Cada cual tiene su imagen guardada en la memoria. La mía era la de Urbano Ruiz Laorden dirigiendo la banda municipal de Bilbao con un Montecristo por batuta, mientras amama, que había bajado a por flores al Arenal y de paso me llevaba de la mano a la Plaza Nueva por ver, si al fin, encontrábamos a dios impreso en papel cartón. Les hablo del cromo de Txetxu Rojo, claro está. Nos sentábamos a coger aire en una de aquellas sillas de tijera a escuchar música al aire libre y mientras amama Ángeles cerraba los ojos para dejarse llevar por la música yo los mantenía bien abiertos por ver si, en aquel bloque de cromos que habíamos cambiado, se encontraba, escondido por la banda izquierda, aquel zurdo que me tenía en ansiedad. Perdonen por la irrupción de los recuerdos propios pero, como les decía, cada uno tiene su primera vez en el kiosco del Arenal, toda una joya.
Emprendamos un viaje en el tiempo hacia los años veinte del pasado siglo, cuando Bilbao era una ciudad pujante. Aprovechando que había que realizar obras de reforma en El Arenal y se tenía que levantar la calle desde San Nicolás hasta el Arriaga, en otoño de 1923 el consistorio ordenó derribar uno de los kioscos más famosos de Bilbao: el de Josefa Lloret, Pepita la del Arenal. Les facilito la reseña de que hubo un kiosco del Arenal, antes de sumergirnos en esta crónica que cabalga entre nostalgias y realidades. Pepita fue, no lo olviden, santo y seña de la zona.
En kiosco del que vengo a hablarles se puso en pie ese mismo año. No en vano, en 1923 hubo un proyecto inicial para construir un kiosko de la música, como elemento singular de la urbanización del Paseo del Arenal, inspirado en la forma de una concha marítima, idea que no fue ejecutada por su alto coste económico. En él trabajó con denuedo el arquitecto municipal Pedro Ispizua, para quien se hizo necesario pensar en un segundo proyecto que finalmente llegó a buen término y que se mantiene hasta la actualidad tras sucesivas remodelaciones. Esta referencia a la naturaleza no es casual, ya que Ispizua, un apasionado del dibujo y la expresión artística, quiso dotar a la estructura de un simbolismo ligado al entorno marítimo que define a Bilbao. El kiosko, de planta circular, se eleva sobre un zócalo que alberga locales de servicio en su semisótano, permitiendo que toda la atención se centre en la estructura superior, el templete.
No era un cualquiera. No en vano, Ispizua fue un hombre ecléctico y de una marcada personalidad que se dejó ver por medio Bilbao. Obras como las escuelas de Ollerías y las de Atxuri; el mismísimo Mercado de La Ribera, el Club Deportivo que más tarde se derribaría y las Escuelas de Briñas jalonan una trayectoria que culmina en abundantes edificios de viviendas en el Ensanche bilbaino, cuya factura y estilo marcan una imagen singular. En ese universo mágico comenzó a fraguarse el kiosco del Arenal.
Su propuesta tiene en cuenta cuestiones acústicas, funcionales y constructivas, que son resueltas con una cubierta ligera volada y atirantada que parece flotar sin apoyos y que facilita la visión de los espectadores sobre la totalidad del escenario. Se decanta por la utilización de estructura metálica, integrando en ella la decoración, con un sentido de modernidad frente a modelos de tipologías anteriores, con un carácter urbano e innovador. Une la fuerza plástica de la arquitectura del hierro con detalles y decoraciones Art Decó. Bajo el escenario se ubica un semisótano con locales de servicio al que se accede por unas escaleras laterales. Asimismo el proyecto recogía un pequeño puesto de refrescos en la parte posterior.
¿Quieren conocer algunas curiosidades más...? Por ejemplo, destacar las dos alegorías de la música que, a modo de angelotes rematan el kiosco y que son obra, ni más ni menos que de Joaquín Lucarini, el escultor con más obra pública de la villa. Están fechadas en 1930 y le dan un aire noble al Kiosco. También merecen una mención especial, por el aire catedralicio que aportan al conjunto, sus vidrieras que fueron un trabajo de la empresa Vidrieras de Arte S.A. En 1985 el kiosco fue rehabilitado por Ramón Lecea, arquitecto municipal, poco antes de su fallecimiento, restableciendo las vidrieras casi olvidadas y un sinfín de estragos que había hecho el tiempo.
Como les insinué, la cubierta, ligera y de apariencia flotante, es quizás uno de los elementos más impresionantes del conjunto. Construida con una estructura metálica que combina detalles en madera y cristal, parece desafiar la gravedad, al carecer de soportes visibles que interrumpan la vista de los espectadores. Este diseño no solo es estéticamente llamativo, sino también funcional, ya que mejora la acústica del espacio, permitiendo que los sonidos de los conciertos y actuaciones se propaguen de manera uniforme.
Fijémonos en algunos puntos cardinales del kiosco, tan cerca de sentirse centenario. Este espacio albergó el banquete por las bodas de plata de la Coral del Ensanche, el mismo coro se encargó de presentarla al público bilbaíno en un concierto al aire libre. Fue el 19 de agosto de 1928, en el kiosco del Arenal. A lo largo de las décadas, ha sido escenario de conciertos, actuaciones teatrales, eventos populares e incluso sesiones de DJs, lo que demuestra su capacidad de adaptación a los tiempos modernos. Hoy la música municipal, si es que se puede decir así, goza de este espacio como si fuese el platillo volante sobre el que sobrevuela Bilbao.