Para explicar el comportamiento de un equipo en un partido concreto hay montones de argumentos a mano, un amplísimo abanico donde escoger a gusto de cada cual. La versión que ofreció el Athletic en Montilivi acaso sea la más sugerente en lo que va de temporada, pese a que no ganó. En ocasiones así, si el juego y la predisposición relucen hasta deslumbrar, el marcador se convierte en un elemento secundario, aunque en este negocio lo primordial sea el resultado. La complejidad que entrañaba visitar el feudo del conjunto que hasta el lunes ha encabezado la clasificación y la inercia propia, esto es, una serie de jornadas estupendamente rentabilizadas en las que, sin embargo, se detectaron defectos que pudieron costar muy caro, revalorizan lo realizado frente al Girona. Se trata de razones que invitan a reflexionar en torno al potencial y el futuro inmediato.

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El GIrona-Athletic, en imágenes EFE | Athletic Club

Cuando se asiste a un encuentro tan notable, la primera tentación es creer que servirá como referencia. Desde una perspectiva optimista, cómo no suponer que el Athletic fue capaz de plantarle cara a la revelación de la liga porque objetivamente atesora el repertorio ideal para aspirar a cotas que se han revelado inalcanzables en los últimos cursos. Claro que, si el análisis se centra precisamente en esa imposibilidad manifiesta de completar un campeonato con un mínimo de fiabilidad o regularidad, lo prudente será evitar que vuele la imaginación, impulsada por una noche tan reconfortante.

Al igual que un año atrás, el equipo de Ernesto Valverde protagoniza un estimable arranque de campaña. Mejor que el anterior. No tanto por contar con un punto más, sino atendiendo a factores como la identidad de los rivales habidos o determinados avances en la propuesta, en especial el relativo a la eficacia en ataque. El entorno sabe perfectamente que ser quinto a finales de noviembre no pasa de ser un motivo para ilusionarse; una mera proyección que solo será válida en caso de ser ratificada a medida que vayan pasando las jornadas y, en especial, cuando se enfile la recta final, allá por abril y mayo.

La afición es testigo de la existencia de una declaración de intenciones hecha con la mejor de las voluntades, que de momento se materializa en una posición de privilegio. El Athletic se ha embarcado él solito en una empresa donde se entremezclan el espíritu de enmienda y la necesidad. Son demasiadas frustraciones, todas seguidas, y al margen de que el objetivo trazado sea más o menos asequible, la entidad suspira por retornar a la competición europea. Están en juego el prestigio del escudo, tema que interpela directamente a los profesionales, y la economía, puesto que la hucha se está agotando.

Hoy, una mirada a la tabla muestra que por encima figuran los inabordables, Madrid, Atlético, Barcelona y mientras no se demuestre lo contrario, que costará, el Girona. Advierte asimismo de la proximidad de solo un par de competidores directos, Real Sociedad y Betis. Los siguientes se hallan a cierta distancia, aunque no como para echarse a dormir. Por ello, se debe insistir en el valor de la perseverancia.

No es preciso caer en elucubraciones para deducir que, durante la interrupción del campeonato, en Lezama se han trabajado a fondo aspectos concretos del juego, básicamente orientados a desactivar las bazas del Girona. Ajustes en el plano táctico que equilibrasen la estructura a fin de minimizar el capítulo de las concesiones, particularmente extenso contra enemigos más asequibles como son Valencia, Villarreal y Celta. Como señaló posteriormente el técnico, haber permitido un desarrollo de partido descontrolado, enloquecido, con los hombres de Míchel enfrente, se hubiese traducido en derrota segura.

Corregidos esos detalles a fin de impedir que asomase el repertorio táctico del Girona, esa contrastada habilidad para alternar distintas vías por las que transitar hacia el área rival, mediante una presión perfectamente ejecutada y aplicado el grado de ambición suficiente para canjearla por remates contra la portería catalana, la otra cuestión que reactivó al Athletic estribaría en la interiorización de un reto. ¿Cuál? Plasmar lo entrenado fuera de casa y a costa de un grupo lanzado, no crecido, pero sí consciente de su estado de forma, por tanto, muy peligroso.

En síntesis, que precisamente la identidad del adversario contribuyó a la preparación anímica de los jugadores. No es algo que no se observe cada vez que toca cruzarse con las escuadras punteras, pero se da con alguna frecuencia. San Mamés, por ejemplo, siempre, en todas las épocas y también en la vigente, ha asistido a citas señaladas donde el Athletic ha tirado de orgullo y agresividad, a menudo sacando de donde ni se sabía que había. Acaso para terminar cediendo ante la pujanza o calidad de un oponente ilustre, pero haciéndole la vida imposible y, de paso, llenando de orgullo a quienes ocupaban las gradas.

De viaje, este fenómeno se ha producido de forma muy esporádica, pero es exactamente lo que todo el mundo pudo degustar el lunes. Un conjunto valiente, dispuesto a clamar a los cuatro vientos que no teme a nadie y quiere la victoria.

El sábado será la prueba del nueve, el día en que se sabrá si lo de Montilivi fue un accidente, simplemente un hecho aislado o se confirma que el proyecto es consistente, que el rendimiento brindado ante el Girona ejercerá de palanca para impulsarse y reafirmar su candidatura a premio. Recibe al Rayo Vallecano, que suele incomodar lo suyo y viene eufórico tras amargarle un poco más la existencia al Barcelona de Xavi.