La Pianola, obra de Kurt Vonnegut publicada en 1952, describe una distopía en el que las máquinas han conquistado el trabajo de los humanos. Estos dispositivos digitales comenzaban entonces a ocupar un espacio en el imaginario de las personas. Y llegó una época dorada para el mundo del trabajo; la clase media creció rápidamente, y los salarios también. Las máquinas ayudaron a que las empresas fueran más robustas. Los trabajadores aprendieron a manejarlas y a aportar valor a partir de su interacción con los robots.

Durante estas décadas, el mundo comenzó a asombrarse con lo que los ordenadores pudieran hacer. Uno de los hitos más relevantes se produjo a comienzos de los 80. En abril de 1981, Columbia, la primera lanzadera de la NASA, llegó al espacio. Pero previamente, se habían dado varios contratiempos por supuestos errores informáticos. Sin ir más lejos, en febrero de ese mismo año, durante las pruebas de arranque de los motores, se produjo un fallo en el encendido que hizo fracasar la misión. Uno de los ordenadores no funcionaba correctamente, según la información oficial. En uno de los informativos más conocidos de la época, un presentador llegó a decir que: “Como sociedad, deberíamos detenernos y pensar el papel que juegan estas máquinas en nuestra vida cotidiana.” En directo, se entrevistaba a personas que, singularmente, tenían ya en sus hogares un ordenador personal. Y decían que eso era una máquina compleja.

La sociedad estaba preocupada. El ordenador comenzaba a ser una promesa para cuestiones tan rutinarias como retirar dinero o pagar en un supermercado. La empresa informática del momento era Apple, cuyo director general, Steve Jobs venía a reconocer que veía el ordenador como el futuro de la humanidad. Y entonces, en ese 1981, Jobs dejó para la historia una de sus míticas frases: “El ordenador amplifica la capacidad intelectual del hombre, y creo que después de que este proceso haya llegado a la madurez los efectos que tendrá en la sociedad van a superar incluso a los de la revolución industrial.”

Desde entonces, hemos visto cómo, efectivamente, la informática va ganando cada vez más peso. Y desde entonces, las cosas no han cambiado mucho. Cada vez que hay un problema de utilización de algún dispositivo informático o de falta de pericia en la programación del mismo, se utilizan frases como “es un error informático”.

Soy Ingeniero en Informática. Si me pongo pedante, diría que soy Doctor en Informática. Es fácil imaginar que si llegas hasta el último paso académico de una rama del conocimiento, esa rama te debe apasionar. Y esa pasión, te trae sensibilidad. Por eso, cada vez que alguna conducta humana inapropiada es excusa como “un error informático”, uno, claro, se preocupa. Hace unas semanas, en el Congreso de los Diputados se votó la nueva Ley de Reforma Laboral. El diputado del Partido Popular Alberto Casero, confinado en casa, votó telemáticamente, aparentemente, no por aquello que el partido le había pedido. Dijo que se debió a un “error informático”. Como en el caso del problema de utilización del programa de ignición de motores para la lanzadera del Columbia, saltó a los telediarios con preocupación por lo que realmente había ocurrido en ese programa informático. En fin, echémosle paciencia. Desde el Consejo General de Colegios en Ingeniería Informática de España (CCII) y el Consejo General de Colegios Oficiales de Ingeniería Técnica en Informática de España (CONCITI) ya han dado las pertinentes explicaciones para dejar claro que la informática no tuvo nada que ver.

En esa entrevista de 1981, Jobs dijo que la mejor forma de luchar contra el mal uso de la informática es la educación y sobre todo la educación informática. En 1981, uno de cada diez mil tenía un ordenador en casa. Hoy, todos/as tenemos un ordenador en casa. Pero seguimos sin entender que no, no son errores informáticos. Se trata de falta de pericia en su utilización. También la electricidad tardamos décadas en manejarla.