La obesidad en adolescentes se ha consolidado como una de las principales preocupaciones sanitarias del siglo XXI. Lo que antes se veía como un exceso de peso temporal ahora se reconoce como una enfermedad crónica, con impacto físico, psicológico y social a largo plazo.
Según los especialistas, este reconocimiento es clave para entender que el exceso de peso en la adolescencia no desaparece por sí solo, sino que tiende a mantenerse hasta la edad adulta, generando complicaciones metabólicas y cardiovasculares. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ya la define como una enfermedad multifactorial, donde intervienen el entorno, la genética, los hábitos de vida y el acceso a una alimentación saludable.
“No estamos hablando de estética, sino de salud”, explican los expertos. “Un adolescente con obesidad tiene más riesgo de padecer hipertensión, diabetes tipo 2, hígado graso o apnea del sueño antes de los 30 años. Pero también de sufrir ansiedad, depresión o aislamiento social.”
Consecuencias a largo plazo
Las cifras reflejan una tendencia preocupante. En los últimos años, el porcentaje de adolescentes con exceso de peso ha crecido en la mayoría de los países europeos. En el Estado, los últimos datos del Estudio PASOS de la Fundación Gasol indican que uno de cada tres adolescentes presenta sobrepeso u obesidad, y la prevalencia es aún mayor en entornos con menor nivel socioeconómico.
Los especialistas advierten que el problema no se limita al presente. La obesidad adolescente multiplica por cinco el riesgo de obesidad en la edad adulta y se asocia con un aumento de la mortalidad prematura. Además, el cuerpo en desarrollo de un joven puede verse especialmente afectado: el sistema cardiovascular y el metabolismo del azúcar se alteran con mayor rapidez y aceleran la aparición de enfermedades que antes eran propias de adultos mayores.
Su impacto emocional y social
Más allá de los problemas físicos, los expertos insisten en el impacto emocional que provoca la obesidad en la adolescencia. A menudo, los jóvenes que la padecen sufren burlas, aislamiento o baja autoestima, lo que puede derivar en trastornos de la conducta alimentaria o depresión.
“Muchos adolescentes entran en un círculo vicioso: comen para aliviar la ansiedad, pero luego sienten culpa o frustración, lo que empeora su relación con la comida”, explican los psicólogos. Este vínculo entre cuerpo y mente hace que la obesidad requiera un tratamiento integral que combine la atención médica, nutricional y psicológica.
Los expertos coinciden en que la prevención es la herramienta más eficaz. Promover hábitos saludables desde la infancia, con dietas equilibradas y actividad física regular, es fundamental para evitar el desarrollo de la enfermedad. Pero también es importante implicar a las familias y al sistema educativo.
Los centros escolares pueden desempeñar un papel decisivo fomentando la educación alimentaria, limitando el acceso a productos ultraprocesados y favoreciendo el ejercicio diario. Además, los médicos recomiendan realizar controles de peso y revisiones periódicas en adolescentes con factores de riesgo.