En la piel de un disciplinado consejero del Nuevo Londres en la distópica Un mundo feliz, Harry Lloyd siente gran interés por los personajes extraños: “Me gustan los raros, poder jugar con hacerlos humanos, complejos, peculiares”, dice a Efe. Como Viserys Targaryen, el infame hermano de Daenerys en Juego de tronos, muchos le odiaron (al personaje), pero esa es la esencia de la interpretación, como él dice, dar “forma humana” a un nombre escrito en un guion para que conecte con el público y le haga removerse en sus asientos.La trayectoria de Lloyd (Londres, 1983) no tiene su punto de partida en el personaje del universo de George R. R. Martin. Aunque es cierto que participar en una serie como Juego de tronos da fuelle (y alas) para que una carrera despegue, llevaba años ante las cámaras y sobre las tablas de los teatros británicos. A estas alturas le faltaba la oportunidad de asumir un papel protagonista en una gran producción. Una circunstancia que ahora, en este extraño 2020, le llega con Un mundo feliz (Brave new world) -que Starzplay estrenó el domingo- basada en la distópica novela homónima de 1932 de Aldous Huxley. El británico interpreta a un personaje particular, Bernard Marx, de esos que a él le gustan, “raro”.

Bernard, un inflexible y disciplinado consejero, vive en la burbuja del aparentemente utópico Nuevo Londres, donde la sociedad, despojada de intimidad, de una familia y de la monogamia -las tres reglas del lugar-, es (aparentemente) feliz. Esa perfección aparente genera un halo de oscuridad y extrañeza que atrajo a Lloyd: “Cuando leí los dos primeros episodios me parecieron brillantes y, siendo sincero, no sabía cómo algo tan increíble, ingenioso y aparentemente caro podría filmarse”.

“La serie es especial desde el principio”, apunta Lloyd, que explica que el punto fuerte de una ficción que consigue no diluirse entre otros tantos proyectos que han hablado (y hablarán) de un futuro distópico es su secuencia inicial. “La pantalla en negro, no decir la fecha exacta en la que ocurre, el lema de Todo el mundo es feliz y una música ridículamente animada hacen que el espectador piense que algo no cuadra y busque entre la multitud a quien no está feliz”, argumenta. Lloyd comparte protagonismo con Alden Ehrenreich y Jessica Brown Findlay, que se convierten en las ovejas negras de un rebaño de humanos con perfil robotizado que dependen de un fármaco en forma de caramelo para ser feliz.

“No todo el mundo puede ser feliz todo el tiempo y los creadores saben que el público lo va a percibir desde el primer momento. Es un gran inicio y muy buen vehículo para ir de esa idea utópica que muestra a la distopía que realmente es”, explica. “Muy involucrado” en el proyecto y sintiendo que todo el equipo “remaba en la misma dirección”, habla del rodaje como una experiencia “muy divertida” en la que centra la atención en la peculiaridad de su personaje. “Lo gracioso es que Bernard es el ejemplo de tipo serio y rígido que, inevitablemente, se convierte en el que trae la comedia a la serie porque es tan honesto y naíf que acaba siendo blanco de muchas bromas”, indica, “pero cuando abre los ojos al Nuevo Mundo su actitud cambia y se ve movido por el miedo”.