Un compromiso no demasiado ambicioso permite que la cumbre climática de Bakú (COP29) no concluya con un fracaso sonoro pero no despeja los temores de que la evolución de los hechos conduzca a una fractura de la cooperación contra el calentamiento global incluso a corto plazo. Los importes comprometidos por los Estados más desarrollados para sufragar el coste de la contención del impacto climático en los países con menores posibilidades están lejos del consenso científico sobre el coste real del esfuerzo pero no parece haber margen de mucha mayor orientación de los fondos de quienes realmente se han comprometido con ello. Esto se reduce a las principales economías occidentales y a Japón, pero persiste la espada de Damocles de la previsible actitud de la nueva administración estadounidense de Donald Trump y la falta de una implicación de los gigantes asiáticos acorde a su capacidad económica. La lucha contra el cambio climático no puede ser una cruzada europea acosada por el silencio de China e India, la indolencia de Estados Unidos y la exigencia de sostenibilidad del eje sur del planeta. En este marco, lo mejor que se puede decir de lo sucedido en Bakú es que no ha frustrado todas las posibilidades de combatir el calentamiento global y que deja para la COP30 en Brasil un horizonte en el que los compromisos necesitan más garantías. Será una cita en un país clave en términos de dimensión ecológica y perteneciente al sur que se desempeña entre las carencias propias de un desarrollo socialmente desequilibrado y el riesgo constante de sobreexplotación económica de sus recursos. Un factor que debe introducirse en los debates y no sufrir el mismo camino que el objetivo de descarbonización, que ha pasado de ser una condición imprescindible a no figurar en las conclusiones de la COP29 por obra y gracia de la presidencia azerbaiyana, segundo país productor de petróleo que acoge consecutivamente y, en cierto modo orienta, una cumbre climática tras Arabia Saudí. Las crisis climáticas y su impacto social y económico en forma de inundaciones, sequías, pérdidas humanas y riesgo de hambrunas alcanzan a todos los implicados –en Reino Unido cuentan aún las víctimas de la tormenta Bert–. Pero, tras Bakú, las voces más sonoras vuelven a ser las negacionistas por propio interés. l
- Multimedia
- Servicios
- Participación