EL pasado 13 de abril, un mes antes del cierre de la temporada regular y con seis encuentros todavía por disputar, el Surne Bilbao Basket saltó a la cancha del Pabellón Santiago Martín del Lenovo Tenerife con la permanencia matemática ya en el bolsillo. Lo que desde un par de semanas antes era una salvación virtual obtuvo ese día rango de oficialidad mientras siete rivales directos, todos a los que podía esperarse en esa áspera pugna salvo el meritorio Baxi Manresa y los propios hombres de negro, tenían todavía mucho trabajo por delante para eludir las posiciones de descenso a la LEB Oro, certificando de esa manera otra temporada en la que la tranquilidad clasificatoria ha sido absoluta.

Cierto es que desde aquella jornada los hombres de negro cerraron el curso enlazando seis derrotas consecutivas, las últimas muy mediatizadas por las lesiones, y emborronaron ligeramente su hoja de servicios para perder finalmente dos posiciones (de la 11ª a la 13ª) y caer así a una hipotética previa de la FIBA Europe Cup en el reparto de las próximas plazas continentales, pero el objetivo principal de la permanencia se selló de manera intachable con el acompañamiento de un viaje europeo que llegó hasta semifinales y dejó en el paladar de la marea negra un sabor de boca agradable, con la remontada de 19 puntos en cuartos de final ante el Legia Varsovia en Miribilla como gran noche para el recuerdo.

Con el que acaba de finalizar, el conjunto vizcaino enlaza tres cursos consecutivos sin grandes agonías clasificatorias, los dos últimos con Jaume Ponsarnau a los mandos, desde aquella salvación in extremis del ejercicio 2020-21 ganando en la última jornada en casa al Joventut, aunque también es cierto que las posiciones y los balances han ido bajando (9º con 16-18 hace tres ejercicios, 12º con 14-20 hace dos y 13º con 13-21 el pasado). Las dos temporadas del entrenador de Tàrrega han tenido un denominador común: dos buenos arranques que han servido para poner pronto tierra de por medio respecto a la zona de conflicto de la tabla y poder gozar así de mucha tranquilidad. El 4-1 con el que logró iniciar esta última singladura por la Liga Endesa, haciéndose fuerte en casa y rascando un triunfo en la pista del Obradoiro, igualó el mejor arranque del club en la competición doméstica y sirvió de colchón ante el bache que estaba por llegar. El conjunto vizcaino perdió a continuación seis partidos seguidos pasando de competir hasta el final en casa ante Real Madrid y Lenovo Tenerife a dejar escapar a domicilio dos choques que parecían sentenciados a su favor: en Zaragoza (del 31-48 a falta de 16 minutos al 77-63 final) y en Badalona (69-76 a un minuto de la última bocina para acabar cayendo con un triple de Andrés Feliz de más de veinte metros sobre la misma).

Esos dos duros golpes, además de la derrota en casa ante el Unicaja anotando unos pírricos 43 puntos, hicieron daño en la línea de flotación de un conjunto vizcaino que, sin embargo, salió de su racha negativa con un magnífico triunfo en Valencia en la decimosegunda jornada. Pero fue algo puntual. Una semana después, la derrota en casa ante el Río Breogán tras una caída en picado en el último cuarto provocó el momento de mayor zozobra del ejercicio, haciendo que se llegara a la conclusión de que al colectivo le hacían falta más puntos y amenaza desde el exterior, lo que acabó desembocando en la llegada de Keith Hornsby. Mientras en Europa superaban la fase de grupos con autoridad tras el susto del estreno en la cancha del Anwil Wloclawek, los de Ponsarnau llegaron a la decimoquinta jornada de la Liga Endesa con cierto agobio, con un balance de 4-10 que les igualaba con el penúltimo clasificado. El choque en Miribilla ante el Bàsquet Girona hubo que trabajarlo a pico y pala, pero acabó siendo la primera de las siete victorias consecutivas que se conquistaron en casa y que acabaron poniendo sólidos cimientos en el camino hacia la permanencia, con éxitos de notable mérito ante Baxi Manresa, Valencia Basket, Joventut, Baskonia –triplazo de la victoria de Kristian Kullamae a un segundo del final– y Dreamland Gran Canaria, cinco de los diez primeros clasificados.

Mate de Hlinason en la remontada ante el Legia. Jose Mari Martinez Bubu

En medio de esa racha positiva en la competición doméstica, el conjunto vizcaino disputó los cuartos de final de la FIBA Europe Cup. La derrota por 19 puntos en la cancha del Legia Varsovia en el enfrentamiento de ida parecía marcar el final del trayecto para los hombres de negro quienes, sin embargo, reaccionaron de manera magnífica siete días después con un inapelable 81-53 en el Bilbao Arena. Eso sí, el Chemnitz Niners, con una exhibición de físico y explosividad para el recuerdo en el recinto de Miribilla (73-98), fue inabordable en semifinales aunque los de Ponsarnau dijeran adiós a la competición con victoria en la cancha alemana. Con la única presencia ya de la Liga Endesa en el horizonte, el triunfo ante los de Jaka Lakovic en la 28ª jornada fue el canto del cisne de un equipo que esa noche durmió con un magnífico balance de 13-15 soñando incluso con echar el lazo a alguna plaza superior.

Sin embargo, la previsible derrota en Tenerife y la posterior en casa contra el Monbus Obradoiro, con la lesión de Adam Smith para toda la temporada, Keith Hornsby, que se perdió también partidos, y Denzel Andersson y otros jugadores también renqueantes –Xavi Rabaseda y Alex Renfroe– hizo que todo se torciera. El equipo apenas pudo entrenar durante dos semanas, cayó en Girona, sufrió una fea derrota en casa contra el descendido Zunder Palencia que no gustó en absoluto en Miribilla y, aunque mejoró su imagen ante Manresa y Barça, acabó cerrando el ejercicio con seis derrotas seguidas.

Con Sacha Killeya-Jones como jugador más brillante en lo numérico, tres MVPs de la jornada para Melwin Pantzar, Álex Reyes y Kullamae, Thijs De Ridder mostrando fogonazos de lo que puede llegar a ser, Renfroe y Tryggvi Hlinason en su papel y Smith sin acabar de ser el killer que se esperaba, el Bilbao Basket hizo de la tranquilidad la sensación predominante de la temporada. Que no es poco.