En la vieja Europa el arte encuentra, desde tiempos inmemoriales su mejor acomodo, un confortable hogar, como si fuese el salón de casa. Si hacen un poco de memoria podrán pasearse por los viejos tiempos en los que las galerías de arte se desplegaban por Bilbao con soltura. Es cierto que en las nuevas generaciones el arte entró en Bilbao igual que el fútbol, con la subida de la marea. Si la llegada de los marineros ingleses trajo consigo el football, que más tarde derivó en el Athletic (que, como muchos de ustedes sabrán, es algo más que un deporte: es un sentimiento...), la gente más joven que nos rodea corre el riesgo de pensar que el arte se asentó en la villa cuando aquella ola gigante de la reconstrucción del Botxo dejó, a orillas de la ría, el museo Guggenheim, también anglosajón, si se considera que llevaba en sus entrañas la firma del canadiense Frank Ghery, recientemente fallecido. El aluvión de galerías de arte que florecieron en la zona de Abando recordaba a una Florencia renacentista en el siglo XXI, apostando por las vanguardias del arte. Hubo, es innegable, un empuje, aunque luego se derrumbase toda ilusión. Pero no fue el primero ni el único.
Bilbao ya había vivido algo así, por ejemplo, entre las décadas de los sesenta y setenta del pasado siglo. Por ejemplo, cuentan las crónica que en torno a los años 70 Bilbao tenía unas 25 galerías de arte, propio de la pujanza económica. Eran años de oro...
Económicamente, la década de los setenta, hasta 1975, es heredera del notorio crecimiento que se había producido en los años sesenta que el País Vasco se vio afectado por la onda expansiva que arrancó con el Plan de Estabilización de 1959 y que hasta la muerte del dictador registró sus tasas máximas de crecimiento económico, superando significativamente la media del entorno. Durante este periodo se consolidaron las industrias químicas y metalúrgicas. Aun así, la crisis internacional energética desatada en 1973 por la subida del precio del petróleo, no se manifestará claramente en la economía vasca hasta la muerte de Franco, ya que las medidas políticas acomodativas adoptadas por Madrid prolongaron, pero solo de manera artificial, la trayectoria económica de expansión. No sería hasta la crisis de los años ochenta cuando se deshizo aquel paraíso de las artes.
Llegó después, como les dije, el segundo Renacimiento tras la llegada del museo Guggenheim. Tras él llegó una nueva corte de galerías que, poco tiempo después caerían, pasada la efervescencia, en el olvido.
¿Qué ocurre hoy...? Eso de Europa y las artes que les decía. Cuando ya se vaticinaban tiempos de barbecho llega un nuevo caballo de Troya que trae en su interior todo un ejército de bellezas. La firma internacional de arte, Carré d’Artistes, que cuenta en la actualidad con más de 30 galerías en ciudades icónicas como París, Montreal, Sedona (Arizona), Estambul o Ámsterdam, ha elegido Bilbao para introducirse en España por vez primera. Abierta en el número 28 de la calle Tenderia del Casco Viejo, frente a la catedral de Santiago, la galería se caracteriza por trasladar al gran público pintura contemporánea accesible, obras siempre originales y únicas, y a un mismo precio en todo el mundo.
En la calle Tenderia, donde les decía, se percibe un temblor que no proviene de la ría ni de los astilleros fantasmas que aún susurran entre los soportales del Casco Viejo. Es un temblor más leve, casi eléctrico, como si de pronto alguien hubiese decidido ajustar el brillo del barrio un par de puntos por encima de la melancolía habitual. Ese destello proviene de un lugar nuevo: la galería que la firma internacional Carré d’Artistes ha desplegado allí como quien extiende una sábana recién planchada sobre una cama antigua, confiado en que la blancura será capaz de aclarar los sueños.
Carré d’Aristes fue fundada en Lyon en 2001. La nueva sucursal de arte, que ha abierto en Bilbao de la mano de una pareja muy involucrada en las bellas artes, Juan Garrido y Maira Lozano, cuenta ya con un catálogo de 15 artistas locales e internacionales. Se diría que su apertura es un reflejo en las aguas. El carácter auténtico del enclave histórico, su vida propia, ofrece el entorno perfecto para un espacio que busca conectar, emocionar y democratizar el acceso al arte original.
Ha aterrizado en Bilbao con un gesto cosmopolita pero sin pedantería, igual que un viajero que llega a una fiesta sin conocer a nadie y, sin embargo, se gana la simpatía del grupo con un simple “buenas noches”. En su pasaporte figuran nombres que despiertan envidia en cualquier guía de viajes: París, Nueva York, Barcelona, Ámsterdam, Roma. Ciudades que viven de la combustión de su propio mito. Ahora, a esa constelación se suma este pequeño local de Tenderia, que parece haber estado aguardando exactamente ese encaje, esa luz, ese cuadrado perfecto. La presencia de la firma francesa aporta al Casco Viejo una brizna de sofisticación internacional, pero también una paradoja deliciosa: la calle Tenderia, con sus tiendas centenarias que venden cuchillos, pescado seco y pan de toda la vida, convive ahora con un espacio que podría estar perfectamente en el Marais parisino. Y sin embargo, lejos de rechinar, se integra con la serenidad con la que el Guggenheim acabó integrándose en el musgo del Botxo. Quizá porque Tenderia siempre ha sido un balazo de realidad: un lugar donde la vida se compra al peso. Para Carré d’Artistes la unidad de medida es el color.