Se dice que lo mejor del Celtic es que lo que hoy es filial, mañana será primer equipo. Con esa filosofía, el club de Glasgow consiguió convertirse en un histórico de Europa, respetado tanto dentro del campo –donde consiguió ganar la Liga de Campeones de 1967, a los vencedores se les denominó desde entonces los Leones de Lisboa, así como 53 Scottish Premiership, 41 Copas de Escocia y 21 Copas de la Liga– como fuera, donde la idiosincrasia de su afición traspasa lo deportivo. Así, parece que el Athletic atesora muchas cosas en común con el que será su cuarto rival de pretemporada. Ambos conjuntos, casi análogos, se enfrentarán mañana (19.30 horas) en el Celtic Park o, como lo llaman los más acérrimos: el Paraíso. Un edén con capacidad para 60.000 futboleros. Sin embargo, no será el primer amistoso que protagonizan puesto que en 2011 la trayectoria de ambos clubes convergió en San Mamés en un encuentro a favor del fútbol vizcaino que terminó sin goles (0-0) pero que dispensó la fraternización entre la masa social rojiblanca y la Green Brigade.

Si de algo se enorgullecen de compartir Athletic y Celtic es de la firme lealtad que sus jugadores profesan a su escudo. En un lado, Iker Muniain y Óscar de Marcos, ambos con posibilidad de llegar a las 15 temporadas con el club rojiblanco; en el otro, Billy McNeill, el legendario capitán que disputó 822 partidos a lo largo de 18 campañas y que levantó la Orejona del 67 –recibió de forma póstuma el premio One Club Men en 2019–. O, por poner un ejemplo más actual: James Forrest. De hecho este encuentro, enmarcado dentro de los actos conmemorativos del 125 aniversario del Athletic, servirá también de excusa para homenajear la figura del extremo escocés, que recientemente renovó con el Celtic hasta 2025 tras disputar un total de 464 partidos oficiales (102 goles).

Se dice también que el Celtic es el orgullo de Irlanda, aunque juegue en la liga escocesa. Porque es un club de tradición, de costumbres que se han mantenido casi inertes desde que en 1887 fuera fundado por el hermano Walfrid, un cura que buscaba recaudar fondos para los inmigrantes irlandeses –y católicos– de Glasgow. Desde entonces, el club es un símbolo religioso y un agente político. De hecho, su afición siempre se vincula con el catolicismo y el nacionalismo irlandés; que incluso en algunos partidos se atrevió a ondear banderas a favor de la independencia vasca o en contra de la familia Windsor minutos antes de la reciente coronación de Carlos II.