Dicen que Sevilla tiene un color especial; vaya que si lo tiene. ¿Cuál? Habrá que suponer que el rojo, pero también el blanco. Colores que predominan en su bullicioso y precioso casco histórico, repleto de calles estrechas, serpenteantes, donde miles y miles de aficionados del Athletic calientan sus gargantas en los muchos, muchísimos bares de la zona.La mejor manera de combatir el calor y ponerse en situación ante la que se viene. Porque sí, este año sí. Un deseo unánime. Hablamos, claro, de la final de Copa, del torneo fetiche de un club que persigue sin descanso su vigésimo quinto título. Cantaba Carlos Gardel en su ilustre tango Volver que veinte años no son nada. Cuarenta, los que han pasado desde aquel gol de Endika al Barcelona de Maradona en el Santiago Bernabéu, sí lo son; vaya que si lo son. Las niñas de entonces son ahora madres; sus padres, aitites. El de este sábado en La Cartuja es el partido de dos generaciones. Padres e hijos, madres e hijas que no han visto al Athletic ganar un título importante. El partido de sus vidas; el partido de nuestras vidas. De los que vivieron aquel último triunfo, el de 1984, y de los que han llorado las derrotas, en el peor de los casos tantas como cinco, desde 2009. También es el partido de los ausentes, los muchos ausentes. Y el de los que vendrán, ojalá, con una Copa debajo del brazo.

Amamas que narran a sus nietos los recuerdos, las historias de una embarcación que subió ría arriba ante, dicen, un millón de personas. Esas mismas amamas que quieren dejar de repetir aquello que ellas sí vivieron y que a sus nietos les suena a cuento chino, pues la dichosa gabarra parece envuelta en tantas dosis de misticismo, que no parece real y suena a leyenda antigua, de esas inventadas. Pero es real como la vida misma. Y aguarda paciente, pese a los supersticiosos que no quieren hablar de ella, para no gafar nada, a que el próximo jueves la plantilla y el cuerpo técnico del Athletic se suban sobre ella, por fin, para volver a teñir de colorido y llenar de alegría las dos orillas de la ría.

Para que eso suceda, el conjunto rojiblanco deberá superar sus miedos, esos que le han atenazado, que le han impedido competir de tú a tú con sus rivales en las últimas finales de Copa. La historia más reciente del Athletic se explica a partir del dichoso bienio negro, cuando el posible primer descenso a Segunda División de su historia tuvo atemorizada a toda su masa social. El clic definitivo llegó de la mano de Joaquín Caparrós, que acabó con 24 largos años de sequía metiendo al equipo, de nuevo, en la lucha por un título. Desde Mestalla, en 2009, pasando por el Vicente Calderón (2012) y el Camp Nou (2015), en lo que fue toda una bilbainada, aunque de triste final. Hasta La Cartuja.

Imposible olvidar las derrotas de 2021, sin público, ante la Real y el Barcelona, una herida que aún sigue abierta y que este sábado el Athletic, con unas 30.000 gargantas, si no más, animándole, pretende cerrar de una vez por todas.

Cuentan los más veteranos, las voces de la experiencia, que es la primera final desde la de 1977 -en la que los leones se vieron las caras con el Betis y que se decidió desde los once metros, con el fallo de Iribar- en la que el Athletic parte con la vitola de favorito

El Mallorca no es el Barça, verdugo hasta en tres ocasiones de los bilbainos; tampoco la Real Sociedad. Y aunque todo el mundo se empeñe en no alzar la voz en exceso, en ser lo más cauteloso posible al referirse al rival en la final, la oportunidad parece única.

Duelo en los banquillos

Ernesto Valverde, que ya sabe lo que es ganar una Copa, quiere quitarse la espina que tiene clavada desde 2015, cuando tuvo que claudicar ante el último gran Barça, el del triplete con Messi, Neymar y Luis Suárez y Luis Enrique Martínez en el banquillo. Caprichos del destino, se verá las caras con el Mallorca, equipo en el que colgó las botas en 1997 tras una larga carrera deportiva. Si este Athletic esta cómo está, lanzado en liga, peleando por los puestos de Champions, y en una final de Copa, mucha parte del mérito deportivo se explica a partir de la figura del técnico de Viandar de la Vera.

Enfrente asoma un tipo fantástico, risueño, natural, mexicano, pero también vasco, con raíces en Gernika e Ibarrangelu: Javier Aguirre. Un entrenador al que su familia, o una gran parte de ella, quiere ver claudicar ante el Athletic, el equipo de sus vidas. El equipo al que en algún momento de su vida le hubiese gustado entrenar y del que pretende ser verdugo este sábado.

La Cartuja, como si de La Maestranza se tratase, será puerta grande o enfermería para el Athletic. La final de dos generaciones.