La cartelera de cine anuncia estos días la película Núremberg, protagonizada por Russell Crowe, una superproducción estadounidense que recupera el debate sobre la responsabilidad moral y política en los crímenes políticos del siglo XX. Su estreno ha reactivado, de manera indirecta, episodios menos conocidos relacionados con aquellos juicios, entre ellos el intento poco estudiado del Gobierno vasco en el exilio –presidido por José Antonio Aguirre– de que los bombardeos de Durango y Gernika fuesen tenidos en cuenta en la acusación contra mandos de la Luftwaffe, en especial contra Hugo Otto Sperrle (1885-1953), conocido por ser uno de los mandos de la fuerza aérea nazi Luftwaffe durante la Segunda Guerra Mundial. Asimismo, fue uno de los comandantes de la Legión Cóndor, unidad específica enviada a asesinar durante la Guerra Civil y junto al bando golpista.
En 1947, Aguirre, entonces exiliado en París, remitió un documento de varias decenas de páginas al Tribunal Militar Internacional. Su contenido, difundido también en la contraportada de Euzko Deya, órgano oficial de la diáspora vasca en países de América, detallaba el papel desempeñado por la Legión Cóndor en Euskadi y pedía que sus responsables fueran juzgados como autores de crímenes contra la Humanidad. En su escrito afirmaba que la guerra española había sido utilizada por Alemania como “banco de pruebas para los pilotos y las tropas alemanas”, una idea reiterada en varios pasajes y central en su acusación contra el mariscal Hugo Sperrle.
El documento incluía un relato minucioso del bombardeo de Durango el 31 de marzo de 1937, descrito como una operación dirigida a causar daño directo a la población civil. Aguirre sostenía ante los jueces que “aquella incursión alemana” –ahí el presidente vasco erró, porque los nazis no bombardeadon la villa; fueron los fascistas italianos de Mussolini– tuvo como resultado la “destrucción de tres iglesias… donde se celebraban oficios religiosos en el momento de la caída de las bombas”. El de Getxo añadía que “el sacerdote oficiante y numerosos fieles yacían entre los muertos, junto con doce religiosas”, y denunciaba que los aviadores “persiguieron a la población civil, ametrallándola en vuelos a ras de suelo y arrojando granadas”. Las cifras aportadas en el escrito hablaban de 127 muertos inmediatos, cerca de un centenar de fallecidos posteriores y trescientos heridos. Hace breves fechas, un estudio de Jimi Jiménez para Gerediaga Elkartea dejó por sentado que fueron 213 personas asesinadas durante los raids que asolaron Durango durante varios días. Al menos, esa cifra está contrastada con identidades. No fueron 336, como se creía hasta ahora. Muchos nombres se repetían o habían llegado al cementerio de Santikurutz de otros lugares del frente.
El lehendakari citaba también las declaraciones del cónsul británico en Bilbao y de una delegación inglesa que recorrió la zona tras los bombardeos. Según su testimonio, ambos habían protestado públicamente contra “este crimen contra la Humanidad”, expresión que Aguirre recuperó, además, en una carta que remitió en francés para subrayar que la ofensiva aérea no respondía a objetivos militares, sino al ensayo de nuevas tácticas de guerra.
Menos de un mes después, el 26 de abril de 1937, la aviación alemana –apoyada por la italiana- lanzó el ataque que Aguirre calificaba como “el crimen más espantoso cometido contra la Humanidad en aquella época”: el bombardeo de Gernika. La carta presentada en Núremberg describía la villa como “esencialmente pacífica y sin objetivos militares”, y recordaba que aquel día de mercado multiplicó la presencia de civiles en las calles. El lehendakari relataba que el bombardeo, de tres horas y media de duración, fue ejecutado en relevos sucesivos por escuadrillas de la Legión Cóndor, y que las víctimas fueron “al menos dos mil, en su mayoría mujeres, niños y campesinos”. Subrayaba, además, el carácter experimental del ataque: “Gernika marcó el comienzo de una serie de crímenes inhumanos que habrían de repetirse en Rotterdam, Coventry o Lidice”.
Aguirre reforzaba esta afirmación con una referencia especialmente significativa para el Tribunal: las palabras atribuidas al Comandante en jefe de la Luftwaffe Hermann Göring durante su cautiverio, quien habría reconocido que el bombardeo de Gernika fue “una experiencia necesaria para la aviación alemana”. Este detalle buscaba conectar directamente la destrucción de la villa vasca con la cadena de mando nazi juzgada en Núremberg.
En el tramo final del escrito, el lehendakari afirmaba que los crímenes cometidos contra la población vasca no podían desligarse de la responsabilidad jerárquica. “La Legión Cóndor era una unidad del Ejército alemán, mandada por generales de la Wehrmacht”, recordaba, y sostenía que Sperrle no podía alegar obediencia debida ni disciplina castrense para eludir responsabilidades, pues “el hecho de haber actuado según las instrucciones de su Gobierno no le exime de su responsabilidad criminal”.
Pese a la abundancia de documentación presentada, los jueces de Núremberg no incorporaron formalmente los bombardeos de la Guerra Civil, al ceñir su jurisdicción a los crímenes cometidos durante la Segunda Guerra Mundial. Aun así, la iniciativa del lehendakari quedó registrada como uno de los primeros esfuerzos institucionales por situar los ataques de Durango y Gernika en el marco internacional de crímenes de guerra y contra la Humanidad. Sin embargo, a quien destruyó la villa foral, en Núremberg se le declaró inocente en 1948 de todos los cargos y quedó en libertad absuelto.