La historia de los locales adheridos al ábside exterior de la catedral de Santiago tiene más miga de lo que parece. Sobre todo porque su origen es prácticamente imposible de rastrear. Las diferentes instituciones vinculadas al templo apenas cuentan con información sobre su creación. Ni siquiera la Diócesis de Bilbao, cuya sede se ubica en la propia basílica. Mientras la cronología de la propia catedral está perfectamente documentada, respecto a las tiendas existe una llamativa laguna administrativa. En lo que todos coinciden es en apuntar que su procedencia es anterior al siglo XX.
Ni en los archivos patrimoniales del Ayuntamiento de Bilbao ni en los de la Diputación Foral de Bizkaia hay constancia de estos comercios, cuya analogía más reconocible se puede encontrar en la popular librería San Ginés, adosada a la iglesia del mismo nombre en Madrid. Igual que este singular comercio, el más antiguo de la capital española -cuya primera referencia se encuentra en 1650-, los establecimientos de la catedral de Santiago podrían remontarse a la época del medievo. Así lo consideran los historiadores del Consistorio bilbaino, desde donde apuntan que en aquel entonces era habitual que se aprovecharan los recovecos de los edificios de ciertas zonas de los cascos antiguos para instalar mercados o tenderetes.
Estas mismas fuentes son las que mencionan la figura de las barraganas, mujeres que vivían en las casas del clero y que, además de atender las labores del hogar y de las iglesias, en muchos casos, solían atender otras necesidades más carnales de los miembros eclesiásticos. Lejos del desprestigio de la prostitución, el de la barragana era una figura que socialmente, en aquel entonces, estaba completamente legitimada. Y aunque en el siglo XIII se luchó contra la barraganía vinculada al clérigo con penas de excomunión, su práctica se dilató hasta bien entrados los siglos XV y XVI.
De hecho, se dice que fue el amancebamiento de estas mujeres con los curas lo que dio origen a apellidos como De la Iglesia o Del Cura. En cualquier caso, tras los años de fiel servicio, las barraganas adquirían ciertos derechos de asistencia y mantenimiento. Y así, cuando los curas fallecían o simplemente ellas se hacían mayores, dejando de lado las funciones llevadas a cabo hasta entonces, se les otorgaban locales pequeños adosados a las iglesias, como medio de subsistencia.
Esta sería una de las teorías razonables que explicaría el origen de estos establecimientos que, en algún momento, siglos atrás, pasarían a ser comercios de titularidad privada, como se los conoce hoy en día. Así, no se acreditan sobresaltos en la historia de las tiendas adheridas a la catedral de Santiago hasta que las inundaciones de 1983 pusieron contra las cuerdas su pervivencia. Como todo el pequeño comercio de las Siete Calles de Bilbao, los establecimientos del templo quedaron completamente destrozados.
Cuenta Javier Gonzalez de Durana, entonces asesor del Departamento de Cultura del Gobierno vasco, que el Casco Viejo fue declarado conjunto monumental en los años 70 pero las competencias en materia de protección del patrimonio arquitectónico de valor histórico-artístico no se transfirieron a Euskadi hasta 1981. Así, con el pretexto de la trágica crecida, parte de sus esfuerzos se centraron en tratar de eliminar estos apéndices arquitectónicos. “Sin ningún valor constructivo o de diseño, estos anexos ocultaban y ocultan aún la noble naturaleza exterior de la catedral”, afirma González de Durana.
Sin embargo, en lugar de toparse con la Iglesia, el Gobierno vasco se topó con el Ayuntamiento. La disyuntiva entre instituciones se presentó de esta forma: retirar los locales y recuperar la arquitectura original de la catedral -opción elegida en Lakua- o dejarlos como reminiscencias de la época del medievo mientras se mantenían los negocios -opción defendida por el Consistorio-. En un momento en el que había muchos frentes abiertos, la administración municipal ganó el pulso y finalmente se optó por conservarlos y rehabilitarlos, con Surbisa liderando el proyecto. Cuatro décadas después, una nueva regeneración es ineludible en aras de que estos comercios honren el criterio por el que hoy siguen en pie.