A lo largo del segundo quinquenio de la década de los años cincuenta, en Bilbao, en tiempos de la dictadura franquista, mientras en la prensa escrita el ministro de Trabajo, el falangista José Antonio Girón, reclamaba ante un nutrido grupo de arquitectos una arquitectura propiamente española, adaptada a las fisonomías más tradicionales de cara al nuevo Plan Nacional de la Vivienda, el arquitecto Carlos de Miguel, que por entonces dirigía la Revista Nacional de Arquitectura, constataba en un artículo algo terrible para quienes como él, tras la guerra, trataron de establecer una arquitectura apoyada en la tradición española. A esas alturas ya eran conscientes de haber perdido dicha batalla al constatar cómo a finales de los años cincuenta los arquitectos más jóvenes abogaban por las propuestas de los grandes maestros Le Corbusier, Walter Gropius, Mies van der Rohe, Louis Kahn, Richard Neutra, Marcel Lods, Alvar Aalto… que por entonces tanto admiraban.

El profesor Rafael Moneo sostuvo en una conferencia que la arquitectura moderna durante aquellos años se inició con el pabellón español en la Exposición Universal de Bruselas, obra de Corrales y de Molezun. Estos eran parte de una serie de arquitectos formados en los años cuarenta, que se encontraban libres de las servidumbres ideológicas. A lo que añadió que, en los años cincuenta, estos arquitectos con personalidad propia habían manifestado su deseo de rescatar una modernidad perdida durante la guerra y prolongada durante la postguerra. La nostalgia por lo moderno se convirtió a partir de entonces para ellos en una obsesión. ¿Cuál era el modo de entender la modernidad que los jóvenes arquitectos preconizaban a principios de los años sesenta? Moneo respondió que la arquitectura moderna entonces la identificaban con Mies van der Rohe o con el Arne Jacobsen del SAS Hotel de Copenhague.

Los arquitectos viajeros

El arquitecto bilbaino José Sans Gironella, tras viajar por varias ciudades de Europa a lo largo de 1957 –algo, por otro lado, nada habitual durante la dictadura–, llegó a proponer reivindicar al menos un retazo de aquella arquitectura que vio en la celebérrima Interbau de Berlín que constó de tres partes: la reconstrucción del barrio Hansa, el pabellón de La ciudad del mañana, y una exposición internacional de obras y materiales de la construcción.

Aquella solución en vivienda planteada en el barrio de la Hansa por alguno de los arquitectos más reputados a nivel mundial –si bien destacó de entre todas las propuestas, la obra de Alvar Aalto– o aquella otra que vio en la ciudad de Frankfurt, en un espacio reducido, con bloques de doble crujía, de cuatro plantas, con pequeños patios de manzana, con sus pasos de servicio abriéndose a pequeñas calles con sus aparcamientos, y con una pequeña jardinería que creaba bellas perspectivas para sus habitantes, era el modelo que Sans propuso para Bilbao. Con aquellos pequeños pórticos exentos, que cerraban a poca altura los bloques abiertos, buscando espacios cerrados y pasos cubiertos para que sus habitantes pudiesen trasladarse a sus quehaceres sin sufrir las inclemencias del mal tiempo. Él creía que la solución pasaba por un mayor aprovechamiento del suelo, con una arquitectura a escala humana, con edificios de poca altura, de doble crujía y ocho viviendas por escalera, con un contacto más íntimo y humano entre sus habitantes. Según Sans, los arquitectos bilbainos tenían un enorme campo de experiencias y enseñanzas ante sí con la prevista construcción de varios polígonos residenciales alrededor del Nervión.

Rufino Basáñez, en su estudio. Cedida por su hijo Paul Basáñez

Arquitectos bilbainos como Domingo Martín Enciso que en 1957, recién licenciado, viajó por Europa en donde vio la chapelle Notre Dame du Haut de Ronchamp de Le Corbusier o su propuesta de l’Unité d’Habitation que le dejaron absolutamente maravillado. Lo mismo les sucedió a Javier Aristegui o José Antonio Cirion en sus viajes de estudio. Javier Ispizua identificaba la arquitectura de entonces con Le Corbusier y su Carta de Atenas, así como con Mies van der Rohe y Alvar Aalto. Existió una generalizada aversión entre aquellos jóvenes arquitectos contra todo lo clásico.

Rufino Basáñez y su propuesta de viviendas

En esa misma línea, el joven Rufino Basáñez planteó un proyecto inédito en el barrio de San Ignacio: un grupo de viviendas sociales –grupo Pedro Astigarraga–, que diseñó junto con los arquitectos Julián Larrea y Esteban Argarate para la sociedad Viviendas Municipales Sociedad en Comandita. En 1957 ganaron el concurso para edificar 1.186 viviendas sociales distribuidas en catorces bloques de diferentes alturas, sobre 38.000 metros cuadrados en torno a la Avenida del Ejército.

