El Madrid de 2111 sirve a Rosa Montero (Madrid, 1951) para plantear, con una intriga como siempre trepidante, el riesgo que asume la humanidad al desarrollar una Inteligencia Artificial que no seremos capaces de controlar. Pero también para hablar sobre la identidad, la felicidad y el sentido de la vida.
Cómo van a echar de menos los lectores a Bruna Husky...
—¡Yo también! Han sido 17 años con ella, el personaje con el que más me he identificado. Siempre lo he sentido muy cerca, con esa obsesión por el paso del tiempo. La inmensa mayoría de los humanos viven como si fueran eternos menos un puñado de neuróticos, como Woody Allen o yo, que no soltamos el taxímetro del tiempo.
Nueve años, un mes y doce días.
—Yo he hecho esos cálculos. Afortunadamente no sé cuándo me voy a morir pero, por ejemplo, con 10 años calculaba el doble de mi edad: 20 años, me queda mucho. Con 15, con 20… Tiene mucha gracia: las novelas nacen del inconsciente pero me han dicho que la he convertido en mí: de 1,60 metros de altura y que, para más inri, empieza a escribir.
¿Por qué terminar aquí?
—Animales difíciles tiene la intriga más oscura e inquietante, y habla de un peligro real de nuestro mundo. Aparte de tener que resolver esa intriga, Bruna se enfrenta a su propio conflicto. Antes era una clon humana de combate, de dos metros y muchísima fuerza; ahora tiene el cuerpo de una tecnohumana de cálculo, un alfeñique. Ese reto de adaptarse me ha permitido investigar la identidad. Es una novela sobre el conflicto de saber quién y qué es uno, y cómo depende de la mirada de los otros.
No se lo ha puesto fácil.
—Los dos retos son brutales, es la novela más épica de la pobre Bruna. En cuanto empecé a escribirla vi que me era imposible hacer otra a esta altura y no voy a hacer historias menores. Dije que nunca la mataría y creo que la dejo en un buen lugar. Es uno de los finales más luminosos de todos mis libros: por primera vez acepta el riesgo de las emociones y los sentimientos, de amar y ser amada.
¿De dónde surge Bruna?
—No tenía una historia tan larga, ni sabía cuántos libros iba a haber; lo único que quería era crear un mundo propio con personajes estables que pudiera visitar cuando quisiera. Para crear un mundo de ciencia ficción tienes que inventar hasta el más mínimo detalle; es un juego maravilloso, te sientes una diosa. Enseguida surgió el personaje, tan cercano a mis angustias desde el principio y que ha ido creciendo y evolucionando.
¿Qué le atrae de la ciencia ficción?
—Es maravillosa; te da una herramienta metafórica poderosísima para hablar del aquí y del ahora. Hay un prejuicio en España tremendo. Por desconocimiento se cree que trata de marcianitos, de temas fríos y sin emociones, cuando es todo lo contrario, te permite profundizar en la realidad. Mis novelas de Bruna son las más realistas y reconocibles del mundo actual.
Esos mundos que dibuja, ¿cuánto tienen de imaginación y cuánto de investigación?
—No investigo para la novela pero me encanta la ciencia, leo muchísima divulgación científica. He intentado desarrollar un mundo que sea posible e incluso probable. Muchas de las cosas, que parecen de una invención loca, son reales. El ascensor espacial que hay para llegar a las islas flotantes de la estratosfera parece una fricada pero en internet encuentras hasta los planos, porque hay una empresa japonesa que lo está desarrollando para 2065. Y el material con el que está hecha la capa de invisibilidad que usa un terrorista existe.
“La humanidad está en juego”, acompaña al título. ¿Tan dramática es la situación actual?
—Mucho. De lo que habla es de uno de los peligros de la inteligencia artificial, una revolución tecnológica como jamás antes se ha visto y que avanza a un nivel exponencial bestial. Tiene tres niveles de peligro: el primero, el más básico, es el de la pérdida masiva de empleo que, aunque suponga dolor social, es el menos preocupante. El siguiente es de la manipulación de nuestro cerebro y ese es peligrosísimo. Un Musk cualquiera, puede, y ya lo está haciendo, manipular nuestras cabezas con sesgos cognitivos, hacernos perder el principio de realidad… La manipulación mental es gravísima. Hay neurocientíficos, comandados por Rafael Yuste, que llevan años pidiendo que se declaren los neuroderechos: a que nadie se meta en tu cerebro sin que tú lo sepas, a que no nos manipulen…
Y hablaba de un tercer nivel.
