Cuenta la geografía que el Kadagua irrumpe con fuerza en Enkarterri por Balmaseda, besa su puente viejo, edificado entre los siglos XII y XIII (no ha podido datarse con precisión...), y guía al paseante por un recorrido jalonado de secretos, rincones con encanto y naturaleza a raudales. Ya estaba en pie y con larga vida a sus espaldas, por tanto, en 1686, cuando Lucas de Horcasitas dio orden de la edificación de un palacio que aún hoy, en pleno siglo XXI, ocupa un lugar de prestancia, ribereño al paso del fiero Kadagua del que les hablaba. A sus pies, aparece un reloj de sol singular que se diría que ejerce de guardián de Palacio.
Llevémosle al paseante a este espacio y, por aquello de la modernidad, hablémosle del citado reloj de sol. Fue creado en 2008, un jovenzuelo si me lo permiten llamarle así, habida cuenta que Balmaseda es la villa más antigua de Bizkaia. Sus dimensiones son colosales: pesa 70 toneladas y tiene 6 metros de altura. Pero ese tamaño tiene su razón; marca la hora con una precisión de segundos y señala el día y el mes sin necesidad de mover ningún tipo de engranaje.
Su autor, el biólogo y cantero, Manuel Gómez Arenaza, dijo para la web Visit Enkarterri que “es toda una lección de geometría, matemáticas y astronomía”. Esto se debe a que los relojes simétricos señalan en la parte superior las horas solares de la mañana y la tarde y no necesitan varilla porque el sol hace esa función, acompañados de un calendario. Fue un trabajo de mucho ingenio, No por nada, cuestiones como la curvatura de la tierra, la diferencia –de unos siete minutos...– entre la hora solar del meridiano de Greenwich y la de Balmaseda, o el problema de los años bisiestos fueron estudiados a conciencia. ¿Algún detalle más les gustaría saber...? El reloj de sol se encuentra encima de una base de losa en forma de rosa de los vientos que indica dónde están tres localidades hermanadas con Balmaseda así como una relación de las fiestas de la localidad a lo largo del año así como menciones a destacados nombres de la ciencia como Kepler. Y dicen que en los días soleados, a las 12.00 hora solar, toca el Allegro de Vivaldi correspondiente a cada estación del año. Habrá que ir a comprobarlo.
Los relojes de sol ya eran conocidos en el siglo XVII, no tengan duda de eso. Entra la crónica a estas alturas en el corazón de palacio, en sus antecedentes, su construcción y su larga vida. No hay mejor manera que hacerlo de la mano de José Antonio Loza, un profesor de la Universidad de Deusto que ha realizado un estudio erudito de aquel espacio y de aquellos tiempos. Uso sus palabras tratando de no perder precisión ni verdad.
Balmaseda nace con vocación de servir como punto comercial, de abasto y de producción de bienes de consumo a un entorno absolutamente rural. Además de ciudad mercado, en un pequeño centro administrativo del tráfico de mercancías entre la costa y Castilla y viceversa. Al menos desde el siglo XV existió en la población una aduana, un puerto seco de Castilla (como los de Orduña y Vitoria) donde se fiscalizaba el paso de las mercancías entre Bilbao y Castilla. Para gobernarla, el rey se servía de funcionarios, administradores, y precisamente a uno de ellos, a D.Lucas de Horcasitas, activo en la segunda mitad del siglo XVII, es al que se debe la construcción del palacio. Bien por confusión entre promotor y cargo, bien por razones objetivas, la tradición dice que el propio palacio sirvió como aduana. Aparte de este valor simbólico, ligado a una institución que abandonó definitivamente Balmaseda en 1841, el palacio posee otros valores, ciertamente reseñables.
Con dimensiones verdaderamente considerables (un cubo de 25 x 25 metros aproximadamente construido en cuatro alturas) para ser palacio un urbano, ocupa casi toda la manzana rectangular asomada a dos calles, la Vieja (Martín Mendia actual) y la del medio (Pío Bermenjillo) . La amplitud permite un espacio ajardinado cercado de verja muro, dimensión poco frecuente en los casos históricos. La peculiaridad tipológica estriba en que no se trata de un edificio aglomerado, como es la conducta predominante en los palacios cantábricos de todos los tiempos, sino ahuecado por un patio interior porticado en medio de su masa construida. Tan sólo los escudos de armas a las dos calles identificaban al apellido promotor: los Horcasitas de Arcentales (Bizkaia), valle donde se conservan aún en pie la casa de linaje y capilla privativa en la iglesia de San Miguel.
Es un estudio minucioso el del profesor, el análisis de un palacio que se encampana estos días en las fechas más festivas del municipio. Una escalera enlaza todas las plantas y de propiedad privada ha pasado a ser patrimonio municipal. Llega la onomástica de San Severino, el 23 de octubre, a quien se le considera el santo de las lluvias en América del Sur. Ya adivinará el lector que no eso lo que atañe sino que son las putxeras u ollas ferroviarias, que cada 23 de octubre, festividad de San Severino, congregan a un pueblo fiel a sus tradiciones. No eran tiempos fáciles. El carbón como principal fuente de energía, empezaba a dar los últimos coletazos, mientras que la industria siderúrgica, que crecía a pasos agigantados, ya se configuraba como su mas inmediata sucesora. Fue precisamente el auge de esta industria en Bilbao, y los numerosos viajes en tren hasta La Robla, en León, en busca del carbón necesario para la combustión, los responsables del nacimiento. Hoy huelen a leyenda.