El infortunio como argumento central del desenlace registrado este martes en San Mamés estaría plenamente justificado. No ya por el hecho de que Osasuna marcase con el cronómetro cerca del minuto 120, que también, sino analizando el desarrollo del encuentro al completo. Gozó el Athletic de situaciones de sobra para certificar el acceso a la final de Copa, pero a su rival le bastó con dirigir un intento entre los tres palos para dejarle con un palmo de narices. Tuvo el Athletic esas oportunidades fruto de un trabajo concienzudo, de su afán por gobernar el pulso, pero no hubo manera de reflejar el esfuerzo en el marcador. Para variar le faltó finura en el último tercio y en última instancia chocó de bruces con un Herrera en estado de gracia.
El portero fue sin lugar a dudas la estrella del partido, firmó la aportación más determinante a un espectáculo que no siempre entiende de méritos colectivos, que como anoche recompensa al más débil, al que menos expone. No hay reproche que hacerle al conjunto de Ernesto Valverde, si se exceptúa ese déficit que le complica tantos y tantos encuentros, un desacierto que puede acabar insuflando vida al oponente. La historia de este derbi en las alturas se escribió así, con los renglones torcidos de un Athletic que durante la mayor parte del choque albergó motivos para creer que terminaría sonriendo. Pero lo presenciado no es casual o un accidente aislado, es el pan de muchas jornadas y esta vez tuvo consecuencias fatales.
El Athletic queda apeado de su torneo, deja una estela de decepción que costará suturar, si bien no hay más remedio que levantar la cabeza y centrarse en la liga. Osasuna alcanzó la gloria después de sufrir como un perro, pero asumir ese ingrato papel le cundió. A la larga la gestión que realizó se reveló más productiva, por más que el Athletic demostrase una superioridad patente que solo decayó en el tramo final, momento en que le cayó encima un castigo desproporcionado, objetivamente cruel.
Las alineaciones auguraban un partido abierto, más de lo podía presumirse. Que en el Athletic coincidiesen Sancet y Muniain en la media resultaba hasta lógico si, como dejó entrever Valverde, el plan consistía en volcarse a fin de equilibrar cuanto antes el marcador de la ida. Pudo sorprender más, pese al ambicioso mensaje que la víspera envió a su tropa, que Arrasate reuniera a Oroz, Rubén García y Moi Gómez, quedando Torró como único elemento específico de contención por delante de la defensa, además de mantener en ataque a Kike García y Abde.
Tanta coherencia entre los discursos y las pizarras dejaba atrás el catálogo de precauciones que presidió la cita de El Sadar. En efecto, de salida los dos equipos quisieron la pelota, aunque Osasuna se sintió más cómodo. Eludió ceder metros, encerrarse, y el ansia local le facilitó la tarea. El montón de pérdidas que cometieron los rojiblancos provocó un constante ida y vuelta, con despliegues visitantes que frustraban el ritmo frenético que suele caracterizar el estilo de juego del Athletic.
La tónica duró cerca de media hora, el tiempo que precisó el Athletic para empezar a ganar disputas e intensificar su ofensiva, hasta entonces limitada a un par de centros profundos de Iñigo que propiciaron un mano a mano del que Herrera, en una salida al límite, salió vencedor ante Guruzeta, así como una salida del área para anticiparse a Iñaki Williams. Poco a poco, pudo el Athletic disponer de balón parado para diversificar su propuesta y por ahí llegó el gol que equilibraba la semifinal.
Aunque la mayoría de los córners careció de peligrosidad, Vesga con una prolongación en el primer palo permitió que Iñaki Williams pudiese embocar en el área chica en posición forzada. Hacía un rato que Osasuna daba síntomas de fragilidad y lo pagó. Había dejado de ser un bloque atrevido. El tesón local, a falta de inspiración, había desequilibrado la contienda. El gol vino precedido de una interesante maniobra de Guruzeta: templó desde la línea de fondo para que De Marcos cabecease en plancha y picado. Herrera desvió y en el córner consiguiente la grada liberó toda la tensión acumulada.
Osasuna gozó de un turno de réplica antes del descanso, en realidad su único remate, de Kike García, sin apenas ángulo, repelido por Agirrezabala. El segundo acto discurrió por otros derroteros, el Athletic retuvo la iniciativa, pero bajó las revoluciones, elaboró más. Suficiente para sentirse superior y, al igual que en el período previo, ir paulatinamente ganando en profundidad. Acarició el premio en tres acciones muy seguidas, pero Nico Williams se llenó de balón con todo a favor, un defensa tapó una volea de Sancet en el área y Herrera volvió a lucirse ante Iñigo.
Un día más la ausencia de pegada penalizaba al Athletic, mientras Osasuna se limitaba a resistir y recibía la prórroga como un éxito. Aún Raúl García pudo impedir el tiempo extra, pero Herrera no se venció y Nico Williams apuntó de nuevo a las nubes. La tensión fue en aumento como el temor a un error grave, sentimiento más entendible en el bando local, y en similar proporción afloró el cansancio. Y las interrupciones. La claridad de ideas menguaba, lo mismo que la capacidad para percutir.
El primer asalto solo produjo un cabezazo de Vesga, en el enésimo córner, que Herrera palmeó fuera. La amenaza de los penaltis sobrevolaba San Mamés. Osasuna no se descomponía, empezaba a verse con opciones de conducir al Athletic al trance que peor asimila quien ha acariciado el triunfo. Y a raíz de una mala entrega de Zarraga, logró Osasuna hilar un ataque decente: Moncayola vio a Ibáñez en la frontal y este soltó una volea a colocar, imparable para Agirrezabala. Fin.
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