A eso de la medianoche se conocerá el fundamento del pronóstico, ese ejercicio ineludible que sale de combinar el deseo y el argumento deportivo, ingredientes que desde un mes atrás han alimentado una expectativa y, sobre todo, una actividad frenética. Acaso porque esta vez la final se antoja propicia, la afición se ha volcado con un apasionamiento tan desaforado que casi parece que no vaya a haber más ediciones de la Copa. Ya solo queda que el equipo esté a la altura de las circunstancias. Después de cuarenta años, el Athletic se halla ante la gran oportunidad de revalidar su vitola de campeón. No se percibe ninguna razón poderosa que lo vaya a impedir, aunque con la boca pequeña se aluda a lo de la piel del oso y demás posicionamientos políticamente correctos. Tal es la convicción que ha arraigado en el entorno, el motor que ha teñido de rojiblanco Bizkaia e inundado cada rincón de Sevilla.

Esta es la buena, la final que colmará las ansias de gloria después de tantas desilusiones. Tiene que serlo. Y es que no cabe pensar en un traspiés, pues coinciden los factores ideales: un rendimiento propio notable, acreditado a lo largo de toda la temporada, y la identidad del rival, un conjunto con un balance discreto a pesar de su perfil aguerrido. A estas reflexiones bien fundamentadas, únicamente se opone la redondez del balón. Dicho de otro modo: la naturaleza imprevisible del fútbol, capaz de desmentir la previsión, la lógica, trayectorias y antecedentes, la calidad de los futbolistas.

En definitiva, el desenlace del Athletic-Mallorca descansaría básicamente en la capacidad de los hombres de Ernesto Valverde para plasmar sobre la hierba un repertorio que les ha permitido resolver la inmensa mayoría de los compromisos gestionados desde agosto. Hay, por tanto, motivos de peso para confiar en sus posibilidades, pero se trata de una final. Esto significa que no hay punto de comparación con las citas previas en términos de responsabilidad, exigencia, tensión.

Entrar al partido con la disposición adecuada, el grado de ebullición preciso, el talante ajustado; sin dejarse arrastrar por la impaciencia, impidiendo que la ansiedad repercuta en la propuesta, todo esto posee un valor superior en un evento de máxima relevancia. La particularidad de un cara o cruz radica en que no concede margen para la enmienda, de ahí que el primer paso para ganar sea imponerse en la guerra de nervios que afectará a ambos bandos. Por descontado que el ambiente influirá en el ánimo de los protagonistas. Se da por hecho que en la grada prevalecerá el colorido y el aliento de los seguidores del Athletic.

En Mallorca no han tenido inconveniente en abrazar dos teorías: la final está al 50% y no somos los favoritos. Les da igual porque en realidad cualquiera es válida en los prolegómenos. Son conscientes de la segunda, pero tampoco renuncian a apurar sus opciones, que las tienen. Será interesante ver el plan que elabora Javier Aguirre, un técnico más dúctil de lo que habitualmente transmite su equipo.

Once de gala

En teoría, a los de Valverde les corresponde asumir la iniciativa, marcar la pauta y, en la medida de lo posible, establecer el ritmo de la contienda. Esta cuestión se antoja clave. El Athletic necesita revoluciones altas para desplegarse y ser eficaz en ataque, encuentre o no espacios amplios para correr. Enfrente se afanarán en poner pegas, probablemente con un repliegue y enorme aplicación en cada disputa. Pero lo apuntado, no constituye ningún secreto. Por mucho que haya un título en juego o precisamente por esa razón, ninguno va a traicionar su personalidad.

Para Valverde la mejor noticia versa sobre la disponibilidad de todos los jugadores que quería utilizar en día tan señalado. A falta de datos más concretos, se diría que las incógnitas que revoloteaban sobre Yuri Berchiche y Nico Williams se han desvanecido. El Athletic recupera su banda izquierda titular, una de las vías que le procura profundidad en una apuesta que intenta diversificar su manera de llegar a zona de remate.

Por delante de Julen Agirrezabala se situarán De Marcos, que portará el brazalete de capitán, Vivian, Paredes y el citado Yuri. El dúo encargado de equilibrar la doble función de robar y distribuir estará compuesto por Galarreta y Prados. El primero ha sido el centrocampista favorito del entrenador desde el inicio del curso; el segundo, sencillamente, ha impuesto su presencia con un rendimiento impropio de un novato en la élite. Unos metros más arriba, con libertad de movimientos, Sancet, quien no ha estado tan inspirado en la segunda mitad del calendario, pero del que siempre se espera que dinamice al resto con su saber estar en los espacios más comprometidos. Los hermanos Williams son los principales encargados de percutir, por piernas, poderío, habilidad y atrevimiento, quedando Guruzeta encargado de asistir a los demás, abrir huecos, arrastrar rivales e irrumpir oportuno para culminar.

El Athletic sale con un once de garantías. Confirmarlo esta noche equivaldrá a ser campeón.