Valladolid - “Estoy viviendo uno de los otoños más brillantes de mi vida, tanto en el terreno profesional como en el personal”, decía Pedro Olea poco antes de iniciar ayer la primera proyección pública del documental de largometraje Olea, ¡más alto!, en el que el realizador Pablo Malo hace un resumen de su trabajo. La euforia del cineasta vasco es comprensible ya que, además, hoy, medio siglo después del estreno de El bosque del lobo en la Seminci, será homenajeado por el Festival Internacional de Cine que le encumbró, volviendo a proyectar este filme con una copia de excepcional calidad y entregándole un trofeo conmemorativo. La expectación en torno a Olea es manifiesta en Valladolid, una capital donde el bilbaino es muy querido y admirado.

Esta maravillosa locura, como él la define, comenzó a principio de octubre, cuando la Academia de Cine le incluyó en la selecta relación de Grandes Maestros. La designación tuvo lugar en el transcurso de un entrañable acto consistente en la proyección de Flor de otoño y una fiesta por todo lo alto en la que intervinieron las figuras más relevantes de la cinematografía española. “Agradezco este magisterio -señaló a los presentes-, pero en el mundo del cine siempre se está aprendiendo. Procuraré llevar a buen puerto la doble función de maestro y alumno a la vez”.

Al éxito obtenido con este reconocimiento se unió el homenaje tributado días más tarde en el transcurso del Festival de Cine Fantástico y de Terror de Sitges, donde fue proyectado el largo En un mundo diferente y cuatro cortometrajes muy interesantes; dos de ellos, El parque de los juegos y Anabel, realizados en su época de la Escuela de Cine, otro rodado con Serrat ilustrando un poema de Miguel Hernández, y finalmente Zombi eguna, que hizo para Zinebi. La gran sorpresa para el propio Olea fue la extraordinaria respuesta de un público totalmente volcado en su obra.

‘Nacido’ en Valladolid “Yo soy bilbaino hasta la médula, pero cinematográficamente nací en Valladolid”, confiesa con orgullo. Rodar El bosque del lobo, la película que quiso hacer Juan Antonio Bardem, le supuso a Olea un sinfín de problemas con la censura, que jamás admitió los sueños eróticos del protagonista ni sus problemas sexuales y de canibalismo que se planteaban en el guion original. Incluso, después de haber pasado ese control, estuvo a punto de ser prohibida definitivamente por dar una imagen negativa de España.

El Premio San Gregorio de la Semana Internacional de Cine Religioso y de Valores Humanos, que era como se denominaba entonces la Seminci, salvó de la quema a la historia de Benito Freire, el hombre-lobo. El agradecimiento de Olea a Valladolid es justificado, ya que toda su familia arriesgó dinero propio para hacer esa película al crear la productora Amboto P. C. Estas circunstancias son recordadas cincuenta años más tarde, al tiempo que se reconoce la valía del director bilbaino, concediéndole un merecido premio y estrenando el documental de Pablo Malo Olea, ¡más alto!, una coproducción de Sonora y Altube Filmeak para ETB y TVE rodada en Bilbao, Donostia, Santander, Santiago de Compostela, Madrid, el pueblecito de Ourense donde se hizo El bosque del lobo, y Kategi, un lugar de Berriatua que tiene un especial significado para el cineasta: “En un caserío de esa localidad, durante mi infancia, un primo impedido me influyó con sus relatos de crímenes y brujas”.

El curioso título hace referencia a una anécdota que protagonizó Pedro en su primera aparición escénica, cuando intervino en una obra teatral del bilbaino Colegio El Salvador de los maristas, donde cursó sus primeros estudios. La representación tuvo lugar en el desaparecido Teatro Buenos Aires. Olea salió a escena y soltó su frase, pero, tal vez por temor, la dijo en voz baja y no se le escuchó en la sala. El fraile que hacía de traspunte le susurró tras el decorado: “Olea, ¡más alto!”. El alumno volvió a recitar su frase, pero, al terminar la representación, tomó una determinación: “En el futuro yo no seré actor. Quiero ser director, como el que me ha chivado en el escenario”.