Balmaseda continúa en plena efervescencia de lanzamientos editoriales que amenicen el cierre perimetral de la villa y sus consiguientes restricciones de movilidad. La historiadora Julia Gómez Prieto explora en su última publicación las biografías de indianos que legaron infraestructuras y patrimonio con la intención de que repercutiera en la ciudadanía.

Editada en 2019, Julia Gómez Prieto califica como “mi segunda tesis doctoral” su publicación sobre los balmasedanos que emigraron a América desde el siglo XV, de la que ahora se desgaja la investigación centrada en los indianos, entendiendo como tal “al emigrante que volvió con una inmensa fortuna, aunque la acepción se emplea de forma más amplia para los que regresaron” independientemente de que prosperaran o no. Con el objetivo de que sea una obra “amena y de lectura ágil” ha prescindido “de las abundantes notas” dirigidas más a los estudiosos y ha incluido “bastantes fotografías como ilustración y apoyo del texto” con intención de que el libro pueda servir “como una auténtica guía de visita para pasear por Balmaseda” que finaliza con una descripción del recorrido por obras y edificaciones ligadas a los indianos y el agradecimiento “a Jorge Gómez Balenciaga, de Alboan Servicios Turísticos” y Paloma Sañudo, del Museo de Historia por su implicación en los itinerarios guiados”.

Sancho Ortiz de Urrutia y su hermano Juan, “de la estirpe de los Avellaneda, figuran en fuentes documentales hacia 1507 como los primeros comerciantes de Balmaseda que iniciaron sus negocios con las Indias desde el puerto de Sevilla, donde Juan se quedó mientras Sancho embarcaba”. Fueron sustituidos en los negocios por sus respectivos hijos, uno de los cuales solicitó permiso para construirse una capilla lateral en la iglesia de San Severino. Llamada del Santo Cristo o de Urrutia, ocuparía parte del emplazamiento de la antigua muralla. “Su joya, sin duda, la constituye el altar con retablo, uno de los más importantes retablos peninsulares de capilla”. El mercader Juan de la Piedra Verástegui, afincado en Panamá, ordenó erigir el convento de las Clarisas en 1643. La orden “tomó posesión en 1666 del nuevo edificio” que hoy alberga un hotel en la que fuera residencia de las monjas y el centro de interpretación de la Pasión Viviente en la iglesia.

Los comerciantes balmasedanos del siglo XIX “hilaron redes”, sustentados en el entramado familiar de enlaces y negocios, “lo que se ve claramente reflejado en los Bermejillo, que se instalaron en México. Labraron su poder como comerciantes e industriales textiles mediante la compra de fábricas en apuros o provenientes de herencias” y otro tipo de empresas con cuyos ingresos “formaron grandes capitales en base a los cuales se hicieron prestamistas de instituciones y altos cargos del gobierno”. Pío Bermejillo Ibarra y sus hijos “son reconocidos como importantes benefactores”, como con las escuelas de 1887 -actual kultur etxea- levantadas por el padre.

Balmaseda posiblemente profese el mayor afecto a Martín Mendia y Conde, nacido en 1841 “hombre trabajador y emprendedor” que partió a con su hermano a Chile y después a México. Ambos se asociaron con un empresario para abrir “la torre de Babel, uno de los grandes almacenes más emblemáticos de la ciudad de Mazatlán” al tiempo que gestionaban “vapores de compañías marítimas, seguros y bancos”. Retornó en 1885 estableciéndose en Madrid mientras levantaba una lujosa casa en la villa. Fundó una escuela de comercio y academia de dibujo, con 50.000 pesetas sufragó “un paseo público entre los dos puentes más antiguos de la villa que lleva su nombre -curiosamente, una de las tres principales arterias del casco histórico también se llama Martín Mendia-”, contribuyó a la finalización de las obras de saneamiento, aportó cuantiosos fondos para iniciativas sociales y de beneficencia y en 1920 puso en marcha su gran legado: las escuelas Mendia, diseño de su sobrino, el beato Pedro Asúa. Martín Mendia falleció en Balmaseda el 6 de septiembre de 1924. Su funeral “fue una impresionante manifestación de duelo de toda la población, que recaudó fondos para encargar una estatua suya” que a día de hoy da la bienvenida a la plaza de San Severino.