LLOVIÓ sobre mojado el domingo en La Concha cuando un evento deportivo público fue utilizado como escaparate de un relato victimista sobre los presos de ETA que cumplen condena por sus crímenes. Reflejo de una sociología dispuesta a obviar la ilegitimidad de la violencia pasada y de las dificultades de asentar una convicción ética mientras siga acosada por un relato edulcorado del terror. Es triste comprobar este extremo en la convicción de quien individualmente sostiene la voluntad de elevar a emblema a un homicida pero más grave es la actitud del secretario general de EH Bildu. Arnaldo Otegi desmiente todo compromiso ético formalmente proclamado contra la violencia cuando aplaude el ensalzamiento público de personas condenadas por practicarla. Atribuir sin empacho la condición de preso político a los condenados por terrorismo vuelve a pretender minimizar, dotar de un contexto justificador a su legado de sangre. No es tanto un paso atrás como la evidencia de que la escenografía de los pretendidos pasos adelante es esencialmente instrumental. En ese sentido, hay una responsabilidad directa del conjunto de participantes en la coalición EH Bildu por el modo en que comparten la estrategia de imagen de la pretendida marca blanca de la “izquierda independentista vasca”. La escenificación de su propuesta de progresía social pop trabajada en torno a la marca oculta en sus entrañas el incuestionado diagnóstico, estrategia y voluntad de Sortu, que está en su derecho de beber de la cosmovisión del socialismo revolucionario de clase que derivó en los modelos autárquicos del siglo XX, pero que no tiene derecho a diluir los principios éticos de respeto y convivencia como lo hace con estos guiños a lo más radical de su militancia. El maquillaje de esa realidad que afea a la izquierda radical no soporta más el paso del tiempo. Cuando Mertxe Aizpurua califica de “esteril” este debate o Maddalen Iriarte lo desvía hacia la política penitenciaria pretenden que se pase página cuanto antes, hurtar a la ciudadanía vasca el compromiso ético que le deben como electas en democracia. La izquierda radical oculta esa incapacidad denunciando una campaña política contra ella pero es Otegi quien hace política con su relato victimizador de los verdugos. No pretenda que la sociedad vasca mire hacia otro lado para no percibir su pérdida de maquillaje.