CUANDO entró en 1º de danza clásica, Alluitz Riezu (Bilbao, 1985) tenía 18 años y sus compañeras de clase solo doce. Sabía que remaba contra corriente pero la fascinación por el baile podía más. Así que siguió intentándolo. Por eso al acabar la carrera y trasladarse a Barcelona, se enamoró de la danza contemporánea. Pero la edad seguía siendo un obstáculo insalvable. Se presentó a muchas audiciones y recibió un sinfín de negativas hasta que alguien vio su potencial y entró directamente en 4º de Danza Contemporánea de la Escuela de Castilla y León, mientras paralelamente estudiaba Pedagogía.

El peregrinaje de Riezu ha estado plagado de dificultades pero ha merecido la pena. Hace ya más de cinco años, decidió emigrar a Chile pensando en buscar trabajo como profesora de educación física y acabó subiéndose al escenario con el Ballet Nacional Chileno. Y hoy, desde la mismísima puerta de la Patagonia y a 11.000 kilómetros de casa, ha podido cumplir su sueño. “Emigré a Chile por amor y porque quedarse en el País Vasco no era una opción laboralmente hablando. ¿Y quién me iba a decir que iba a poder volcarme en mi gran pasión y dedicar el 85% de mi tiempo a bailar?”, dice Alluitz entre ensayo y ensayo.

Dentro de unos días, Riezu regresa a casa como profeta en su tierra y lo hace junto a Ignacio Díaz, ambos académicos de la Universidad Austral de Chile. El próximo 28 de junio estarán con la obra Pewma 360º, realizada por Sebastián Gatica, en el Museo Guggenheim dentro el festival Lekuz Leku. “Es la primera vez que se hace en Sudamérica un vídeo-danza de este tipo donde el observador decide qué es lo quiere ver. Lo especial de esta obra es que está grabada y cada espectador se pone unas gafas de realidad virtual y decide hacia dónde mirar”, explica.

Un día antes, el 27, los dos académicos intervendrán en las V Jornadas Internacionales Prácticas escénicas y Reconstrucción del Espacio Público que organiza la UPV/EHU. Impartirán una ponencia titulada Danza inmersiva para un espectador, donde contarán una experiencia de mediación artística. Una combinación que a Riezu le viene como anillo al dedo. No en vano, ella siempre se ha desenvuelto en una doble militancia entre la danza y la educación. Por ello se postuló para un trabajo en la ciudad de Valdivia que lleva las artes a escuelas con una alta vulnerabilidad. Logró ser seleccionada y en abril de 2014 empezó a trabajar en realidades duras y adversas “donde la danza aporta su granito de arena a tanta pobreza”, según ella misma señala. “Cuando decidí irme al sur, la gente decía que allí no había danza, por lo que iba resignada a dedicarme a la educación, pero desde que llegué hasta ahora no he parado de bailar de forma profesional”, se felicita Riezu, que ya ha participado en tres producciones de gran formato con la compañía BMC y ha podido girar por todo el país. Asimismo se ha formado como gestora cultural en el Centro de Experimentación Escénica. Y todavía le queda tiempo para ser profesora de Pedagogía y trabajar para instruir a futuros profesores. Porque ella conoce mejor que nadie el precio de hacer lo que te apasiona y el coste de la fama.