Bilbao -Gritó, gritó y gritó Caleb Ewan, rabioso, eufórico y extasiado en su victoria al esprint en Pesaro. Bramó con los ojos cerrados, apretados los párpados de felicidad. Como sorprendido. Al fin. Desencadenado. “Esta victoria significa mucho. Tengo mucha presión para ganar carreras ahora. La diferencia es la expectativa de ganar. Para mí, ganar el Giro significa un mundo”, subrayó Ewan. Rompió el australiano la barrera del sonido con sus pulmones después de remontar a Pascal Ackermann, que se pegó tanto a la valla que dio la impresión de quedarse pegado a modo de un velcro, y batir a Elia Viviani, que es un esprinter con cierto aire de melancolía en un Giro que le niega ondear la bandera de Italia que le decora el cuerpo. Ganó una vez Viviani y la victoria se la quedó, de rebote, Fernando Gaviria porque los jueces detectaron un irregularidad del italiano. “La victoria le pertenece”, dijo entonces el colombiano. Gaviria recibió el presente con tristeza. El colombiano se retiró el viernes, antes de la pirotecnia de Pello Bilbao en L’Aquila, y Viviani piensa hacerlo en breve porque al Giro apenas le quedan dos días para disfrutar de la velocidad ante de casarse con las montañas. Por eso, hacia Pesaro, en la película más larga del Giro, 239 kilómetros, los velocistas imaginaban otro duelo. Borrado de la ecuación Gaviria, el asunto se resumía a un trío: el forzudo Ackermann, dos victorias en el zurrón, el menudo Ewan y el desilusionado Viviani, que no le coge el hilo a la velocidad, tan esquiva ella.

En la recta que remataba el día, tras la clásica curva diseñada con el lápiz del riesgo made in Italy, se personaron los tres. Ackermann, decorado con la maglia cicclamino, desenfundó el primero por el costado izquierdo, en paralelo a la valla. Ewan, un esprinter de bolsillo, menudo, compacto, potentísimo pero con el tranco corto, se cosió a la espalda de culturista del germano, que arrancó un camino sin retorno. Adrenalina y peligro en el mismo enunciado. Percutió, coceando los pedales, confiado en su currículo en el Giro y sus victorias contundentes. Ewan, explosivo, una hombre bala, adoptó la posición de ataque. Felino. Cargó el peso sobre el manillar y se disparó en un acto de rebeldía y redención. Para cuando Ackermann atendió el ángulo muerto de su retrovisor, el australiano, espídico, le adelantó sin intermitente. Por la derecha. El alemán no tuvo tiempo de reaccionar. No tenía más marchas. Se le arrugó la nariz. Bajó los hombros. Hasta Viviani, en desacuerdo consigo mismo, peleado con el tacto necesario en esprints, superó al alemán, que calculó mal. Desfondado. Exceso de confianza. Ewan, que ansiaba agarrar al fin una victoria, no se desvió de su misión y gritó a los cuatro vientos su logro. Después se tapó la cara, se agarró la cabeza y celebró su gol al lado del mar en Pesaro, que espera a los bañistas si al sol le da por salir en el Giro, que de momento, a la espera de que escampe, son tonos grises en el cielo y caídas. Demasiadas.

tensión en la bajada La lluvia, que tira los dados, asomó en el tramo final de la jornada, que era un laberinto de curva y contracurva. Sin rectas. El garabato de un niño. Italia fabrica deportivos y bólidos porque en realidad sus carreteras son un circuito maravilloso. A los favoritos, la estampa no les entusiasmaba después de ver tantas caídas en la carrera. Menos si cabe esperando a la crono de San Marino, que puede marcar el destino del Giro antes de que se adentre en las alturas. Reducidos Frapporti y Cima, que se comieron 200 kilómetros de asfalto, la merienda de muchos días, y enjaulados Ciccone, Bidard y Vervaeke, que agitaron la coctelera antes de que asomaran los velocistas, los favoritos se agruparon en la cabeza con San Marino en la mente, que no es un lugar para el líder Valerio Conti, de rosa pero sin demasiado cartel. Las letras doradas pertenecen a otros. Mikel Landa, bien situado, miraba a Primoz Roglic. El esloveno, al frente. Vincenzo Nibali no perdía el hilo. A Miguel Ángel López le cuida Pello Bilbao y Simon Yates poseía el carruaje del Mitchelton. Nadie quería tener un final trágico como el de Paolo y Francesca en Gradara, historia que narró con pasión Dante Alighieri en el Canto V del Infierno.

La fortaleza de Gradara, que siglos atrás ocuparon los Malatesta, los Borgia, los Della Rovere y los Medici, observó el frenesí de los favoritos para otear la serenidad de Pesaro, cuna del maestro Gioacchino Rossini, uno de los más célebres compositores de ópera. Su popularidad le hizo asumir el trono de la ópera italiana en la estética del bel canto de principios del siglo XIX, género que realza la belleza de la línea melódica vocal sin descuidar los demás aspectos musicales. A Ewan, que no es precisamente un velocista ortodoxo, más bien un potro salvaje repleto de intensidad y de potencia en un frasco pequeño, encontró en Pesaro la partitura ideal. Música celestial. Se desconoce si Ewan tiene dotes para el canto el bel canto. El australiano elevó los decibelios a tope para estallar con potencia. Ewan dio el do de pecho.