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Rincones perdidos en la memoria

Café de peregrinaje en Bilbao

Ante ustedes los bajos del teatro Arriaga, un espacio repleto de vida hasta las inundaciones del 83. Allí comenzó a operar La Bolsa de Bilbao, estuvo el Gran Café Arriaga, y se vendieron entradas de toros y teatro

Café de peregrinaje en Bilbao

A nada que quien esto lea gaste más de medio siglo (digamos mejor cincuenta años, que suena a menor edad...) bien recordará que hubo un tiempo en el que los bajos del teatro Arriaga eran pura invocación a los pasteles y el café, un centro de peregrinaje, si me lo permiten decir así, a nada que hagan memoria. Hasta allí se acercaba la bilbainía como si fuese, qué se yo, la tumba del apóstol de las grandes meriendas. Y no sólo la gente más cercana. Hasta el Arriaga llegaba gente de toda Bizkaia, para regodearse con el espectáculo de turno y relamerse con las ofertas culinarias. El Gran Café Arriaga fue, como quien dice, un local de parada obligatoria. Recordemos aquellos tiempos.

Contaban las viejas crónicas del periodista Carlos Bacigalupe que en la planta baja del Nuevo Teatro –más conocido como de Arriaga– se inauguró de noche, el viernes 27 de julio de 1894, un elegante café. El acto tuvo lugar apenas un par de horas después de que en el Ayuntamiento hubiera ruido de sables entre los concejales de diferentes partidos. Y todo por culpa del mensaje que había de enviarse a la reina regente con motivo de la onomástica real. Su decisión, el día 21 de julio, de abolir los fueros estuvo en el corazón de las disputas.

Hubo un sinfín de tiras y aflojas. Era ésta cuestión que se discutía en los corrillos anárquicamente dispuestos a lo largo y ancho del nuevo establecimiento. Su propietario, Ángel de Urrutia, consiguió reunir en aquel espacioso local a un centenar de amigos, que fueron obsequiados con un delicioso lunch, al decir de los presentes. Entre los invitados había muchos individuos del Orfeón Bilbaino, a cuya sociedad pertenece el señor Urrutia.

Apenas concluido el informal ágape un grupo compuesto por unos cuarenta orfeonistas se reunió alrededor del piano y, dirigido por el señor Damborenea, cantó La retreta, una composición de Laurent de Rillé, aire francés que luego Puccini llevaría al primer acto de La Boheme. Era el primer paso de una tardenoche envuelta en las pieles del canto. Hubo todo un duelo de voces más donde el entusiasmo se desbordó al escuchar los acordes del Guernicaco arbola (léase escrito con la grafía de la época...) cantado por el señor Arando, a quien acompañaba al piano el ya mentado señor Damborenea.

Presentes los concejales republicanos –y todavía intacto su coraje por la afrenta que supuso en su día la abolición de los fueros– trataron de manifestar su desacuerdo con los plácemes que la Corporación quería dedicar a una reina ajena a las libertades vascas. Al cabo, se cantó de nuevo el citado Gernicaco y aquella primera noche de aperturas acabó mejor de lo que cabía suponerse.

Pronto el pueblo de Bilbao y alrededores comenzó a acudir al Gran Café Arriaga, cuya decoración interior modernista era el asombro de todo visitante. Ya en 1907 se había concedido permiso municipal a José Schumann y a la sociedad familiar “Viuda e hijos de Francisco Pérez” para colocar butacas móviles junto a la entrada del Café Arriaga. No conviene olvidar que Schuman y los Pérez Yarza fueron los fundadores de Cervezas La Salve.

En esas estábamos cuando llegó entonces la gran tragedia. La cartelera de aquel 22 de diciembre de 1914 anunciaba en el Arriaga la representación de la zarzuela Alma de Dios a cargo de la compañía de Salvador Videgain. Una de las primeras figuras del elenco era el actor Valeriano León, esposo que fuera de Aurora Redondo y que más tarde alcanzaría notable relevancia en el cine español de los años 50.

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Eran las 4.20 de la madrugada cuando el sonido de una gran explosión alertó a Antonio Bilbao, conserje del teatro, cuando se encontraba en la vivienda que tenía adjudicada en la parte alta del edificio. Inmediatamente se produjeron enormes llamaradas que, procedentes al parecer del guardarropía, convirtieron el interior de la sala en una inmensa hoguera. El fuego hizo saltar por los aires la gran cristalera de la fachada posterior, permitiendo que el aire lo azuzara vivamente. Durante el incendio se marcaron como objetivo salvar el Club Náutico y el Café Arriaga situados en la fachada principal, así como las lonjas donde había un almacén de muebles, unas oficinas del Tranvía de Arratia, un bar, una peluquería y una sastrería, entre otros negocios. Todo quedó en intento. Los bomberos abandonaron la idea llevándose consigo al conserje que accedió a regañadientes.

El nuevo Teatro Arriaga, el que hoy podemos ver, abrió sus puertas el 5 de junio de 1919 gracias a los trabajos del arquitecto bilbaino Federico de Ugalde que tardó cuatro años y medio en llevar a cabo la fábrica. Quienes acudieron a la sesión inaugural estuvieron más pendientes de las comparaciones ornamentales de la nueva sala que de la ópera Don Carlo que se representaba. Federico instaló dos nuevos ascensores, que subían desde la planta baja –donde se ubicaba el Café– hasta la última galería. Con el paso de los años hizo costumbre aquel café, que según dicen tuvo ciertos vínculos con la pastelería Argüelles, un clásico de Bilbao. En los propios bajos del Arriaga se vendieron entradas de toros y teatro. Era tal la importancia del edificio que, entre 1892 y 1900, la propia Bolsa de Bilbao empezó a operar en el vestíbulo, ocupándolo durante las mañanas. Otro inquilino de relevancia fue el Club Náutico hasta 1978. Las terribles inundaciones de 1983 se llevaron toda la vida que allí latió durante décadas.