Aunque los textos y biografías escuetas que la recuerdan apenas dan detalles de su vida, como si fuese un recuerdo convertido en fantasma, de ella, de Anselma de Salces, puede decirse algo bien concreto: que aunque no dejó monumentos tras de si, sí que dejó algo más difícil: gente menos sola. Si hoy intentamos evocar su figura, lo haremos no como noble altiva o política de abolengo, sino como esa dama piadosa que, con discreción, sin alharaca, decidió que la cultura –el arte, la lengua, la buena formación...– era un camino para la emancipación de las clases modestas. Su acción social y cultural, en una villa industrial en ciernes, resuena como un gesto de humanidad: dar oportunidad a quienes nacían sin recursos, abrir puertas a jóvenes con talento, ofrecer esperanza en forma de becas, y proyectar con su testamento un deseo de futuro. En lugar de armas o cargos, Anselma de Salces dejó libros, lápices, sueños, y calles con su nombre. Y en eso consiste, a fin de cuentas, la verdadera nobleza.
Se ha repetido hasta la saciedad que Casilda Iturrizar era la única mujer que daba nombre a dos calles de Bilbao –el famoso parque de Doña Casilda y aquella calle de El Arenal llamada Viuda de Epalza...– pero no es cierto el dato. En Uribarri existen la calle Anselma de Salces y Estrada Anselma de Salces, dos vías que hablan, bien a las claras, del recuerdo de una mujer cuya huella biográfica apenas se vislumbra entre las nieblas.
Se tiene la sospecha de que nació en Bilbao en la jornada del 21 de abril de 1815, siendo bautizada al día siguiente en la basílica de San Nicolás de Bari del Casco Viejo, con el triple nombre de “Anselma Luisa Theresa”, en un bautizo en el que sus padrinos dieron parte de su nombre, como era habitual en aquellas épocas. Fue hija de un tal Eusebio María de Salces, natural de Bermeo y de Esperanza de Salas, bilbaina.
Su origen, pues, está en una Bilbao que comenzaba a respirar los cambios del siglo XIX: comercio, transformaciones sociales y una burguesía emergente, que posiblemente permitió a Anselma tener una posición relativamente acomodada, lo que le facilitaría su futura obra filantrópica.
Fue una filántropa con aportación doble: social (la educación para las clases más pobres) y en las artes y el euskera
Anselma de Salces no fue figura pública gobernante ni militar; su legado fue humilde, discreto y constante: filantropía, mecenazgo, apoyo a la educación y a las artes. Se recuerda de ella sobre todo que fundó la institución conocida como “Bolsas de Estudios”, que consistía en la concesión de tres pensiones anuales a jóvenes con vocación para las Bellas Artes. Esas bolsas de estudio sirvieron para dar una dotación anual a artistas pero también favorecía a jóvenes muchachas pobres para ayudarlas a prosperar en los oficios para los que demostraban actitudes.
Llaman la atención los requisitos que ponía para dar las ayudas económicas especialmente a las destinadas a las mujeres. Sobre este asunto se ha encontrado concretamente un expediente de 1930 que dice claramente que era para jóvenes naturales de Bilbao comprendidas entre los dieciséis y los veintidós años, solteras, pobres, de buena conducta, que sepan leer, escribir, cantar, planchar, coser a mano y “hablar vascuence” (sic) y que se preferirían las que en cualquier grado de parentesco tuvieran esa relación familiar con ella, o sea, que si tenían alguno de sus apellidos tenían también prioridad a las de los artistas.
También hay constancia de que subvencionó premios en las Fiestas Vascas de Marlina en 1883, lo que revela su compromiso con la promoción del patrimonio cultural vasco. Así, su aportación fue doble: social (favorecer la educación de quienes carecían de medios) y cultural (fomento de las artes, del conocimiento y del euskera). En 1885 Bilbao lloró sus muerte. Luego le fue olvidando.