El Athletic volvió a ganar. Ejerció de anfitrión, con todo lo que ello conlleva en la presente temporada. Mandón, incisivo y sólido, fue plenamente consciente de su pujanza y no desperdició la oportunidad de apuntalar su plaza continental. Este sábado se acuesta tercero tras despersonalizar a un contrario que de inicio no se arredró. La Real saltó eléctrica al derbi, dispuesta a discutir el gobierno del juego, intimidante, sin remilgos, pero solo logró frenar un rato al Athletic. Luego se vio impotente para neutralizar ese afán por proyectarse en ataque que caracteriza a los rojiblancos. Recibió dos goles y pudo encajar alguno más. El derbi estuvo liquidado antes del intermedio.

La segunda mitad no modificó el curso de los acontecimientos. Aunque muy cerca del final Oyarzabal, fiel a su cita con el gol ante el Athletic, acortó distancias, prevalecieron los dos aciertos previos de Berenguer, fruto del mejor rendimiento global, de una superioridad que por momentos acaso no entraba en los cálculos de nadie. Pero es que se diría que no existe antídoto eficaz para este Athletic. Al menos, la Real no lo encontró, como tantos conjuntos este año, se condenó en cuanto cedió una pizca en términos de intensidad y agresividad.   

La trepidante puesta en escena de ambos equipos mantuvo viva la incertidumbre en torno a cuál sería capaz de aprovechar todo el esfuerzo invertido en cada metro cuadrado del terreno. Fue el Athletic, pero le costó un cuarto de hora. Pareció incluso que la Real se salía con la suya, pues le impedía activarse con balón. Pero en cuanto Sancet halló un resquicio para progresar y conectar con Nico Williams, el bloque supo acompañar y abocó al conjunto de Imanol a ceder metros y concentrarse en tareas destructivas.

Ganada la batalla de la puesta en escena, que además se cobró una víctima, pues Odriozola sufrió una lesión muscular, empezaron a asomar los laterales rojiblancos en posiciones avanzadas, con Galarreta agigantado en la zona ancha, mientras los encargados de dirigir las operaciones de la Real desaparecían, engullidos por una dinámica absolutamente vertiginosa.

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En imágenes: ¿Has estado en San Mamés viendo el Athletic-Real Sociedad? Búscate en nuestra galería Borja Guerrero

El Athletic en estado puro no tardó en certificar la peligrosidad que atesora con espacios para correr. Zubeldia interrumpía el primer pase venenoso de Nico Williams con destino a Guruzeta y seguido Vesga amenazaba de cabeza, anticipándose a la salida del portero. Dos avisos con el equipo lanzado, suelto, con los rivales llegando tarde para interrumpir. El tercero, a la cazuela: pared de Yuri con Nico Williams y el pase raso del lateral toca en Zubeldia, roza asimismo en Marrero y queda muerto en el área chica para que Berenguer empuje.

Delirio en la grada y la confirmación de que el derbi tenía dueño desde bastantes minutos antes. La Real no reaccionó, siguió supeditada a la ambición local, reflejada en la acción del segundo tanto. Lekue habilitó a Sancet, quien sirvió en largo a Nico Williams y este, tras frenar en seco y deshacerse así de Tierney, cedió en corto dentro del área. Vesga llegó muy forzado, Zubeldia desvió en un principio y volvió a hacerlo ante Guruzeta, de nuevo la pelota salió sin dueño y Berenguer definió con finura, de zurda, poniéndola lejos de un Marrero vendido.

La intervención de tantos hombres en este gol fue quizá el exponente más claro de cómo se las gastaba el Athletic y de las tremendas dificultades que tuvo la Real para defender su parcela ante semejante alarde de verticalidad. El partido parecía sentenciado, no solo por el marcador. Los de Imanol, habían perdido en el plano táctico y se veían desbordados. Con Vivian y Paredes plantados sobre la línea divisoria, empujando todos en bloque para romper líneas enemigas, con la referencia del menor de los Williams, un incordio permanente.

El juego apenas asomó en los dominios de Simón, si se exceptúa un chut de Zubeldia que Guruzeta obstaculizó en el minuto 50, el previo a que los equipos se retirasen al vestuario. No hubo retoques a la vuelta, aunque se apreció enseguida un cambio de decorado que, para decirlo todo, era previsible. La Real se esforzó en acumular posesión, favorecido por el ligero repliegue de un oponente que entendió que no podía prolongar indefinidamente ni la presión tan alta ni el desgaste a campo abierto.

A un remate forzado de Aritz en un córner corto se limitó la réplica guipuzcoana en la faceta ofensiva. Poca cosa. El Athletic se mantuvo ordenado y expeditivo, lo suficiente para impedir que los medios realistas tocasen en profundidad. La mayoría de los pases de la Real se produjeron muy lejos de zona de remate. Imanol buscó algo con un par de chavales, pero a partir de la hora el fútbol se espesó. Como si de un combate nulo se tratase. No ocurrió nada relevante durante un buen tramo, salvo la incorporación de Herrera por un Galarreta golpeado y vacío por la pechada que se metió, y de Unai por Sancet, también con síntomas de cansancio.

Sencillamente, la Real no podía disimular su impotencia y el Athletic, encantado, propiciando una tónica anodina. El paso de los minutos corría de su lado y sus laterales, los dos, todavía contaban con gas para apoyar los despliegues. San Mamés celebraba cada balón ganado y ovacionaba cualquier detalle, feliz de asistir al enésimo éxito de los suyos. Sin embargo, aún hubo margen para que los decibelios subieran. En un lance aislado, a dos del 90, Oyarzabal ponía el pecho para dirigir a la red un chut defectuoso de Aihen. Quizá fuera el único lapsus de la zaga bilbaina que, descolocada, defendió mal un par de centros que cruzaron el área de parte a parte.

La victoria no estuvo en riesgo, pero el 2-1 impulsó a la Real y el espectáculo se embarró. Muchas entradas fuertes y a destiempo. El árbitro, hasta entonces condescendiente, tuvo que gestionar un par de amagos de tangana. La tensión no derivó en un episodio desagradable, pero deslució el tono de un pulso donde prevaleció la autoridad del Athletic.