Bilbao sufría entonces, entre otros trágicos problemas, que más de 125.000 habitantes vivían de habitación y más de 40.000 lo hacían en edificaciones clandestinas. Ante dicha tesitura, tanto Basáñez como Larrea viajaron por Europa para estudiar tanto las políticas reconstructivas tras la guerra como para vislumbrar qué tipo de arquitectura residencial se desarrollaba en el viejo continente. El fin no fue otro que tratar de resolver el grave problema de la falta de viviendas en Bilbao, pero bajo un prisma vanguardista.

Viajaron, de facto, por aquellas ciudades más afectadas por la guerra: por Francia, Bélgica y, sobre todo por Holanda, como fue el caso de Rotterdam. En esta ciudad quedaron tan fascinados como sorprendidos por el tipo de proyectos que planteó el arquitecto Henk Niemeijer junto a su socio Jan Lucas. En 1950 fundaron el estudio Niemeijer&Lucas y llevaron a cabo numerosos grupos de viviendas en los años de reconstrucción además de erigir grandes centros comerciales. Por ejemplo, el grupo de viviendas Gijsinglaan o el centro comercial DeZijpe, Pendrechtse Lijnbaan. Otros arquitectos que destacaron por sus propuestas durante la posguerra en Rotterdam fueron H.A. Maaskant, W. van Tijen, van der Broek, Bakema, H.D. Bakker, E.F. Groosman, J. Denijs, de Longe o Stam-Beese, entre otros.

Al volver de su viaje, Basáñez comentó a sus compañeros de estudio que iba a plantear una arquitectura diferente a la que diseñaron para ganar el concurso y que en Bilbao desconocían. Todo el proyecto lo llevó de manera muy personal Basáñez, al que sus compañeros de estudio le dejaron hacer. El proyecto se vio en un momento dado trastocado dada la urgente necesidad de capital para Viviendas Municipales. Al vender alguno de los solares propiedad de dicha sociedad vieron reducidas drásticamente todas sus expectativas, en cuanto al número de viviendas a construir.

Dos bloques residenciales de 45 y 50 viviendas respectivamente con tres plantas de altura, del Grupo Pedro Astigarraga, situado en Ibarrekolanda. Archivo Viviendas Municipales de Bilbao

Finalmente, tan sólo pudieron plantear un bloque de doce plantas de altura con 132 viviendas y dos de tres alturas con 45 y 50 viviendas, respectivamente. Para el acceso en el bloque principal diseñaron unas comunicaciones en vertical y lo hicieron a través de dos cajas de escaleras, una incorporada al edificio y la otra exenta. El acceso a las viviendas se ejecutó a través de unos corredores o pasillos exteriores. Las viviendas eran del tipo subvencionadas pues se trataba de viviendas económicas, con un sistema en dúplex, dado que era una solución mucho más económica que la tradicional además del más que señalado recurso que utilizó Basáñez de la fachada exenta y de la brutalidad del hormigón visto, aparte de las cubiertas horizontales. Este proyecto causó tanto asombro como cierta consternación, porque una vez más los arquitectos bilbainos tuvieron que buscar en el extranjero aquella modernidad que tanto anhelaban y que no eran capaces de encontrar en su propio país.

La respuesta desde Bilbao

La respuesta dada por el público, por lo general conservador de aquel Bilbao ante esta, por qué no decirlo, desafiante propuesta, fue no sólo de desprecio e incomprensión hacia la obra, sino que también de considerables dicterios contra sus autores. Pero, ¿qué se podía esperar de unos arquitectos y críticos del arte, quienes, en su mayoría, no eran capaces siquiera de entender el cada vez más que conspicuo arte abstracto, al que lo mismo vituperaban que trataban de desdeñar siempre que tenían ocasión? Esta actitud retrograda evidenciaba que carecían de una mínima cultura arquitectónica.

En cambio, desde algunas reputadas revistas de arquitectura de varios países europeos, de la misma hubo un evidente interés por aquel más que relevante proyecto pues les mandaron cartas en las que solicitaban a sus autores tanto la memoria como planos e imágenes con el fin de que estas pudieran ser publicadas. En aquellos años de desconcierto y de crisis de valores, hubo quienes sostuvieron que tratar de reproducir los proyectos de los grandes maestros, a los que aún tachaban de ser capaces de suscitar innovadoras tendencias en la arquitectura contemporánea, era la única manera de adquirir aquella más que anhelada modernidad. José Antonio Coderch ya sostuvo que, por entonces, el joven arquitecto luchaba con entusiasmo por tratar de imponer las nuevas ideas en un mundo inmóvil, provisto como estaba este de un espíritu rebelde contra lo tradicional. El fin no fue otro que tratar de acabar con los ya considerados como viejos conceptos. Al tiempo, comprendieron que los genios de la arquitectura serían los únicos capaces de sacar a una indolente humanidad de su rutina.

El autor: Luis Bilbao Larrondo

Doctor en Historia. Algunos de sus últimos libros y artículos son ‘La vía científica en Bilbao durante el Franquismo (arquitectura, urbanismo y vivienda)’ (2023), ‘La arquitectura de Bilbao en los años sesenta del pasado siglo XX: la modernidad recuperada’ (2023) y ‘El capital vasco en Madrid: la reivindicación de una moderna capital para España’ (2022).