—La Superinteligencia, a la que dicen los expertos que llegaremos en 50 años y ya se está autoeducando. Va a ser infinitamente más inteligente que la nuestra; no vamos a saber entenderla ni controlarla. Para ella seremos hormigas. ¿Saben lo que es un ser humano? No. ¿Nos pueden decir que no pisemos los hormigueros? No. No tiene nada que ver con los libros de la mala ciencia ficción, con robots perversos; eso es antropomorfismo y estupidez. Va a ser completamente indiferente a nosotros, seremos átomos de carbono. Geoffrey Hinton, el último Nobel de Física, abandonó en 2023 Google, donde trabajaba, piensa que puede llevarnos a la extinción. El filósofo sueco Nick Bostrom dice que crear una inteligencia superior a la nuestra es un error evolutivo básico. Y de ese peligro habla la novela.
¿Y por qué no se le pone freno?
—Por avaricia; ahora mismo hay una carrera loca porque se están jugando miles y miles de billones de billones de euros, además del poder que eso conlleva. El ser humano es de una inmadurez total; somos como niños pequeños jugando con bombas. Y están también los científicos; la película Openheimer lo muestra muy bien. Parte de ellos intentan no ver el problema porque está el placer de investigar y el narcisismo de ser yo quien descubra las cosas. Construyeron una bomba que iba a destruir la humanidad, y les daba igual.
Ahí estaban el lunes, en la investidura de Trump, las empresas tecnológicas que lideran esa carrera. Como Eternal en su novela.
—Terrible. Lo que he ido escribiendo en mis novelas de Bruna Husky se ha ido cumpliendo. Esta novela la entregué en julio y entonces no se sabía que Ellon Musk iba a dar este paso adelante en la política directa.
¿No es lícito aspirar a terminar con el dolor, el sufrimiento, las enfermedades o el paso del tiempo?
—Totalmente; los partidarios más feroces de la IA sostienen que va a solucionar el calentamiento global, a acabar con la muerte y que seremos eternos. Es como estar leyendo el Manifiesto Futurista de Marinetti, que ya sabemos que acabó en el fascismo de Mussolini. Es delirante; no solucionan en nada cómo vas a controlar la IA, que es el problema esencial.
¿Se ve viviendo en ese 2111?
—Me da pena morirme antes, porque soy muy curiosa y me gustaría saber qué es lo que va a venir. Aunque las próximas décadas no parece que vayan a ser muy atractivas...
¿Se puede leer ‘Animales difíciles’ por el mero placer de hacerlo?
—Claro. Si no tienes placer en leer, no lo hagas; yo cada vez dejo más novelas a medias si no me interesan. No tengo vida para perder.
Y usted, ¿escribe con intención o para que la gente disfrute?
—La escritura es algo muy íntimo; cuando terminas quieres que te lean pero mientras estás escribiendo solo piensas en un lector y ese eres tú. Escribo el libro que me gustaría leer.
Y ahora, ¿qué?
—Quería descansar pero como estoy un poco chiflada se me ha ocurrido una cosa loca, que no sé si llegará a buen puerto. Una saga, tres libros en los que continúa la historia, por lo que tendría que escribir los tres antes de empezar a publicarlos.
¿Le gustaría ver a Bruna en una película o una serie de televisión?
—Claro. De hecho, estuvimos a punto de hacer una serie pero hubo un problema con Amazon, que se portó muy mal. Fue una pena porque por seguir esa aventura aquí no acepté una propuesta de unos productores de Gran Bretaña para hacerlo con Netflix. Estoy indignada y apenada.
Cita a Borges afirmando que el peor pecado es no ser feliz.
—Un poema precioso. Y muy cierto.
¿En qué encuentra la felicidad?
—La felicidad es pasajera y puntual. Pero soy una gran disfrutona, tengo la virtud de la alegría. Debo tener muy buena sopa química, mucha oxitocina: me encanta vivir y cualquier cosa me calienta el corazón.
Se considera feliz, entonces.
—Feliz es otra cosa. Me considero intensamente viva y eso me alegra.