El documental Oiarzabal, de Juan a Juanito trasciende el simple retrato sobre la trayectoria de un deportista de élite. Javier Alvaro, hijo de Sebastián Alvaro, compañero de Juanito Oiarzabal (Gasteiz, 1956) durante décadas, explora la personalidad de un mito a lo largo de sus casi dos horas de duración. A través de un meticuloso trabajo de recopilación de imágenes de archivo y los testimonios de una veintena de personas cercanas, grandes nombres del alpinismo, Juanito se escala a sí mismo. El largometraje fue uno de los grandes acontecimientos de este sábado en el BBK Mendi Film Bilbao Bizkaia, que cuenta con el patrocinio de DEIA.
El protagonista es el sexto hombre en el mundo en completar los 14 ochomiles y el primero en ascender los tres picos más altos del planeta. Hasta el último paso, sin oxígeno suplementario. “Nosotros ni siquiera hablábamos del oxígeno”, asegura al comentar el documental. Le restó muy poco para dar “una segunda vuelta” a los ochomiles. Paró tras la vigésimo sexta ascensión. Se emocionó al ver la película en un pase privado. “He rememorado escaladas de los 80 que ni recordaba. Me han venido a la cabeza muchísimas cosas, como aquella primera expedición de 1982, el principio de todo. No hicimos cumbre, nos faltaba mucha experiencia, nos faltaba comunicación, nos faltaba información. Eran otros tiempos”, evoca Juanito. Habla del Manaslu, 8.163 metros.
“En Euskadi tenemos la tradición de la montaña. Yo descubrí ese mundo vertical cuando era un adolescente. Venía de la gimnasia deportiva, que influyó mucho a la hora de practicar la escalada en roca, que es lo que me ha apasionado, donde he destacado en rutas y vías. Se me conoce como ochomilista, pero antes he pasado por muchos lugares”, destaca el gasteiztarra. El Gorbea, Pirineos, Picos de Europa. Los Alpes. El Aconcagua. Alaska. Hasta la primera intentona al Himalaya a la que siguieron otras.
El trayecto ha resultado duro. “Pasan cosas, ocurren accidentes en la montaña, compañeros que desgraciadamente se han quedado ahí (repite una larga serie de nombres que hacen vibrar la voz cascada). Los tengo en el recuerdo, en la memoria. Personas con las que he escalado toda mi vida. Miro para atrás y yo, que estadísticamente hablando tenía que estar muerto, que he sido un salvaje, sigo aquí”, se sorprende.
Achaca su supervivencia a una mezcla de experiencia y suerte: “La suerte de no colarme por una grieta, la suerte de que no me golpee mal un pedazo de hielo”. Insiste en que “no merece la pena dejar ni siquiera la punta de un dedo; las montañas siempre están ahí y cuando no se puede, hay que dar la vuelta”.
Habla con ilusión de la dedicación a la montaña de su hijo Mikel y, aunque cumplirá 70 años en marzo, sigue en las alturas: “Siempre he dicho que, cuando no pueda subir ochomiles, haré cuatromiles, y cuando no, pues me dedicaré a lo que estoy haciendo ahora: acabo de de darle la vuelta al Kailash, un trekking de tres días alrededor de esta montaña a la que todo budista tibetano debe acudir por lo menos una vez en la vida”.
La polémica con Pasaban
“A quienes quieran dedicarse a este negocio que no sé si ya merece la pena, les recomiendo formación, información y comunicación”
Asegura “que ya no existen retos auténticos como los de los 70 y los 80”. A quienes quieran dedicarse “a este negocio que no sé si ya merece la pena” les recomienda “formación, información y comunicación”. Juanito reconoce que se siente “incómodo” con las imágenes del documental que recogen su polémica con Edurne Pasaban. “No me gusta nada recordarlo. Posteriormente tuvimos una muy bonita reconciliación, empezamos a mantener una buena relación de amistad, y aquello ya se olvidó”. El de Pasaban es uno de los testimonios que pondera favorablemente la figura de Oiarzabal en el documental: “No se trataba de hacer un documental que sea todo bonito y que Juanito aparezca como el mejor del mundo. Somos humanos”.
Palabras sabías de alguien que se ha dejado los dedos y ha sufrido embolias y trombos casi letales: “Tengo muchas cicatrices de guerra, demasiadas. He visto crecer muy poco a mis hijos porque hubo un tiempo que pasaba nueve meses al año fuera. Eso es lo que se pierde. Por otra parte está la satisfacción de conocer culturas, gente, montañas, lugares. El precio es alto, pero ha merecido la pena”.