UFRIMOS estos días una sobredosis de Díaz Ayuso. Esta ubicuidad de un personaje que debería tener para nosotros una relevancia secundaria -es la presidenta de una comunidad autónoma que no es la nuestra- dice mucho de nosotros. Para reflejar mejor el contraste, la casualidad ha querido que ese mismo miércoles en que se anunciaba la disolución de la cámara autonómica madrileña, en otra de nuestras capitales, Bruselas, los presidentes del Parlamento Europeo y de la Comisión, junto al presidente rotatorio de la UE, presentaran la declaración que da inicio a la Conferencia sobre el Futuro de Europa, que incluye un ambicioso proceso participativo ciudadano.

En este proceso europeo nos jugamos infinitamente más que en las correrías de Ayuso, Arrimadas, Casado y los tres tamayos de Murcia. Y sin embargo la apertura de la Conferencia ha sido ignorada mientras el culebrón de Ayuso acapara portadas. Creo que nos cuesta mucho distinguir entre el debate político de fondo y los chismes sobre política. Confundimos la política con el morbo político. Miramos el escenario iluminado y creemos que es ahí donde se hace política, pero el mundo se transforma en otros espacios menos ruidosos que nos da pereza o miedo atender.

Se ha hablado mucho sobre el déficit democrático de Europa. Yo no creo que Europa sea realmente menos democrática que sus estados, más bien sospecho que su identidad requiere de una gobernanza específica, diferente y más compleja a la que nos cuesta adaptarnos. Acostumbrados como estamos a la representación política clásica nos resistimos a abandonarla, como ese público tradicional que rechaza las innovaciones en sus teatros. Reclamamos que vuelvan los tres tenores y nos canten el repertorio clásico; queremos a Alfredo Kraus haciendo Verdi; añoramos a Pedro Osinaga y a Lina Morgan en los carteles de nuestras calles este verano.

Decimos despreciar la política en clave pequeña, estatal, personalista, anecdótica, de trapos sucios y declaraciones malsonantes, pero en el fondo la deseamos porque nos regala la ilusión de que todo funciona como una serie de televisión, con personajes que reconocemos y cuyas tramas entendemos. Cuando Iglesias regaló un pack de Juego de Tronos al rey diciéndole que viéndola podía "aprender mucho de política de nuestro país" y que su partido "se identifica mucho con uno de los personajes", reflejaba esa visión viejuna de la política como trama, morbo, personajes y espectáculo.

El contraste entre la sobredosis de Ayuso y el silencio sobre la Conferencia de Europa muestra que casi más grave que el déficit democrático -y tal vez su causa- es cierto déficit de atención que sufrimos frente a las formas de gobernanza que rompen los esquemas tradicionales y nos obligan a pensar más en ideas que en eventos u ocurrencias, más en instituciones que en los personajes y sus frases en el guion. Nos sentimos más cómodos en lo viejo, aunque sea para denostarlo, aunque sepamos que su vuelta es imposible, que ante ese nebuloso paisaje de lo desconocido y lo complejo que nos ha tocado habitar. Ayuso nos proporciona por unos días la ilusión de que para entender la política nos sirven las claves que ya conocemos y que nos permiten seguir los enredos de los programas de chascarrillos o de la serie que esté de moda esta temporada.

Y mientras tanto estamos convocados a participar en la Conferencia sobre el Futuro de Europa. Me pregunto si las instituciones vascas -públicas y privadas; sociales o académicas- y los ciudadanos seremos capaces de promover esa participación y producir contenido de calidad, creativo, útil y enriquecedor.

¿Díaz Ayuso o el futuro de Europa? Usted me dirá a qué debemos dedicar nuestra limitada capacidad de atención durante los próximos meses.