Es algo que ocurre de cuando en vez, no me digan que no. Uno revisa el álbum de las fotografías en sepia del ayer y aparecen algunas escenas que sobrecogen, como si un fantasma del pasado nos visitase de repente. Si levantan la vista unos centímetros verán en la instantánea que nos acompaña la imagen del genial artista Javier Urquijo, acompañado por quien esto escribe, con algo más de pelo y un puñado de kilos menos. El viejo Javier, el hombre junto al que di mis primeros pasos, ha resucitado en mi memoria a través de una fotografía remitida por Enrique Moreno Esquivel, con su tez pálida, su puñado de folios para tomar nota y un aire de concentración. Es una semblanza de la vida que se le fue, que se me fue, que se nos fue. Es un fantasma del pasado que aviva el fuego del recuerdo.
Javier fue un hombre de gran personalidad, un artista en las destrezas del vivir que hizo medio camino en su vida junto a Mariví Bilbao Goyoaga, una actriz de altos vuelos que alcanzó el cénit de la fama con una serie de humor, Aquí no hay quien viva y un pitillo en la mano. Le dolía que a ella no le viesen más que como una caricatura y en alguna cena con ambos lo confesaba. A Mariví tanto le daba. Ella quería ser feliz junto a él.
Fue un orgullo, eso sí, ser el Sancho Panza del artista cuando éste se dedicó a la crónica social. Otro ejemplo de que a veces la vida le reconoce a uno, cuando lo hace, por otro camino el que esperaba. ¿Puede decirse que Javier era, como insinúa el cronista, un loco Don Quijote...? Permítanme recordar una viaje anécdota junto a él en la celebración del centenario del Puente Colgante. A la solemne cita acudió quien por entonces era Rey de España, Juan Carlos de Borbón. El hombre pidió saludar a los periodistas allí presentes y protocolo de la Casa Real se acercó para dar las pertinentes instrucciones. Había que inclinar un poco a la cabeza al dar la mano y no hablarle al emérito a nada que él no lo hiciese primero. A medida que se acercaba a Javier la expectativa iba en aumento. Llegó hasta él y el artista le espetó “¡Qué golfo eres, macho, Y te lo dice un republicano!” Ahí es nada. Coño, Javier, qué susto nos diste.
Miro la foto y ahí te veo, bolígrafo en ristre cuando lo tuyo era en verdad el pincel. No por nada, las enciclopedias del arte y la memoria de quienes le conocimos reseñan que nació en Bilbao en 1939 y que inicia sus actividades artísticas como escenógrafo de teatro y decorador para grupos de ballet. Como pintor destacó con un estilo propio. Fue miembro de la Asociación Artística Vizcaina y formó parte del celebérrima grupo de teatro Akelarre. Estuvo relacionado con la fundación de grupos plásticos, como Arte Actual, en 1965, y Nueva Abstracción, en 1969, además del Grupo Emen, de la Escuela Vasca, junto a Agustín Ibarrola y otros desde su fundación en 1966.
Permítanme que recuerde esas pinceladas propias que recordaban a copos de algodón y que era un trabajador incansable, urdidor de escenografías geométricas, además de un escritor inagotable, burlón y juguetón cronista de Bilbao, como dan buena fe sus Diarios de Lady Cotty en la Ría del Ocio o las entrevistas a pecho descubierto de A perdigón lobero. Polemista amable, ilustrado, poseedor de una fina ironía y a la vez de una mordaz pluma, Javier no dejaba indiferente.
¡Ay Javier, que ahora te me apareces! Te recuerdo junto a Mariví con una vida estrafalaria y un paso feliz entre los vivos, siempre dispuestos ambos a echar una mano. Eran inseparables y un dúo mortal de necesidad cuando estabas con ellos y te acogían, por mucho que en los últimos años llevase a cuestas una enfermedad. Murió en 2003, recién inaugurada su última exposición en la Galería Aritza de su querida galerista Sol Panera. Sin parar.