambos bandos, bajo la mediación positiva de la Cruz Roja. El proceso avanzó hasta que la decisión final de Franco lo dejó sin efecto. Durante este periodo también ejerció como comisario de Industria y juez especial para entender los sucesos en las cárceles de Bilbao, mostrando un perfil muy activo dentro del Gobierno Vasco desde la sombra.
Detenido por el Régimen de Vichy y confinado en un pequeño pueblo de Ardèche, Jauregui vivió allí un periodo en el que, según su hijo, a pesar de ello “decía haber sido muy feliz”, por la buena acogida tanto de sectores conservadores —que lo veían en misa— como de quienes, socialistas o comunistas, lo identificaban con su compromiso con la causa republicana. Antes y durante la guerra, dirigió la página social del diario Euskadi, redactando contenidos que reflejaban su interés por la justicia y la cohesión de la sociedad vasca. Más tarde dirigió la emigración vasca hacia América y trabajó en México como secretario de la Delegación de Euskadi y director del medio de comunicación Euzko Deya. Allí también publicó el folleto “Acusaciones sin fundamento” en 1945, defendiendo la posición del Gobierno Vasco en el exilio.
A su regreso a geografía vasca, establecido en el municipio labortano de Biarritz, en Iparraldea, mantuvo encuentros con algunos de los primeros militantes de ETA, entre ellos José Luis Álvarez Enparantza ‘Txillardegi’ y José María Benito del Valle. Buscó disuadirles de la vía armada en un momento aún inicial de la organización. “A juicio de mi padre, una lucha terrorista, armada, no tendría futuro y les solicitó un esfuerzo por la pacificación”, transmite a DEIA quien formó parte de la Asamblea del PNV de Gipuzkoa. Su contacto con ellos refleja la continuidad de su enfoque: “diálogo y realismo” –enfatiza Julio hijo- frente a la radicalización.
En los últimos años del franquismo, y por mediación de un amigo, José María Isasi, a quien la familia había protegido durante la guerra, contactó con Luis Carrero Blanco para solicitar permiso de entrada en Bilbao y visitar a su madre, que se encontraba cerca de la muerte. El almirante que más adelante fuera asesinado accedió, en un gesto poco habitual en aquel contexto.
Instalado en Madrid desde 1973, el PNV —con el apoyo de otras fuerzas democráticas— lo designó como representante en las negociaciones para el retorno a la normalidad parlamentaria. Antes de su fallecimiento, también participó en congresos y actividades académicas sobre identidad e integración de los vascos, mostrando interés por los debates históricos y sociales de su tiempo. “Aita era realista, un hombre de diálogo, así como de carácter fuerte”, define su hijo. Fue, finalmente, elegido senador en 1979, cargo que ocupó hasta su muerte en 1981. Sumaba 71 años de edad.