Octubre se está convirtiendo en un mes funesto para el Athletic. Los resultados anteriores, ante Sevilla, Atlético y Getafe, habían atemperado el clima de optimismo instalado en torno al conjunto de Ernesto Valverde, que recibió un severo correctivo. Por si hubiese dudas sobre el paulatino descenso en las prestaciones, el ejercicio de impotencia brindado en el Camp Nou solo cabe interpretarlo como la confirmación de que, por razones a analizar con mayor detenimiento, el Athletic ha extraviado la pujanza, la alegría que destilaba su fútbol, la fe en sus posibilidades. Ha dejado de ser el grupo que independientemente del desenlace exhibía un innegociable afán por buscar el triunfo. Desde luego, lo de anoche habría que ubicarlo en las antípodas de lo registrado en las diez jornadas previas, incluso tomando aquellas más grises o en las que el marcador no acompañó.

Salió a no dejar jugar al Barcelona, a impedir que gozase de la iniciativa, se supone, y para el cuarto de hora estaba derrotado. Ni robó, ni fue agresivo, no olió el balón. Sencillamente, compareció para regalarle al Barcelona el partido más cómodo de la temporada y activar alarmas porque, como siempre, hay formas y formas de caer, y esta fue muy difícil de digerir. Proponer menos, aunque sea en la faceta de la contención, es imposible. Los de Xavi se pasearon para regocijo de su gente.

El Camp Nou produce vértigo en muchos visitantes, por lo que suele ser bastante habitual que recurran a alineaciones raras, a eso que se conoce como “ataque de entrenador”, que básicamente consiste en intentar descolocar al rival para terminar desorientando a los jugadores propios. Dos décadas sin ganar allí justifican el temor y explican ciertas soluciones imaginativas. A veces también el Athletic ha pretendido maquillar sus temores con inventos poco rentables, pero Valverde optó por desmarcarse de dicha tendencia y reforzó sus convicciones al introducir leves retoques en una formación que siguió siendo reconocible. Sin duda que la repentina suplencia de Sancet y Muniain fue lo más llamativo, ambos llevan apagados varias jornadas y debió pensar que necesitaba algo distinto para responder al exigente reto de anoche. Recuperar a Yeray entraba en lo previsible y lo de Yuri sonó arriesgado por su escaso rodaje, pero se diría que algún día tenía que empezar de inicio. Tampoco Xavi se volvió loco, la apretada agenda que gestiona le impulsó a emular a su colega: cuatro cambios nada más respecto al último partido.

Bueno, pues nada y en este caso nada es nada, hizo el Athletic que le aproximase siquiera ligeramente a una versión competitiva. Fue un muñeco en manos del Barcelona, que se desenvolvió como si de un entrenamiento se tratase ante la increíble flojera de los rojiblancos, desbordados y sin alma para replicar al monólogo local. Sí que la consigna versó sobre apretar arriba y no encerrarse, pero su aplicación fue un monumento a la ineficiencia y la blandura. Impotente para frenar el rondo interminable del Barcelona recibió gol en los tres primeros latigazos, que tampoco hubo más. Ni falta que hizo. La banda izquierda concedió tales facilidades que sendas intervenciones de Dembelé, en colaboración la segunda con Sergi Roberto, estamparon en el rostro del Athletic un formidable plastazo. Yuri y Berenguer fueron meros figurantes en el festín catalán.

Conseguir que Busquets, De Jong o Pedri apenas tuviesen peso en el juego, no evitó un marcador impactante. Y lo curioso fue que ni el castigo recibido provocó una reacción, el equipo continuó flotando sobre el césped, persiguiendo un balón que por fin capturó pasada la media hora. Entonces se asistió a un par de combinaciones, ambas estériles, que no condujeron a ninguna parte, y es que ese tramo previo al intermedio el Barcelona se lo tomó a título de inventario. Qué necesidad tenía de forzar o exponerse con un botín tan suculento en el bolsillo cuando además el Athletic no se quitaba de encima la empanada.

El semblante de Valverde era un poema, resignado ante lo que ocurría ante sus ojos. Como todos, se estaría preguntando por los motivos del estrepitoso fracaso, del porqué sus hombres se disolvieron como azucarillos en el café frente a un adversario que jamás tuvo que pisar el acelerador y así todo abrió una brecha insalvable en una veintena de minutos donde no hubo ni un detalle positivo que anotar.

Ni que decir tiene que la última hora del encuentro estuvo de más. Valverde mantuvo a los mismos en el arranque del segundo acto, lo que incluía a Dani García, sustituto de Herrera, quien solicitó el cambio con 2-0 en el marcador. Amagó el Athletic la enmienda, pero en eso quedó, en un amago, pues pese a que el anfitrión siguió jugando al trote, acaparó las escasas acciones profundas, algunas nítidas para ampliar la goleada. Por ejemplo la que Ferrán clavó en la red tras la enésima intervención brillante de Dembelé, que disfrutó como un niño y recibió al irse la mayor ovación de la grada. El propio Ferrán pudo marcar antes, pero chocó con la diligente salida de Simón.

El turno de los cambios a partir del minuto sesenta tampoco trajo novedades, si bien se ha de apuntar la lesión de Dani García, otra desgracia a añadir al deprimente espectáculo. En la acción que cerró el choque, Vencedor y Sancet, tras robo de Raúl García, pudieron estrenar el casillero rojiblanco, pero ni al exceso de confianza de Ter Stegen le sacaron provecho. Podría afirmarse que el 4-1 hubiese deformado la realidad del calvario vivido en el Camp Nou.