Pálido, traslúcido, la niebla hecha carne, espectral, Jonas Vingegaard era un ser o no ser en el Dauphiné. El danés en el reino de Hamlet. Puro Shakespeare. Vingegaard, el príncipe, coronó al rey, Primoz Roglic. El danés es el heredero natural del esloveno en el Jumbo, pero sobre el teatral Plateu de Salaison, un puerto magnífico, rotundo, cortante, de una belleza cruel bajo un sol crepitante, pareció más monarca que príncipe.

Vingegaard elevó a hombros a Roglic, que hizo cima, otra cúspide en su excelente currículo. Conquistó el Dauphiné, el ensayo general del Tour, agarrado de la mano de Vingegaard, que se quedó con la etapa después de intercambiar gestos de complicidad con su líder, el jefe de una carrera dominada por el Jumbo, tremenda su dictadura entre Van Aert, Vingegaard y Roglic. La Santísima Trinidad. El Jumbo quiere el Tour. Desde el Dauphiné avisaron a Pogacar, el emperador de la carrera francesa, que disputará el Tour de Eslovenia para afilarse de cara a la Grande Boucle.

En la última montaña del Dauphiné, plegada con la papiroflexia del esfuerzo la Colombiere, majestuosa su presencia, Vingegaard, segundo en el Tour del pasado año, el que no pudo concluir Roglic por una lacerante caída, se mostró en plenitud. La misma pose que el sábado, cuando impulsó el asalto de Roglic al liderato.

En el cierre del Dauphiné se ausentó Enric Mas, caído en desgracia, el hombro dañado y dolorido desde el jueves. Prefirió cuidarse. El Tour respira dentro de tres semanas, demasiado próximo para adoptar riesgos innecesarios. Mas no tomó la salida en la capitulación del Dauphiné, que sublimó a Vingegaard y Roglic y puso en órbita al Jumbo, que fagocitó la carrera de punta a punta.

¿ESPERÓ VINGEGAARD A ROGLIC?

En el banquete de despedida, por momentos, se intuyó que Vingegaard, vigoroso, esperaba a Roglic cuando ambos descabalgaron a Ben O'Connor, que cerró el podio del Dauphiné, una fiesta del Jumbo, tras el esloveno y el danés. Fueron apenas unos retazos, una bici de distancia que se colaba entre Vingegaard y Roglic en algunos momentos de la intrincada subida. Nunca se sabe cuándo empieza todo. En qué instante prende la chispa adecuada y se voltea la historia. ¿Esperó Vingegaard a Roglic?

Esos fotogramas entre el danés y el esloveno conectaron con relaciones más o menos recientes como las de Froome y Wiggins en el Tour de 2012 hasta que se produjo el sorpaso del británico nacido en Kenia. Froome era más fuerte que Wiiggins, pero respetó la jerarquía aunque no dejó de mirar hacia atrrás. En el Giro de 2015 sucedió algo similar con un pletórico Landa y con un menguante Aru. El alavés tuvo que enjuagarse las lágrimas y tragar bilis. Esperó a su líder, que era más débil que él. Le protegió para ser segundo en aquel Giro. Landa fue tercero.

EXHIBICIÓN DEL JUMBO

En Plateu de Salaison un hilo invisible vinculó a Roglic y Vingegaard con esa clase de relatos. Tal vez pudo ser algo similar. Nadie sabe si el esloveno pisó los límites que se intuían. El rostro de ambos, jugadores de póker excelentes, no concedió ninguna pista al respecto. Ni muecas ni gestos. Ascendieron en apnea, rostros inexpresivos, después de que Kruijswijk debrozara el grupo del que colgaban Chaves, Haig y O'Connor. La fuga anterior era historia.

Después, el danés se agitó y solo Roglic pudo seguirle el rastro. Compartieron el resto de la ascensión. Vingegaard cuidó de él. Nanny. Le meció. Bizqueó para que no se despegara de su sombra. Roglic le agradeció el gesto. O'Connor se balanceó en el retrovisor. En el sidecar del Jumbo las órdenes eran nítidas. Regalo mutuo en Plateu de Salaison. Para Vingegaard la etapa y para Roglic el Dauphiné. El príncipe coronó al rey.