Un hombre anduvo pasos de gigante
Mario Fernández Pelaz fue un hombre repleto de técnicas y con una voluntad de hierro para aplicarlas
Érase un hombre a un cigarrillo pegado...” Pido permiso y verso a Francisco Quevedo y Villegas para mostrarles una de las estampas más clásicas de Mario Fernández Pelazque dobló la rodilla el año pasado, a los 81 años de edad. Con permiso del filósofo y escritor Voltaire, se diría que “el tabaco (Voltaire hablaba del café...) es un veneno lento; hace cuarenta años que lo bebo”.
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Nacido en Bilbao el 4 de noviembre de 1943, Mario Fernández Pelaz creció en una Euskadi que aún buscaba su identidad política y económica tras la contienda y la dictadura. En aquel entronque de eras —los últimos coletazos del viejo régimen y los primeros vientos del cambio democrático— Mario desplegó una inteligencia singular, una curiosidad meticulosa por el Derecho y la empresa que le marcarían para siempre.
Formado en la Universidad de Deusto en Derecho y Ciencias Económicas, Mario Fernández compatibilizó desde 1965 hasta 1980 su despacho profesional con las clases de profesor en Deusto. Fue un hombre especializado en reestructuraciones de empresas en crisis, confección de condiciones de viabilidad, negociación con partes implicadas y obtención de créditos oficiales y desde el año 2002 hasta el 2009 fue socio del bufete internacional de abogados Uría Menéndez. Siempre fue un hombre dispuesto a moverse por las vidas con pasos de gigantes, a grandes zancadas.
Aquella carpintería de la autonomía vasca del arranque de los ochenta encontró en Mario Fernández un ebanista destacado. En 1980, con la restauración del Gobierno vasco, el entonces lehendakari Carlos Garaikoetxea le confió la Consejería de Trabajo. Allí gestionó las primeras competencias transferidas del Estado, abriendo una vía que otros andarían. En enero de 1982 fue nombrado vicelehendakari para el Desarrollo Autonómico, un puesto político de alto voltaje desde el que negoció con Madrid mientras Euskadi terminaba de estructurar su autonomía real.
En la primavera de 1984 fue elegido parlamentario vasco por el Partido Nacionalista Vasco (PNV), y continuó como vicelehendakari en una segunda legislatura marcada por la tormenta. Porque no todo era despacho, transferencia y protocolo: la política vasca vivía momentos agitados.
La crisis interna del PNV —la tensión entre Garaikoetxea y Xabier Arzalluz— le empujó a una encrucijada bipartita.En 1986 dejó el PNV para seguir a Garaikoetxea en la creación de Eusko Alkartasuna (EA), y en 1987 encabezó la lista de este nuevo partido al Ayuntamiento de Bilbao. El resultado fue tibio, y Mario decidió apartarse de la política activa poco después. Como bien recordaba hace no demasiado tiempo Javier Vizcaino, compartió gobierno con colosos del pensamiento como Pedro Luis Uriarte, Pedro Miguel Echenique o Ramón Labayen. Uno más entre los sabios.
Al dejar la política, Mario Fernández no se retiró; cambió de escenario, se desenfundó el traje de la administración para enfundarse el abrigo del sector privado. Fue durante años director jurídico y miembro del Comité de Dirección del BBVA —participando en la gran fusión de BB y Vizcaya —y más tarde socio del prestigioso bufete Uría Menéndez. Pero su capítulo más icónico llegó en 2009 cuando fue nombrado presidente de la caja bilbaína BBK, y desde allí impulsó la fusión de las tres grandes cajas vascas (BBK, Vital y Kutxa) que dio lugar al banco vasco moderno Kutxabank en 2012. Como primer presidente de Kutxabank, marcó una era: la de la solvencia, de la banca vasca que aspiraba a ser referente nacional. Era como si aquel chico de Bilbao, que estudiaba Derecho en los sesenta, ahora dirigiera instituciones de poder real. Y lo hizo con su batuta particular.
