Bilbao. A Olatz le gusta mucho pasear de noche con su perro Nai. Lo hace casi todos los días por las campas cercanas a su domicilio, el camping de un pueblo de la costa vizcaina. Aprovecha la oscuridad "para hablar con la luna y las estrellas". "Mi familia dice que estoy un poco loca, pero a mí me gusta", advierte. Pero Olatz es feliz porque vive en un entorno natural, lo que ha conocido desde la niñez. Nacida hace 37 años en Karrantza, siempre ha sido una mujer amante de la naturaleza y la libertad, además de inquieta. Por eso, un buen día se plantó con una tienda de campaña en el camping. Luego se mudó a un módulo y ahí sigue diez años después. Ahora está pensando en cambiarse porque cree que ha cumplido un ciclo. Está buscando un caserío.

¿Cómo llegó a instalarse en un camping?

Porque rompí la relación con un chico con el que vivía en Bilbao. Entonces me fui a Algorta a compartir piso con otras personas, pero como no me gustó la experiencia, me decidí a probar.

¿A probar qué?

A probar a vivir en un camping. Me vine con una tienda de campaña y estuve viviendo en ella 28 días hasta que tuve un problema.

¿Qué pasó?

Que una noche empecé a oír unos ruidos que no me gustaron nada. Llamé inmediatamente a un amiga para que me viniera a buscar y me fui con ella a su casa.

Pero luego volvió.

Sí. Les dije a los del camping que me avisaran si se enteraban de que alguien ponía a la venta un módulo. Me llamaron diciendo que había uno y me animé a comprarlo.

¿Cuánto le costó?

Un millón seiscientas mil pesetas. Eso fue en 2001.

¿Cómo es el módulo?

Es muy pequeño. No sé los metros cuadrados que tiene, pero creo que serán unos ocho.

¿Qué distribución tiene?

Cuando lo compré tenía dos habitaciones, pero como yo tenía una cama de 1,35 y no me entraba en la habitación más grande, tuve que tirar una pared. Así que me quedé con una habitación y un baño que no puedes dar ni dos pasos.

¿Se siente a gusto?

Últimamente no tanto porque se me ha quedado pequeño. Necesito más sitio. Además, creo que ya he cumplido un ciclo.

¿Adónde se quiere ir?

A un caserío. Estoy buscando algo pero no encuentro nada que se ajuste a mis necesidades. Es difícil, pero lo encontraré.

¿Volvería a un piso?

No. Los pisos me dan un poco de claustrofobia. Hay mucha gente, demasiada comunidad para mí. Yo necesito vivir sola. La libertad me encanta.

¿Tampoco volvería a Bilbao?

No. Yo ya no podría vivir en una gran ciudad. Me gusta Bilbao para ir al teatro, por ejemplo, y tomar unas cañas, pero luego volver a la naturaleza

¿Qué le dice la familia?

A mis padres nunca les ha gustado. De hecho, no me quisieron avalar el dinero para comprar el módulo porque decían que eso no era una casa. Pero a mis sobrinos les da pena que me vaya.

¿Qué ventajas tiene para usted vivir en un camping?

Lo fundamental, que se hace la vida en la calle. Yo, cuando me levanto, escuchando los pajaritos, lo primero que hago es desayunar al aire libre. Eso ya compensa. Y a eso habría que añadir que el lugar donde vivo es privilegiado. Tiene campas y playa.

¿Y qué desventajas encuentra?

En invierno, la lluvia y el frío. Cuando llueve muy fuerte no puedes escuchar la televisión del ruido que hace el impacto de la lluvia en el módulo. Es como estar metido dentro de un coche muy grande. Es una caja. Y cuando hace mucho frío, se te quedan los dedos helados tecleando en el ordenador.

¿Y en verano no es un horno?

Sí, pero apenas hago vida dentro del módulo cuando hace buen tiempo. Estoy todo el día en la calle o en la playa. En verano, lo único que me puede molestar es que hay demasiada gente.

¿Molestan esos campistas de verano?

La gente, en general, se suele portar bien. El único problema suelen ser los jóvenes, que no respetan mucho las normas de silencio. Beben, están de vacaciones y hay juergas.

¿Recomendaría a la gente que se vaya a un camping todo el año?

Sí, pero le tiene que gustar mucho la naturaleza para vivir en este entorno.

Usted se crió en plena naturaleza.

Sí, yo nací en Karrantza y allí viví hasta los 24 años. De pequeña me subía a los árboles y me tiraba por todos los sitios, y esa vida vale mucho.

Pero se le quedaba pequeño el pueblo.

Sí. Yo siempre tuve claro que algún día me iba a ir para no volver.

¿Para no volver nunca?

No. Para no volver a vivir hoy en día, que soy joven. Volveré para jubilarme. Eso no me importaría. Lo que hago ahora es ir por allí fines de semana para visitar a la familia.

¿Qué va a hacer con el módulo si se va a un caserío?

Intentaré venderlo, pero está difícil porque creo que ahora, con una nueva ley, si vendes el módulo es para que se lo lleven fuera del camping.

¿Se irá de alquiler o tiene idea de comprar algo?

De alquiler, por supuesto. No creo que compre nunca un piso ni una casa en mi vida. Yo no soy partidaria de la compra, de la propiedad. ¿Para qué?, ¿para dejárselo a los hijos o a los sobrinos? Nada. Que se busquen la vida como yo me la he buscado.

¿Ahora cómo se la busca?

Trabajo en una tienda por las tardes y por las mañanas estudio. Pero yo he hecho de todo. He trabajado en bares, chiringuitos, poniendo txosnas...

¿Qué estudia?

Artes Escénicas.

¿Quiere ser actriz?

Sí, me gustaría trabajar en teatro.

En caso de que se vaya, ¿volverá algún día a vivir en un camping?

Sí. Bueno, no lo sé. Depende. Nunca se sabe dónde puedes acabar.