Trece jornadas sirven para concluir que Ernesto Valverde se mantiene fiel a la idea con la que abordó la temporada. El tipo de fútbol que desea está perfectamente identificado, podría describirse aludiendo a que prima la laboriosidad sin balón para realizar una presión avanzada y el afán por producir mucho en ataque. La fórmula, enunciada así de manera elemental, se ha revelado interesante. Le ha permitido al Athletic vivir con holgura en la parte alta de la tabla hasta la fecha.

Asimismo, es notoria su inclinación a contar siempre con un determinado bloque de futbolistas. La cadencia, apenas alterada, de disputar una cita semanal ha favorecido esta política. Cuando un titular desaparece de la alineación obedece a la existencia de una lesión, por lo demás hay un grupo que tiene plaza fija y ello al margen de cuál sea su respuesta sobre el césped. El verbo cambiar no es de los que el entrenador acostumbra a conjugar en el terreno práctico. De hecho, se muestra remiso a introducir modificaciones sobre la marcha en los partidos, al menos pronto para así conceder suficiente margen a quien se incorpora desde el banquillo. Tiende a apurar con quienes actúan de inicio y abundan los relevos con el cronómetro próximo a detenerse.

Valverde le tiene fe a su once tipo, una formación que a lo sumo contempla un par de alternativas. Los demás rara vez cuentan con opciones de competir por una plaza, aunque los habituales no correspondan a la confianza que en ellos deposita, tengan una mala tarde o su nivel experimente un descenso perceptible durante semanas. Esta línea en la gestión de la plantilla implica que a medida que el calendario quema etapas, la distancia en minutos no pare de aumentar entre titulares y suplentes. Distancia que va en detrimento de los segundos: la ausencia de un contacto continuo con la competición les resta ritmo y autoestima. Una realidad que va en perjuicio del equipo, huérfano de alternativas fiables cuando lo requieren las circunstancias.

Lo que pasó con Balenziaga en Girona sería un ejemplo palmario. Salió en un partido que iba torcido, era su séptima convocatoria y no competía desde abril. Pagó el pato al quedar retratado en una acción que originó el 2-0. Es obvio que la culpa no es suya. El interés por lograr que Yuri adquiriese la forma a marchas forzadas, pese a hallarse muy lejos de una buena versión, tampoco ha beneficiado a este. Su confesión de la semana anterior es de lo más significativa.

En el lado opuesto, podría colocarse a Berenguer: arrancó el curso como un tiro para luego decaer y arrastra su mal momento desde hace mes y pico, lo cual no ha sido óbice para que conserve el puesto, salvo el día del Getafe, donde entró en el minuto 55. Su pobre implicación en tareas defensivas le delata. Sancet es otro que ha descrito un itinerario casi paralelo al de Berenguer, revivió en el tramo final ante el Villarreal, pero son demasiadas las tardes en que su aportación se ha resentido. Idéntico criterio sería aplicable a Muniain, ahora de baja por lesión, con muchas tardes alejado de un registro convincente.

Con los hermanos Williams, tres cuartos de lo mismo. Fueron de menos a más y han vuelto a verse inmersos en una curva descendente. De Iñaki se destaca lo que ayuda al colectivo con sus movimientos y que lleve cinco goles a estas alturas se ha cantado como una gesta, pero la irregularidad sigue siendo su fiel compañera de viaje. Cinco goles hacen un buen número atendiendo a sus estadísticas del último lustro, pero cabría preguntarse qué pensará Guruzeta, con tres marcados y casi mil minutos menos jugados.

Está en marcha la canonización de Nico Williams por la vía rápida, con el tema de su internacionalidad absoluta y demás, pero no deja de ser un chaval, aún inexperto, que suele desaparecer en amplias fases, al que le cuesta cumplir sin balón y tiende a decidir mal en muchas de sus acciones. Defectos inherentes al breve recorrido en la elite de un delantero muy dotado que necesita margen para crecer. En el Athletic es intocable y acaso eso no le ayude tanto como pudiera pensarse.

Otorgar la vitola de titular indiscutido entraña sus riesgos con jugadores que no se distinguen por la constancia, cuyo peso específico real en el equipo se mueve como la cabina de una montaña rusa. Habrá más razones, pero esta cuestión concreta es algo que el Athletic está notando según avanza la liga. Hoy ocurre con Valverde, igual les ocurrió a sus predecesores.