El valor del punto sumado ante el Paris Saint-Germain dependerá de lo que suceda en las dos jornadas restantes de la fase de liga. Con cinco puntos en el casillero, derrotar a la Atalanta en Bérgamo y al Sporting de Portugal en San Mamés se convierte en obligatorio para seguir en la Champions y acaso no sea suficiente. Ya se verá, pero lo que ahora toca es analizar el espectáculo vivido anoche con un Athletic que rubricó un empate con intenso regusto a victoria. No cabe otra valoración, pues aunque sea innegable que el conjunto de Luis Enrique dispuso de oportunidades de sobra para resolver, tampoco puede obviarse el formidable despliegue de un Athletic que se vació delante de una grada muy implicada, en diversas fases tuteó al rival y, en definitiva, fue valiente para afrontar una cita que imponía muchísimo respeto.
Que Unai Simón fuese elegido el hombre del partido ayuda a entender el elevado grado de dificultad que entrañó el encuentro. Hasta cuatro intervenciones al límite del portero, además de un despeje sobre la línea de Yuri y un balón repelido por la madera, coleccionó el PSG. Bagaje más que suficiente para haber resuelto, pues en el área contraria apenas se contabilizaron una serie de remates o centros defectuosos, de forma que Safonov no se anotó ni una intervención comprometida. Pero noventa minutos dan para bastante más que las jugadas de peligro y ahí fue donde el Athletic dio la talla y compitió, como hiciera contra el Atlético de Madrid. Pedirle más de lo que brindó hubiese sido improcedente porque enfrente tuvo un colectivo de calidad superior al que forzó a currelar como pocos habrán logrado. El rendimiento recordó al de la jornada inaugural frente al Arsenal, otro monstruo, como si este equipo se sintiese más a gusto peleando con los mejores.
Si viendo cómo se mueve y expresa, la palabra “relajado” suena rara en boca de Luis Enrique, normal que la víspera del partido dejase claro que está borrada del vocabulario de su equipo. Él, por si acaso, puso de su parte alineando el once de gala que la convocatoria le permitía. Y Valverde secundó a su colega, fue con todo de salida; de hecho, repitieron nueve de los hombres que vencieron al Atlético. Despejaba así posibles dudas en torno a cuál era su prioridad, toda vez que el domingo en Balaídos se pondrán en juego tres puntos de gran valor.
La predisposición de ambos deparó una especie de combate nulo hasta el descanso. Ninguno se impuso realmente, circunstancia que ya constituía un triunfo moral del Athletic. La intención de plantear un cara a cara con el campeón continental es una cosa; materializarlo, otra. Lo logró en el sentido de impedir que estuviese cómodo y generase peligro, lo cual habla muy bien de la actitud y el esfuerzo que caracterizaron la puesta escena. Durante muchísimos minutos el balón no salió de terreno francés y obedeció a que el PSG se sintió acosado de verdad. La presión muy avanzada, hasta temeraria habida cuenta la amenaza de una contra que sugieren los recursos del rival, funcionó en líneas generales. Cuando menos, impidió que el PSG estuviese tranquilo, le obligó a mantener la concentración.
Esto explica en buena medida la ausencia de situaciones nítidas que amenazasen a los porteros. Con Vitinha al mando, los visitantes probaron a salir tocando a ras de césped, con paciencia y bastante precisión, pero pocas veces pudieron avanzar y ser profundos. Su renuncia al envío en largo para eludir la presión local animó a perseverar a los hombres de Valverde, que trabajaron a destajo. También en las contadas ocasiones en que les tocó recular a toda velocidad. Fueron tres o cuatro, insuficientes para intimidar a un Athletic que salvo dos remates desviados de Fabián únicamente recibió un susto muy gordo.
En la última acción del primer acto, Mayulu recibió en posición inmejorable en el área, tras una asociación de los dos laterales, y Simón respondió con una parada mayúscula. Hubiese sido ciertamente duro verse rezagado en el marcador en ese preciso instante y después de fajarse sin reservas. En el área opuesta, nada que reseñar salvo una falta muy cerrada de Berenguer que Safonov palmeó a córner. La impresión en el intermedio era excelente desde la óptica rojiblanca, salvo por el gasto físico invertido y, claro, porque había otra mitad por jugar.
El PSG apretó a fondo el acelerador según abandonó la caseta. Durante un cuarto de hora que pareció eterno, avasalló con un fútbol muy vertical que produjo un puñado de situaciones muy comprometidas, la mayoría resueltas por la firmeza y reflejos de un Simón excelso. En dicho tramo solo su aportación mantuvo al equipo, que terminó hundido en su área, impotente para cortar la ofensiva francesa, con el miedo metido en el cuerpo. No es broma la velocidad con que percutieron los muchachos de Luis Enrique. Fue una exhibición, un auténtico agobio del que el Athletic salió ileso con muchísima fortuna. Por momentos la amenaza de naufragio embargó todos los corazones reunidos en La Catedral.
La terrorífica oleada quedó interrumpida después de que Barcola se presentase ante Simón y, por apurar, su chut saliese rebotado del larguero. Los cambios para refrescar filas vinieron de perlas para coger aire de nuevo, aparte de que el PSG decayó, acaso perplejo y algo desorientado ante la persistencia del 0-0. Pudo el Athletic equilibrar de nuevo las fuerzas y conducir el encuentro hacia derroteros menos inquietantes. Excepto ya muy cerca de la conclusión, cuando Fabián entró hasta la cocina y sus dos intentos fueron repelidos por Simón y Yuri. Fue el último coletazo visitante, el Athletic pudo respirar hondo y, aunque derrengado por la descomunal exigencia, disfrutar junto a la afición de su hazaña, que son muy contados los que le tosen al campeón.