SI cualquiera de ustedes hubiesen querido pronunciar su nombre, Pedro Prieto, en voz alta caerían en el riesgo de enredarse en un trabalenguas, con esas erres encadenadas. Sin embargo, Pedro era una hombre de claridad meridiana, un tipo de sonrisa permanente que militó el la Liga de los Hombres Felices siempre que pudo. No en vano, “Sé feliz” era la frase de regalo que tenía para todo el mundo.

Pedro Prieto nació en unos días convulsos, de esos en que el aliento del cambio se mezcla con el olor del fresco verano. Lo hizo en Zamora aunque a los seis años ya estaba en Bilbao. Fue un hombre hecho de vecindario, de txosnas y de sonrisas que se alargan hasta el alba, un espíritu de calle, de plaza, de fiesta popular. A los dieciséis años, ya se embarcó como marmitón en el Ciudad de Compostela, un oficio que le enseñó que en la cocina brotan confidencias, que en la cazuela se cuece más que caldo, que quienes comen juntos sueñan juntos.

Con 22 años tomó parte activa en la primera Comisión de Fiestas de Bilbao, en aquel verano de 1978 en el que todo parecía posible. Al calor de aquella ilusión fundó Moskotarrak junto a otros jóvenes visionarios, dispuestos a que Aste Nagusia dejara de ser mero escaparate para convertirse en plaza viva, en abrazo de multitudes, en relato compartido de alegría.

A los 16 años embarcó como marmitón en el ‘Ciudad de Compostela’ y aprendió los secretos de la cocina y el comer juntos

Desde entonces, su rostro –siempre reconocible por el canotier, por esa inclinación de cabeza para saludar, por su risa dispuesta– ha sido inseparable de la fiesta mayor de Bilbao. Moskotarrak fue para él no solo un colectivo de comparseros, sino una comunidad de amistad, de compromiso, de entrega. Fue él quien impulsó los concursos gastronómicos de Aste Nagusia, aquellas cocinas populares donde los aromas hacían de puente entre barrios, entre generaciones, donde el marmitako se elevaba a símbolo –pequeño, sabroso, honesto...–de lo que somos.

Como buen bilbaino de pura cepa también era un amante apasionado del Athletic, rojiblanco hasta los huesos y por los cuatro costados. Y un hombre familiar: esposa, hijos, nietas, nietos, vecinos. Generoso, solidario. Siempre listo para dar una mano, para compartir una tortilla de patata, para defender que la fiesta no fuera solo jolgorio sino también participación, inclusión, un espacio de ciudadanía.

En 2022 el Ayuntamiento de Bilbao lo homenajeó como lo que era: icono entrañable de la Aste Nagusia, artífice de que los fogones populares no fueran secundarios, sino centro, partitura de voces corrientes, de olor a brasas, de cuchara y conversación.

Pedro Prieto falleció el 1 de mayo de 2025 en el Hospital de Basurto, tras una larga enfermedad. Ha dejado un vacío que no podrán llenar los fuegos artificiales, ni las txosnas ni el estruendo de los gigantes y cabezudos en sus trepidante paseos.. Cuando Marijaia vuelva a salir a la calle en la próxima Aste Nagusia, lo hará un poco más callada, como si en su falda llorara un hueco.

En 2022 el Ayuntamiento de Bilbao lo homenajeó como lo que era: icono entrañable de la ciudad y de Aste Nagusia

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Porque Pedro no era un figurante: era uno de los hilos invisibles que cosían la fiesta. No era solo un comparsero: era aquel que enseñaba que la dimensión humana es la que da valor al estruendo. Era el que no cejaba en insistir en que las plazas, los callejones, los fogones, los concursos gastronómicos, el saludo sincero, importan tanto como los actos oficiales. Era el que sabía que la fiesta sin el otro –el desconocido, el amigo, el niño que mira... –se queda sin raíz.

Con su fallecimiento, Bilbao pierde algo más que un comparsero; pierde un guardián de memorias. Pierde un optimista que se negaba a retraerse ante la adversidad, que creía que siempre cabe repartir alegría, que los rituales de siempre pueden reinventarse si mantenemos el respeto a lo cotidiano.