"Hay gente mayor que no te pide ayuda, pero ves en sus ojos que la necesita". Eso si les miras a la cara, como hace Aitor desde que su padre, Luis Freire, que hoy cumpliría 86 años, desapareciera sin dejar rastro en pleno centro de Bilbao el pasado 26 de junio. Pena que este octogenario no tuviera la suerte de cruzarse con un alma sensible que leyera su mirada. "En esta sociedad andamos cada uno a nuestra historia. Yo ahora me fijo más y veo a gente muy mayor que no está bien, que va manteniendo su autonomía, pero está rayando ya el límite. En Euskadi la población está muy envejecida y es un problema muy gordo. El caso de mi aita es muy extremo, pero yo veo que hay muchísimo riesgo", advierte y añade que "si ves a un niño solo, le preguntas por sus aitas, pero las personas mayores son invisibles".Luis tenía 85 años cuando salió de su domicilio, en el barrio Andramari de Begoña, para ir a cortarse el pelo. Eran las diez de la mañana. Nunca regresó. Hora y media después, una cámara captó "su última imagen nítida" saliendo de la boca de metro de Unamuno. "Antes hace una cosa extraña. Baja en el ascensor de Mallona, vuelve a subir y vuelve a entrar", cuenta su hijo. Una hora más tarde, un hombre de apariencia similar es grabado en la Plaza Arriaga. "Es una imagen mala, lejana. Yo no soy capaz de decir al cien por cien que es él. Ahí es donde en teoría se pierde la pista. No hay más imágenes. Nadie nos dice si le ha visto o no. No hay nada", se apena.

Han pasado casi ocho meses, pero Aitor se resiste a perder esa última esperanza a la que se aferran las familias para mantenerse en pie. No obstante, es realista. "A mi padre le habían operado de un carcinoma y le habían puesto un injerto en el brazo que no le había cogido. Tenía entre 6 y 10 centímetros en carne viva. Si no se cura, cualquiera sufre una gangrena o una infección general. Mi madre es la que más claro tiene que está muerto, pero la esperanza siempre te queda". Luis sufría, además, "un principio de demencia con rasgos de Alzheimer, aquel día hacía treinta y pico grados...", intenta buscar una explicación.

Tras realizar, sin éxito, "batidas por Begoña e inspeccionar la zona de Unamuno y Arriaga", la Policía barajó la posibilidad de que hubiera caído a la Ría, dado que "no se le ve en ninguna otra cámara" ni nadie llamó dando noticias suyas, explica Hugo Prieto, jefe del Área de Delitos contra las Personas de la Ertzaintza. "Los compañeros de la Marítima barrieron las orillas, pusimos un perro guía que detecta los olores corporales de putrefacción y no dio resultado. Volveremos otra vez porque esto, con las mareas, es bastante complicado", reconoce. De hecho, continúa, "miramos el cauce en los tramos en los que entendieron los especialistas que por el tiempo podía estar, pero puede haberse desplazado más allá". Pese a esta sospecha, aclara, la Ría no es la hipótesis final. "Pudo coger otro medio de transporte e irse a otro sitio, pero si aparece un señor en un autobús que no sabe a dónde va alguien nos habría avisado", señala y no oculta lo "frustrante" que resulta que "una persona desaparezca en Bilbao como si se le hubiese tragado la tierra, con todas las cámaras, teléfonos móviles y sistemas que tenemos". Por contra, confiesa, cuando lleva a una persona desaparecida al reencuentro con su familia se le pone "la piel de gallina". "Ellos nunca pierden la esperanza porque sentirían que ya no le buscan. Dicen: Si yo tiro la toalla...".

"Te mata el no saber" Descartada la opción del suicidio, "porque mi padre es muy religioso", Aitor sigue a la espera de respuestas. "Sería un milagro... Pero como no lo tienes, siempre te queda eso y es lo que te come, lo que al final te mata, el no saber". Aunque Luis "ya había hecho su vida", no por ello, dice su hijo, "dejas de sufrirlo". Máxime cuando "no puedes hacer el funeral ni tu luto" y cuando "institucionalmente tampoco te dejan terminar". Al dolor por la ausencia y la incertidumbre, explica, se suma todo el papeleo. Luis, por ejemplo, sigue percibiendo su pensión. "Al no estar fallecido, tienes que ir al juzgado, nombrar un albacea para que proteja sus bienes... Es duro porque te hacen recordar y por lo que suponen en tu vida diaria estos temas. Tú dices: Voy a intentar seguir con mi vida. Ya hemos hecho todo lo que hemos podido, pero no. Siempre hay una Navidad, una citación...", lamenta Aitor, para quien "estas trabas vienen bien cuando se sospecha que a una persona la han intentado matar o tienen algún tipo de interés en que fallezca, pero cuando son casos tan claros, se ha visto que iba solo en las cámaras... Habrá que hacerlo, pero es muy doloroso".

Aitor echa la vista atrás y cree que a su padre, un hombre de costumbres -recadillos, comida, siesta y paseos- le descolocó una operación que mantuvo a su madre 45 días ingresada. "Se le desestructuró todo. Teníamos que hacer mi hermano y yo las compras, la comida... y él no lo entendía. Un día vino un familiar y le dijo a mi madre, que no se podía ni mover, que pusiera la merienda. Ahí nos dimos cuenta de que no estaba bien y le llevamos a la médica", relata Aitor, quien aclara que su padre "tenía fallos de memoria, pero nunca se había perdido".

Diagnosticar y denunciar rápido Aitor cuenta su historia para que todos "pensemos más en la gente mayor" y se puedan prevenir casos como el de su padre. Con ese mismo fin, el jefe del Área de Delitos contra las Personas de la Ertzaintza aconseja que, en el momento en el que "se detecten esos lapsus de memoria", se lleve al familiar a un especialista para que "le diagnostiquen y se tomen medidas, porque un día está bien y ese mismo día por la tarde sale y ya no sabe volver". En este sentido, explica que "en el mercado hay infinidad de sistemas, incluso baratos, de geolocalización de personas. El móvil puede servir, pero también hay pulseras o relojes". A pesar de que "a los familiares les cuesta dar el paso de ponérselos", Hugo Prieto recomienda su uso porque "pueden salvarles la vida". Dada su vulnerabilidad, aconseja asimismo denunciar con rapidez. "Puede tener una demencia incipiente. Que se pase una noche o dos a la intemperie supone un riesgo para su vida, así que tenemos que apretar más el acelerador si cabe". También la sociedad, dice, tiene que colaborar. "Si nos llama la atención una persona por la hora intempestiva o porque lleva mucho tiempo en el mismo sitio o parece desorientada, nos debemos acercar y preguntar. Tenemos que ponernos el chip con los mayores".