Es una historia digna de vivirse. Una vocación que se hizo grande por una apuesta, un hombre que quería ser escritor pero acabó siendo comparado con Pablo Picasso, un bilbaino que de niño quería ver las cataratas del Niágara y cuya obra dejó huella en media Europa, EE.UU., Canadá, Venezuela, Australia y Japón. Algo digno de recordarse, ya ven. De no olvidar por mucho tiempo que pase.

Carmelo Bilbao-Unanue y Aldama nació el 16 de julio de 1928 en el Barrio Euskalduna número 13, una zona que se difuminó con la creación del Canal de Deusto. La ola de las infraestructuras se lo llevó por delante. El joven Carmelo fue alumno del Colegio Nuestra Señora del Rosario, hoy La Salle, y de los Salesianos, demostrando siempre una innata facilidad para el dibujo. Su meta infantil estaba en aprender cinco idiomas y ver las cataratas del Niágara. Alcanzaría ese Everest y muchos otros más.

En Norteamérica el ‘Mercury Man’s Diary’ le consideró el nuevo Picasso por el realismo mágico de sus cuadros

Deténgase quien esto lea en una mirada hacia delante. En el libro de los artistas Carmelo pertenece a lo que puede llamarse la generación partida por la guerra. El artista se procuró una formación mayor que los que se quedaron debido a que viajó durante mucho tiempo. En plena guerra civil, durante 1936, a causa de los bombardeos que sufrió Bilbao por la aviación franquista, sale con su familia hacia Francia. Desembarca en el puerto de La Rochelle y pasa varios meses en Laval. Sus padres le trasmiten la afición a la música y la pintura. A muy temprana edad, asiste como contertulio a grupos literarios con Luis de Castresana y Juan Manuel Polo y a algunas reuniones en los veladores del Café La Concordia de Bilbao.

En 1946, cuando contaba 18 años, tomó la decisión de marchar de aquel Bilbao gris que culturalmente no le aportaba nada. Escribió una carta a sus padres exponiéndoles su idea y, en compañía de Juan Mari Aresti, hermano del poeta Gabriel, y de Juan Manuel Polo, más tarde cineasta, marchó a San Sebastián de donde pasaron a Francia clandestinamente, tumbados en el suelo de un pesquero.

Los jóvenes llegaron a París alojándose en casa de una prima de Carmelo. Al poco se dieron cuenta de la carga económica que suponían tres bocas para aquella mujer y Juan Mari y Juan Manuel decidieron regresar a Bilbao. Carmelo se quedó en Toulouse trabajando en la industria hostelera. Quería ser escritor por encima de todo.

Llevó su obra por medio mundo y fue el primer pintor bilbaino que expuso al aire libre, como había visto en el extranjero

Marchó al Reino Unido donde estuvo cerca de un año, pero, al no acompañarle la suerte, decidió abrirse camino en Canadá donde residió toda una década. Un día Carmelo le dijo a su compañero de piso que se pasaba a la pintura. Ambos hicieron una apuesta: el que primero vendiese un relato o un cuadro pagaba la cena de Navidad de ese año, 1953. Ganó Carmelo. A finales de 1959 regresó a Europa visitando París, Munich, Roma, Viena… Su habilidad con el dibujo se hizo patente a través de la extensísima colección de obras realizadas a lápiz del natural. Paisajes, rincones curiosos, tipos… Su trazo no descansó.

En 1957 pasa a ser miembro del The Artists’ Guild, de Toronto y la organización Mundial de las Naciones Unidas adquiere varias de sus obras. Grecia y Noruega le ofrecieron sus paisajes y Carmelo los aprovechó. Volvió definitivamente a Deusto en 1962 y al poco se casó en Holanda. En Friburgo nació su hija Amaia.

En Norteamérica, el Mercury Man’s Diary le consideró el nuevo Picasso en atención al realismo mágico que se dejaba ver en sus cuadros. A pesar de que la aventura de su vida le llevó a recorrer medio mundo, Bilbao-Unanue siempre hizo gala de su bilbainismo, lo que le llevó a instalarse en Deusto. Carmelo falleció en septiembre de 2005 consumido por la enfermedad de Alzheimer. ¡Qué vida la suya!